Sí, sí, ya sé que no puedo estar escribiendo entradas de «el primer X del cachito-carne» todo el rato. Principalmente porque, como sabéis los que tenéis vuestro propio cachito-carne, estos meses lo que menos tenemos es tiempo para sentarnos tranquilamente a escribir jocosidades sobre la vida.
Pero la semana pasada fue Halloween, vivimos en una calle que se lo curra bastante y que de verdad lo convierte en una fiesta del barrio, y no puedo dejar de pensar en lo diferente que ha sido el primer Halloween del cachito-carne del pimero que celebró mi cacho-carne hace ahora diez años exactamente…
El disfraz
Mi cacho-carne se hizo él mismo un disfraz de Eduardo Manostijeras con cartoncillo, papel de plata y unos tirantes de una tienda de ropa de segunda mano (muy currado, por cierto). El cachito-carne tenía a su disposición cuatro disfraces «de tienda»: calabaza Jack Lantern, esqueleto (este brillaba en la oscuridad y todo), dragón (o cocodrilo o dinosaurio, hubo debate) y pitbull.
Y ojo, que nosotros no hemos tenido nada que ver. De hecho teníamos pensado hacer un disfraz de familia (la cacho-wife tenía un tablero de Pinterest con un montón de ideas), pero de repente empezaron a llegar disfrazes a casa para el cachito-carne: los abuelos y tía-abuelas que estaban de compritas en un outlet y no se pudieron resistir (y viendo el resultado del esqueleto y la calabaza, no me extraña), y los vecinos que tienen hijos un poco mayores y que al ver la oportunidad de deshacerse de los disfraces pero que alguien les sacase partido la aprovecharon (algo que ya empiezo a ver es una cosa muy de padres).
Lo de que un bebé de seis meses que va a estar de Halloween veinte minutos tenga cuatro disfraces es un poco excesivo, pero también os digo que al final se agradece. Por un lado, hay un 87% de posibilidades de que antes de salir por la puerta se haya ensuciado -y da igual que lleve el disfraz puesto todo el día o se lo pongas dos segundos antes de salir, es una cosa que hacen los bebés.
Por otro, aunque para los mayores Halloween es sólo una noche, para los bebés es toda una semana, lo que me lleva a la segunda diferencia…
Las fiestas
Mi cacho-carne fue a una fiesta que duró toda la noche y en la que había más cervezas que caramelos. El cachito-carne el día de Halloween estaba en la cama a las siete y media de la noche, sí, pero ha ido a tres fiestas en la misma semana que es un ritmo como el que llevábamos en el Erasmus.
La propia noche de Halloween, el cachito-carne salió al porche de la casa a repartir caramelos y abrazos (sobre todo a la vecina, que si nos descuidamos se lo queda). Nuestro plan era pasar por un par de casas a fardar de bebé más bonito del universo, pero llovia a mares y preferimos no mojarnos. Aun así, cuenta como fiesta.
La segunda fiesta fue en la clase de música. Que lo mismo llamarlo clase a estas alturas es un poco excesivo, pero le gusta y como está mandado para cualquier cosa en la semana de Halloween el tema de esa semana era Halloween y pues todos los bebés disfrazados.
Y la tercera fiesta fue en una cervecería con sus amigos. Tal como suena. En Toronto hay un grupo de madres que piensan que las clases de música y todo eso está muy bien, pero que también pueden aprovechar para ir a alguna de las muchas fábricas de cerveza que hay por la ciudad. Como dice la cacho-wife «las madres a las que les parece bien ir con los bebés a echar la tarde en la cervecería son el tipo de madres con las que sé que me voy a llevar bien». Y lo mismo: siendo Halloween, los bebés fueron a la cervecería disfrazados. El grupo se llama Brew Babies, por si alguna madre nos lee desde Toronto.
Las otras cosas hallowinísticas
Aparte de los disfraces y las fiestas, hay dos cosas típicas de Halloween que también han sido diferentes para la primera vez del cachito-carne y del cacho-carne.
La primera, el esculpir una calabaza. Porque por muy Halloween que sea no puedes darle a un bebé un cuchillo, una calabaza y un mechero a ver qué se le ocurre que mole. Esto apuntadlo que es conocimiento para padres que yo no he visto en ningún lado.
La segunda, quizá incluso más lógica porque todavía no tiene dientes ni queremos darle principio de obesidad y/o diabetes, el comer chocolate. Y esto sí que aparece en los libros de cómo ser un padre medio bien, así que lo mismo vamos por buen camino.
El problema va a ser cuando tengamos que dar ejemplo en vez de ponernos hasta las cejas de KitKat delante suyo mientras le damos un trocito de brocoli.
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