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Día 4: Bonn y la rivera del Rhin

Una vez vista Köln nos levantamos otra vez de buena mañana para continuar nuestro viaje, esta vez con destino Bonn, ciudad en la que nació Beethoven y en la que realmente no pueden haber pasado muchas más cosas. No es que tenga nada en contra suya, es más, me pareció una ciudad muy cuca, pero realmente pequeña. Si en Hannover daba tiempo con dos horas no hace falta ni que malgastes euros en la zona azul de Bonn, que vas a tardar todavía menos en verla. Y no, por desgracia no hay ningún James famoso.

Y esto es todo lo que hay en Bonn…
Y esto es todo lo que hay en Bonn…

En cambio, lo que sí que merece varias semanas es remontar el Rhin. Esto es, ir hacia el sur de Alemania. Vamos, tirar p’abajo en el mapa. A ambos lados del río (y mira que es un río grandote) hay un sinfín de pueblecillos preciosos, algunos de los cuales tienen encima la dicha de tener un pedazo de castillo flipante, o una estatua de tamaño descomunal o algo que te deje con la boca abierta y preguntándote por qué cuernos no tendrás todo el tiempo del mundo para ir pueblo por pueblo.

Para empezar, está Koblenz. Lo primero que puedo decir de este pueblo es que es muy acogedor. Buscando un bar con su correspondiente baño nos encontramos dentro de uno en el que acabamos comiendo, de lo bien que olía. La comida, no el baño, de cuyo olor no hay nada bueno o malo que señalar. La comilona que nos metimos entre pecho y espalda, tras varios días a base de sándwiches (excepto la gran cena alemana) no tuvo desperdicio por lo abundante y buenísima, además de resultar barata y de que el servicio era de lo más majete. Un alemán que intenta ligarse a las españolas hablando en italiano sobre una ex-novia de Málaga debería caernos mal, pero no cuando tuvo el gesto que tuvo: todos menos uno pedimos el menú del día, que incluía sopa y un plato, mientras el uno sobrante se pidió sólo un plato. Pero el alemán-que-hablaba-italiano-para-ligar llegó con un plato de sopa de más y dijo “para que no te quedes mirando”. Eso es un detalle que nunca había visto.

Pero volviendo al Koblenz de fuera de este restaurante (Antipasti & (Meer), Am Josef-Görres-Platz, Koblenz), es el pueblo donde se juntan el Rhin y el Mosel. Esto ya de por sí mola (de hecho Koblenz viene del latín Confluentes, «confluencia»… dato cultural cortesía de Wikipedia) porque son dos ríos importantes, pero es que además en el punto exacto donde se juntan está la estatua del Emperador Guillermo I de Alemania. Se nota que Guillermo primero era un tío importante por el pedazo de enormidad de estatua que tiene en Koblenz… claro, que viendo también hasta dónde han llegado las crecidas del río en este pueblo más te vale ser grande.

El GRAN Guillermo I y Koblenz a sus pies.
El GRAN Guillermo I y Koblenz a sus pies.

Cuando consigues perder de vista el mostrenco de estatua es que hace un rato que estás en la furgo para seguir remontando el Rhin. Ojo, que si lleváis a alguna listilla con guía sobre Alemania que dice que hay que ir a ver Loreley que sepáis que es una trampa. Tiene una leyenda muy bonita según la cual en algún lado hay una piedra con forma de mujer desnuda. Obviamente es mentira, si cinco maromos de veinte años son incapaces de verla… ¡que se supone que es una tía en pelotas del tamaño de una montaña! Al final resulta que está todo un poco exagerado y no es más que una bonita vista sobre el Rhin, pero sin mujeres desnudas que no lleves tú mismo.

Así que no pierdas el tiempo con eso (que ya tienes Internet para ver mujeres desnudas) y dedícate a ver castillos molonguis. Hay muchos, como ya he dicho, esparcidos en los pueblucos enanos a la ribera del río, pero yo personalmente voy a destacar el pueblo-enano-con-castillo que es Bacharach. Llegamos a él cuando ya era de noche así que el pueblo estaba bastante muertillo. Vuelvo a mencionar que a las 18:00 en esta parte del mundo es noche cerrada, y más si se trata de un valle. Así que íbamos pateando el pueblo, haciendo fotos de las casas guachis (que os servirán de ejemplo de la arquitectura de estos pueblos) y, cómo no, buscando un bar, dulce refugio pa’ quedar con los colegas a brindar sin olvidar que estamos jartos daguantá.

El puebluco de Bacharach, de noche.
El puebluco de Bacharach, de noche.

En esta incesante búsqueda de cerveza nos encontramos a lo lejos con las ruinas de una iglesia (las que se ven en las fotos). Y una vez allí nos encontramos con que seguía habiendo camino, o algo parecido, hacia arriba, así que el afán investigador y la gracia de tener walkies hizo que mandásemos a dos expedicionarios hasta lo más alto, donde en la negrura se veía un mamotreto de construcción del que sabíamos que tenía que ser un castillo. Después de un par de sustos y chistes vía walky, nos dieron una información más que interesante: se podía entrar al castillo a esas horas porque era…. chan chan chan… ¿el de Drácula?…. No, aunque también habría molado. Era ¡un Youth Hostel!

Si no has recorrido un poco de mundo en plan mochilero o hecho el Interrail, no sabrás que eso significa que se puede dormir ahí por unos 20 euros con desayuno incluido. Sinceramente, desde ese momento una de las metas de mi vida es ir a pasar un fin de semana a ese castillo, no sólo por el simple hecho de dormir en un castillo o porque fuese ahí donde encontramos la cerveza del día, sino porque el viaje remontando el Rhin me ha enseñado alguno de los paisajes más bonitos que recuerdo. Aquí os dejo un resumen del «alberguestillo».

¡Tiene que molar mil dormir aqui!
¡Tiene que molar mil dormir aquí!

Duerme otro rato en la furgo camino del vol.3 –>


Comentarios

2 respuestas a «Alemania en furgoneta (Vol.2)»

  1. Avatar de Pah-put-xee

    Da gusto comprobar lo mucho que te gusta viajar y lo mucho que disfrutas aunque sea turismo mochilero o de alpargata. Das envidia. ¡Qué será de tí cuando puedas permitirte los hoteles de 5 estrellas y viajar en clase preferente!
    ¡Enhorabuena, además del Vístula ya sabes dónde estan el Rhin y el Mosela!
    Lo unico un porqito preocupante es que «la incesante búsqueda de cerveza» pueda llevaros a encontraros dentro de un baño en Coblenza «en el que acabamos comiendo, de lo bien que olía». ¿Tan bueno es el Pato WC alemán?

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