Cada vez que alguien me pregunta que qué tal se lleva el invierno canadiense digo lo mismo, que va por años. Pero no por que haya años más fríos que otros (que también), sino por el número de inviernos que lleves aquí. El primero tiene gracia porque todo es nuevo, y a los guiris mediterráneos nos parece muy bonito eso de que te llegue la nieve hasta la cintura. El segundo duele. El tercero te crees que lo llevas bien hasta que te nieva otra vez en abril y te hundes. Y a partir del cuarto es cuando ya te vas aclimatando.
Durante este proceso de integración en el invierno vas aprendiendo cosas: cómo vestirte para no espicharla o perder un dedo por el frío, algo de esquí y patinaje para no estar siempre encerrado, o que las vacaciones se cogen en marzo para que se te haga más corto (además, Toronto en verano mola bastante). Y salvo que vivas en un edificio de apartamentos, antes o después tienes que aprender a limpiar la nieve. Aunque sea simplemente para poder entrar y salir de casa, o para no matarte de un resbalón en el hielo.
Así que quitar la nieve es una de esas varas de medida para saber cuánto tiempo lleva alguien en Canadá. A los recién llegados se les nota que no saben qué están haciendo, o cuándo hay que hacerlo, pero como no ha visto tanta nieve en su vida tú a un recién llegado le dices que se ponga a limpiar la nieve y él encantado.
Yo esto os lo cuento en tercera persona porque mi cacho-carne ya ha dejado atrás esa fase, y ahora estamos más en la de empezar a entender por qué la gente paga para que sea otro el que tiene que limpiar la nieve de tu casa. Y por cierto que es un sistema un poco raro porque pagas un precio fijo por todo el invierno nieve cinco días o cinco semanas, pero eso es una discusión para otro día.
Pero eso, que las cosas nuevas siempre molan al principio y los padres de la cacho-novia nos tenían guardada una sorpresa para cuando lo de limpiar nieve con la pala dejase de hacer gracia. No sé cuánto tiempo llevaban planeándolo y calculando el momento justo para maximizar las rentas de nuestro entusiasmo por quitar la nieve, o si es simplemente que nos hemos ganado un ascenso, pero este año nos han dado las llaves de la máquina quitanieves.
La máquina en sí es bastante simple. Le pones gasolina, arrancas y eso se pone a tragar nieve y escupirla por la especie de chimenea que tiene y que, consejo importante si alguna vez os ponen una de éstas delante, lo primero es asegurarse de que no apunta hacia ti, hacia alguna otra persona o hacia algo con cristales. Porque lo ves en marcha y parece muy gracioso, pero eso que sale volando lo mismo son pedruscos de hielo que te borran la sonrisa o la ventanilla del coche en un periquete.
Como véis, nuestras quitanieves (digo nuestras porque ya no me pueden robar la ilusión cada año), son de hace unos cuarenta años y aguantan a pleno rendimiento. Y no es sólo que éstas sigan funcionando, es que como todo lo demás en esta vida (lavadoras, televisiones, coches, etc.) las nuevas no aguantan nada.
Además, las máquinas viejas tienen menos medidas de seguridad, porque la gente de antes tenía el sentimiento de supervivencia más desarrollado. Eso es otro punto a su favor porque las medidas de seguridad funcionan muy bien en una calle asfaltada y llana del centro de la ciudad, donde evitan que la gente se rebane un pie o se quede sin perro. Pero cuando estás en mitad del bosque empujando el trasto montaña arriba esquivando árboles y rocas, esas medidas de seguridad dan bastante más por saco que prestar atención y tener mucho cuidado.
Ojo, que con mucho cuidado y mucha atención mi cacho-carne todavía se llevó por delante una trocito de la valla del jardín… pero es que la experiencia también ayuda. Por ejemplo en un momento dado mi cacho-carne, con sus treinta y un años en la flor de la vida y yendo al gimnasio de vez en cuando, se quedó atascado en una cuesta y tuvo que venir el cacho-suegro con sus 76 años a subirla, y a un ritmo que podía haber ganado la etapa del Tourmalet metiéndole diez minutos al maillot amarillo.
Y sí, conducir la quitanieves mola un taco. Pero mola un taco la primera hora. La segunda se hace un poco dura porque, no lo olvidemos, ahí fuera hace suficiente frío como para que haya toda esa nieve. Y las dos horas, dos veces a la semana… pues eso, que entiendes que la gente pague para que lo haga otro (yo creo que la cerveza de después es la que más me he ganado en todo 2016).
Pero vamos, que también sabemos todos que yo el año que viene voy a estar ahí pidiendo las llaves otra vez en cuanto empiece a nevar.
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