Un truco básico para sobrevivir al Invierno Canadiense™ es escaparse un par de semanas entre febrero y abril. Es cuando ya no puedes más con la tontería, y con un poco de suerte cuando vuelvas ya es primavera como en El Corte Inglés. Ojo, que no siempre funciona y a veces al volver el sindrome postvacacional te da la colleja con nieve y tormenta de hielo (como ha sido el caso este año), pero al menos te ahorras dos semanas de la peor época.
Una parte del truco es escoger un destino donde vaya a hacer calorcito sí o sí. El reto este año era encontrar una playa con buen clima en marzo-abril y sin alerta por Zika. Que sí, que según los mapas te puedes ir a Australia, pero ahí en vez de Zika tienen arañas gigantes, serpientes venenosas, cocodrilos, tiburones, moluscos asesinos… que me habían perdido ya con la parte de arañas gigantes, pero vamos, que no es mi destino ideal.
Así que mirando un mapa del CDC, y teniendo en cuenta que ya hacía morriña de ir a España, decidimos pasar una semana en Madrid con la familia y los amigos e ir a por nuestra ración anual de solete a Canarias. De todo el archipiélago escogimos Fuerteventura, para disgusto de la tia-abuela de mi cacho-carne que tiene muy mal recuerdo de la isla porque «no hay nada que hacer ni que ver». Que algo de razón tiene, pero es que precisamente queríamos unas vacaciones de relax en vez de unas de poner el despertador todos los días porque toca ir a ver algo (que es lo que pasa cuando vamos a sitios exóticos).
Corralejo es Italia
En nuestra misión de tumbarnos a la bartola todo lo posible pusimos nuestro centro de operaciones de Corralejo, al norte de la isla. Es un pueblo medianamente grande, que vive principalmente del turismo (como toda la isla) y que tiene todo lo que buscábamos: fácil acceso a la playa, opciones para hacer algo un poco más activo (buceo y surf) y sufientes cosas para ser un sitio animado sin ser todo fiesta. A las terracitas mirando al mar les sacamos mucho partido, y eso que la política de tapas de Corralejo no está nada bien definida: unos sitios ponen algo de picar con la cerveza, otros no, y un par te ponen algo con unas rondas pero no con otras (lo que, por cierto, es desquiciante).
A la hora de comer, como siempre, la novia de mi cacho-carne había hecho los deberes de toda la clase y cuando llegamos ya tenía localizados los mejores sitios. Para tapeo y raciones, en el Pincha Cabra y el Gilda comimos cabrito, morcilla canaria y por supuesto papas arrugás con mojo que deberían ser Patrimonio de la Humanidad. Estando en una isla y siendo algo que nos falta en Toronto, también íbamos con ganas de pescado, y lo encontramos: pulpo, lapas (que ahora que sé que se comen y están rebuenas las voy a mirar diferente en la playa), lubina, atún, barracuda… y el más espectacular un pez-perro en el restaurante Domenoteca que pedimos mayormente por el nombre y que resulta que está estupendo.
Pero lo más sorprendente de Corralejo es que parece más un pueblo del sur de Italia que una isla española en frente del Sahara. Prácticamente todos los negocios a pie de calle (bares, restaurantes, peluquerías, heladerías, tiendas, etc.) los llevan italianos; y andando por la calle oyes tanto italiano como español. Que en otros pueblicos cucos, como Betancuria, también hay más turistas que españoles, pero hay más variedad.
Como justo esa semana me estaba leyendo Fariña en seguida me monté la película de que en Corralejo se estaba blanqueando dinero de la mafia (todo negocios pequeños, con mucha transacción en metálico…), y luego nos contaron que sí, que es el rumor generalizado para explicar por qué tantos italianos se han mudado allí en los últimos cinco años. Sea por el motivo que sea, el helado y la pizza de Corralejo son de primera, eso también hay que decirlo.
