<– Súbete a la furgo en el vol.1 y para a comer en el vol.2

Día 5: Luxemburgo huele a dinero.

La noche del Rhin la pasamos en un pueblo perdido de Alemania. Éramos los únicos del hotel, que era también la vivienda de los propios dueños, por lo que no nos miraban con buenos ojos mientras cantábamos en la zona destinada a bar pasada la hora que nos habían indicado (pero oye, si ellos siguen poniendo cerveza no vale quejarse de que no nos vayamos a dormir). Además, cuando bajamos a decirles que no había sábanas subieron para decirnos: sí, eso son las sábanas. Y aunque parecía la funda del colchón nos lo creímos porque cuando iban subiendo iban diciendo algo así como “qué raro, si las hemos puesto limpias hoy precisamente porque llegábais vosotros” (al menos eso entendió nuestro querido traductor) con tal tono de suceso paranormal que nos convenció.

Pueblo perdido en la Alemania profunda.
Pueblo perdido en la Alemania profunda.

Pero tras esa noche nos esperaba la locura de irnos a Luxemburgo. Simplemente porque ya que no íbamos a Berlín nos dio por pisar otro país para darle interés al viaje. El primer consejo: si vas a Luxemburgo desde las autopistas sin límite de velocidad de Alemania acuérdate de frenar. No lo digo por las multas, el tráfico o el estado de las infraestructuras viales luxemburguesas, sino porque tienes muchas (muchas) posibilidades de pasarte de país.

Luxemburgo es un país muy pequeño. Y decir eso mientras se vive en Holanda es decir que es un país sumamente enano. Aún así, es un país apestosamente rico. Es algo que se siente en el agua, en cómo va vestida la gente, en los coches que conducen, en las calles limpias y de caserones enormes, en el aire… y en detalles como que una bici cueste más de 2.000 euros estando de oferta. Si nuestro yonki de confianza de La Haya supiese lo que se podría sacar con el tema de las bicis en Luxemburgo haría tiempo que se habría ido para allá… donde además aún no debe tener ficha policial.

Dinero dinero dinero. Pero es muy bonito.
Dinero dinero dinero. Pero es muy bonito.

Aparte de esa sensación de que todo está fuera de tu alcance económico hay poco que contar de la ciudad, que se recorre rapidillo y tiene el encanto de todas las cosas que sabes que no te pertenecerán nunca. En cambio, si sales de la ciudad sí encuentras otras cosas que ver. Por ejemplo, en uno de los castillos que vimos en el Rhin descubrimos que en Vianden, un pueblucho luxemburgués, había otro castillo del mismo estilo con el que estaba hermanado aquél en el que nos encontrábamos. Como la frase a quedado pedante repito en sencillo: estamos en un castillo del Rhin, leemos un cartel en el que dice que está hermanado con otros del mismo estilo, y uno resulta ser el de Vianden.

Este castillo, salvo por el hecho de que es difícil atinar con el desvío en la carretera, está también genial. Por si se os ocurre parar a comisquear algo por hacer tiempo, os informo de que el castillo deja de ser visitable a las 16:00 en invierno. Ya puedes llegar a las 16:00:14 que no entras, por más que hables alemán macarrónico y tus colegas tengan pinta de ir a quemarte el quiosquillo de venta de entradas si no les dejas pasar. Pero el caso es que tiene pinta de que merece la pena verlo por dentro.

Por fuera mola… supongo que por dentro también.
Por fuera mola… supongo que por dentro también.

