Aunque en un par de semanas empezaremos a quejarnos del frío y no pararemos hasta abril, la verdad es que esta es una de las mejores épocas del año en gran parte de Canadá. Porque otoño, que en España suena a «qué ascazo que se ha acabado el verano y toca volver al curro» aquí está plagado de cosas chulas. También ayuda que no tenemos tantas vacaciones y que lo de «volver a curro» es más «continuar tras un recreo», claro.
Lo primero que mola del otoño es Acción de Gracias, que es mi celebración familiar favorita. Y si te lo montas bien lo celebras al menos dos veces, porque Canadá y Estados Unidos celebran con un mes de diferencia que es el tiempo justo para digerir un pavo y empezar con el siguiente.
Entre Acción de Gracias y Acción de Gracias está Halloween, que es algo que como no he crecido con ello todavía se nota que no me hace tanta ilusión como a los locales. Aunque lo de decorar calabazas sí que mola. Y lo de que todo el mundo haga la vista gorda si te ven comiendo chocolate a dos manos. Y este año que como vivimos en una casa hemos estado dando caramelos ha molado más… vamos, que me va conquistando así que otro punto para el otoño de por aquí.
Pero lo que de verdad hace que otoño mole pese a que todo grita Winter is coming, and I mean Winter es que el paisaje es espectacular. Porque aquí las hojas de los árboles, antes de caerse, van cambiando de color y se pone todo precioso con los verdes, amarillos, naranjas y rojos intensos de la naturaleza. Y el paisaje urbano también está muy bien, pero este año hemos hecho el esfuerzo de organizarnos un poco más y montarnos una aventurilla campestre para ver el otoño en todo su esplendor.
Tras consultar con nuestro amigo Bruno, que a estas alturas se sabe los parques y joyas naturales cerca de Toronto mejor que Google Maps, elegimos ir a la Dundas Valley Conservation Area, una especie de parque natural en Hamilton (como a una hora en coche desde Toronto yendo hacia las Cataratas del Niágara).
La primera parada fue en las cataratas de Webster’s, que la verdad es que no tienen mucho que ver salvo un puente coqueto encima de las cascadas. Tiene pinta de ser mejor sitio para un picnic familiar en verano que para un paseo aventurero en otoño. Y eso que pensamos que nos íbamos a encontrar con un acantilado y un puentucho digno de India Jones, porque es bajarte del coche y darte de bruces con carteles de peligro.
En cualquier caso, el paseo nos duró siete minutos porque el camino para ir a las cataratas de Tew’s y Dundas Peak estaba cerrado, así que cogimos el coche y cinco minutos después estábamos en las cataratas de Tew’s. Tengo que reconocer que me impresionaron porque no esperaba que fuese un salto de agua tan grande.
Obviamente no se puede comparar con las cataratas del Niágara, pero es que esas juegan en otra liga completamente distinta (sobre todo si pasas a verlas en invierno cuando se hielan). Pero estas de Tew’s están bastante chulas y son perfectas para decorar un paseillo sin pretensiones.
Además, tal y como está montado el camino es un buen sitio para empezar el paseo hacia Dundas Peak. Todo ello con mucha caution y warning, que de verdad que no puedes girar la cabeza sin ver un cartel de peligro.
Para terminar el paseo nos quedaba el plato fuerte, y también el paseo en sí porque las cataratas se ven prácticamente desde el aparcamiento. Dundas Peak, pese a los carteles de peligro, es un caminillo bastante fácil que sí, va al lado de un acantilado pero la mayor parte del tiempo ni lo ves. La peor parte es que se lo conoce todo Toronto y está bastante lleno de domingueros como tú que quieren dar un paseillo.
Eso sí, los domingueros explican por qué la Conservation Area se gasta todo el el dinero en carteles de peligro: en cuanto llegas al pico en sí mismo, un mirador sobre el acantilado, ves a la gente en sus pantaloncitos de yoga sentarse en el borde mismo del precipicio para sacarse la selfie otoñal campestre perfecta. Imagino que alguno se les ha caído alguna vez y de ahí vienen todos los carteles.
En cualquier caso, con carteles de peligro y domingueros incluídos el paseo merece la pena porque, como podéis ver en las fotos, la naturaleza canadiense se lo curra antes de sacudirte con el invierno. Y no son sólo los colores, o el crujir de las hojas al andar, es que hasta el olor del bosque en estas fechas te hace sentir todo lo bueno del mundo.
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