Playa vs. Desierto
Como decía la tía-abuela de mi cacho-carne, en Fuerteventura el paisaje es un poco monotemático: arena. En versión playa o en versión desierto. Pero todo arena.
En el apartado de playas, visitamos las Grandes Playas de Corralejo, la playa de El Cotillo, y la playa de Jarugo (para evitar decepciones, no la confundáis con Jabugo). Las de Corralejo y el Cotillo se parecen bastante: gente, arena blanca, bastante viento, nudistas paseando, y, lo más importante, unos rinconcitos de piedra para que tomes el sol a gusto sin sufrir con el viento.
La playa de Jarugo también nos moló, y eso que ni siquiera tiene los círculos de piedra. Para llegar tienes que cruzar el desierto rezando porque la cacho-novia haya leído bien los blogs y el GPS no haya perdido la cabeza y de verdad haya que ir por ese caminillo de piedras y tierra, así que por la aventura ya mola. Y cuando llegas te encuentras con unas vistas espectaculares (la primera foto de este post) y una playa estupenda en la que nosotros estuvimos prácticamente solos y que, como está entre acantilados, no sufres con el viento.
Con tanta playa, y seguir sacándole partido al certificado que nos sacamos en Honduras, hicimos buceo. En la primera tienda en la que entramos (Dive Center Corralejo) nos trataron tan bien que dejamos de buscar y con ellos nos fuimos a ver el fondo del mar al lado de la Isla de Lobos. Y vimos pececillos de colores, barracudas (que tienen una cara de mala leche que da miedo), bichos raros, y una tortuga enorme.
Aunque para ser sinceros la tortuga no la vimos todos: los hombres, sobre todo los que llevan pocas immersiones, tienden a gastar el aire de la bombona más rápido que las mujeres, así que cuando apareció la tortuga mi cacho-carne ya estaba en el barco de vuelta. De vuelta y media, verde y con el estómago del revés, para ser exactos…. que parece que los barcos después de bucear no le sientan bien.
En cuanto al resto de la arena, el desierto, la cosa es que tiene su encanto. No diría que es un paisaje bonito, pero sí diría espectacular e impresionante. Y además en Fuerteventura es casi imposible decir dónde empieza la playa maravillosa y dónde termina el desierto, así que puedes imaginarte que es todo una playa gigante…
La Única Decepción
En resumen: el plan de estar tumbados nos salió estupendo, la playa genial, el buceo muy bien, las cervecitas muy ricas… un viaje estupendo que repetiríamos en cualquier momento.
¿Cuál fue la única decepción del viaje? El Museo del Queso Majorero. A ver, que somos el tipo de gente que en vez de pasar otra mañana en la playa se mete una hora en coche por el desierto para ver un museo del queso… pero aun así tenemos ciertas expectativas. O al menos una: queso.
El museo está en un edificio precioso y muy cuidado, que casi merecen la pena los cuatro euros de la entrada sólo por él. A partir de ahí, la primera pista de que algo no cuadra es que la señora de la puerta lo que te dice que no te puedes perder es el molino y el jardín de cactuses (que aunque no tengan absolutamente nada que ver con el queso, la verdad es que les han quedado muy chulos). Y también se han currado mucho la parte de contarte el porqué de las cabras en Fuerteventura, la vida de los pastores y qué hace al queso majorero especial.
Pero es que el queso en sí ni lo hueles.
Ni siquiera en la tienda de souvenirs, que sería fácil darte a catar un cuadradito para que comprases tres kilos al precio de oro que lo tienen. Pero no. Y para recochineo, lo que sí te dan a catar es cucharaditas de sal. Que me gustaría decir que es un chiste que se me ha ocurrido a mí, pero que va en serio.
Menos mal que pasamos por el súper y nos hemos traído de recuerdo todo el queso que nos cabía en la maleta. Bueno, técnicamente más, que nos hemos tenido que traer una maleta más de las que teníamos al empezar el viaje…
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