Así llegamos a nuestra última noche del viaje. Merece la pena remarcar que dormimos en Francia, y que para ir al sitio en cuestión pasamos por Bélgica (lo que sumaba dos países más al viaje) donde paramos a comprar la cena en un Cutrefour cualquiera. Pero no era uno cualquiera. Era uno belga, y ya dije hace tiempo que a los belgas les va mucho la cerveza. Lo que no sabíamos entonces es que la Grimbergen, cerveza bien conocida y estupenda, es belga, y eso hace que esté MUY barata en los cutrefoures. Dado que durante todo el viaje las paradas estuvieron marcadas por alguna cerveza en un bar típico del lugar, hicimos nuestras compras para la noche en Francia sin saber lo que nos esperaba: por llegar tarde, el hotel nos había dejado sin nuestras habitaciones, así que tuvimos que apañarnos con las que nos daban. Al ver el aspecto del lugar, imaginamos que lo de tres por habitación sería incluyendo una cama en la lámpara. Lo que no nos esperábamos es que nuestra imaginación fuese tan próxima a la realidad, y que tuviésemos que sortear quien compartía cama.

Día 6: Maastricht (¡Jesús!, como dijo Ibañez)

La última parada de nuestro viaje fue Maastricht (en Holanda, así que otro país para la saca de la furgo). Y la verdad es que pese a lo conocido de su nombre por el tratado, no deja de ser una ciudad holandesa como todas las ciudades holandesas moloncillas. Misma arquitectura, mismo ambiente, mismo rollito. Al menos tuvimos la suerte de verla en ambiente pre-carnaval, que es algo que suele animar el cotarro en el sur de Holanda, así que había cartelillos por las tiendas y cosas del estilo. Aparte de unas estatuas raras en la plaza principal, que ya sabéis que es el tipo de cosa que me gusta ver, que además tenían pinta de estar ahí todo el año.

Precarnaval Maastrichtiense.
Precarnaval Maastrichtiense.

Como por sorpresa nos encontramos con una panadería que tiene en su posesión un molino de los antiguos, que funciona perfectamente gracias al agua de un canal y que te dejan ver por dentro sin más. Quiero decir, que está la habitación del molino con la puerta abierta y tú entras y cotilleas sin que nadie te mire. De hecho, sin que nadie esté allí, porque no hace falta pasar por la parte de venta de la panadería para verlo.

Y la otra cosa que sí me gustó mucho de Maastrich, aparte de hacerme con un nuevo amigo de aventuras en forma de payaso (ya os le presentaré), fue un parque/zoo que se ve desde la muralla (es decir, te puedes subir a la muralla y se ve) y tiene cervatillos y animalejos del estilo. A mí esas cosas me parecen geniales, la verdad, aunque para muchos sean una tontada. Ir paseando tranquilamente y de repente toparte con un animalejo de los que no sueles tener en casa como mascota es algo de lo más divertido. Sobre todo si los animales un cuestión no están en rollo rumiante pasota sino en plan peleas de cornamenta.

Día 7: Conclusión desde casa

Pues como todos los viajes que hago últimamente: me vuelvo a casa muy contento y satisfecho de haberlo hecho. Se me queda la espinita de no haber ido a Berlín y de no haber podido entrar en el museo del chocolate de Colonia, pero nunca me imaginé que Bremen o los pueblitos del Rhin fuesen a resultar tan interesantes/bonitos/preciosos. Además, sé que se puede seguir bajando más hacia la Selva Negra y seguir viendo castillos flipantes. Pero eso será cuando me recupere del ritmo de la cerveza alemana.


Comentarios

3 respuestas a «Alemania en furgoneta (Vol.3)»

  1. Los viajes locura son los mejores viajes; es como la tipica nocha madrileña en la que sales a la calle y dices «unas cañitas y pronto a casa», sabes que nada va a salir como lo habías planeado pero que te lo vas apasar muy bien.
    El video cojonudo, me estallaba con el ; me recuerda la video Paris-Diego-Baño/habitacion de las pajas, recuerdas??

    Salud.
    Taaaaaaaaaaanto……..

  2. Es otro de mis viajes pendientes/soñados… hacer la ruta del rihn. No se como no lo sabias!!! si es famosisisimo..

    Que tal luxemburgo??? seria guai vivir alli una temporadita de niñera de unos pijos :). Lastima que los que me iban a contratar, pijos si, luxem.. tambien, pero la tipa tenia una pinta de explotadora que no me iba a dar tiempo a respirar… asi que dije que no.

    El 1 estare en londres.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *