Como casi todos los viajes a Sri Lanka, el nuestro empezó y acabó en Colombo, que es donde está el aeropuerto internacional. Es de largo la ciudad más grande del país, con más de cinco millones de personas. Técnicamente Colombo es la capital comercial de Sri Lanka y no la administrativa, pero como la capital (Sri Jayawardenepura Kotte) es una ciudad pequeñita dentro del mismo área urbana que Colombo, si dices que Colombo es la capital nadie te va a corregir.
El resto de ciudades en Sri Lanka son muchísimo más pequeñas, según la Wikipedia no más de doscientos mil habitantes redondeando mucho hacia arriba. Por eso Colombo es poco representativo de lo que es el país en términos de paisaje y estilos de vida. Salvo quizá en la desorganización, que es una parte intrínseca del país y en Colombo se multiplica por veinte.
El problema de Colombo es que el resto del páis es mucho más bonito, interesante y agradable, así que todo el mundo con el que hablamos mientras hacíamos nuestros planes nos dijo que pasásemos allí el menor tiempo posible. Y eso hicimos.
Según llegamos a Colombo tras veintidós horazas de avión, nos metimos en un coche para ir a Kandy. Es un viaje de tres horas y suena un poco masoca juntarlo con la paliza del avión, pero a esas alturas al cuerpo ya le da igual todo y también os digo que después de tantas horas en un avión, el coche parece una habitación del Ritz. Hay también un tren para hacer el trayecto si no quieres contratar un coche con conductor, pero ya os podéis imaginar que no es como el metro que pasa cada tres minutos.
Así que nuestro primer contacto con la ciudad duró lo justo para:
- pasar por inmigración -importante sacarse la visa por Internet antes de volar para ahorrar tiempo.
- coger las mochilas -una tardó bastante en salir, causando un mini-ataque de pánico.
- cambiar dólares americanos a rupias esrilanquesas -que lo intentamos en Toronto en plan «somos super organizados», pero los bancos no tienen muchas rupias a mano.
- comprar una tarjeta SIM para el teléfono -y fliparlo porque nos dieron 8GB de datos por algo así como diez dólares, que fue una alegría porque en Toronto en 2016 estábamos pagando sesenta dólares al mes por 1GB.
- conocer al conductor -que, efectivamente, nos estaba esperando con un cartelito con nuestro nombre y eso cuando vas con las mochilas en plan guarro tiene su gracia.
Cuando de verdad vimos Colombo fue el último día del viaje, y fue entonces cuando confirmamos todo lo que habíamos oído de la ciudad y agradecimos el consejo de salir corriendo. Para ser justo tengo que reconocer que después de dos semanas en el paraíso meterte en una ciudad con atascos, tubos de escape y miles de personas por la calle es un shock difícil de evitar, pero aún sabiéndolo se nos hizo bastante duro.
La pequeña Delhi y el Fuerte de Colombo
Para darle una oportunidad a la ciudad, y ya que teníamos un día entero antes de coger el avión, fuimos a ver las zonas típicas de los turistas.
La primera es el mercado de Pettah, también conocido como «La Pequeña Delhi». Fue una buena aventura porque nos molan los mercados y esto es como un Mercamadrid al aire libre donde lo mismo puedes comprar un cable para una radio de 1974 que trescientes kilos de todas las especias necesarias para preparar un curri, pero si no vas bien mentalizado el bullicio de gente y camionazos en perfecto caos indescifrable puede resultar agobiante. Insisto que nosotros lo mismo no éramos muy objetivos porque llevábamos dos semanas de relax total, pero no creo que lo llamen «La Pequeña Delhi» porque sea tranquilo como una biblioteca.
Después de Pettah nos pusimos a andar por la zona del Fuerte de Colombo, que es la parte antigua de la ciudad. Es bastante bonito porque combina la arquitectura colonial con edificios supermodernos, y más modernos que van a ser todos los hoteles que están construyendo incluído un barrio entero sobre el agua (de esto que primero tienen que ganarle espacio al mar). Pero aunque es bonito, entre el caos generalizado y el calor que hacía acabamos pasando un rato escondidos en un centro comercial donde había agüita fresca, baños, y unos banquitos en frente del aire acondicionado.
Para acabar el día con una nota positiva, nuestros contactos en Colombo, una pareja de canadienses amigos de unos amigos, nos llevaron al sitio perfecto para ver nuestra última puesta de sol en Sri Lanka: la terraza del hotel Galle Face. Uno de esos sitios que hace cincuenta años ya era antiguo y lujoso. Y cuando digo lujoso digo en plan colonial. Entre cóctel y cervecita los amigos nos contaron cómo en los seis meses escasos que llevaban allí la ciudad había cambiado mucho por toda el desarrollo que está viviendo el país. Y como trabajaban en la embajada de Canadá, también nos contaron cómo es la vida de un diplomático recién llegado a ese mundillo en un destino tan exótico (en resumen: mola mucho, pero tiene sus pegas).
Ministry of Crab
Pero aunque la puesta de sol desde la terraza del hotel fue espectacular, la mejor parte de Colombo fue la cena que nos metimos en el Ministry of Crab. Que sólo el nombre ya mola, y cuando te enteras de que es que se especializan en cangrejo pues mola todavía más. Y ya cuando te dicen que además es uno de los mejores restaurantes de toda Asia y que está en un edificio histórico que es una atracción turística en sí mismo (el Old Dutch Hospital es uno de los edificios más antíguos de la ciudad), pues te olvidas de todo el caos de Colombo y disfrutas de la vida. A mí en cuanto ví el diseño del logo y las cosas de merchandising ya me tenían ganado, pero cuando me trajeron un cajón de cubiertos para que escogiese mis armas para atacar la cena es que me enamoraron.
La parte principal del menú es bien sencilla: escoge el tamaño de cangrejo que quieres (cuanto más grande, más sabor y más carnoso), la salsa en la que quieres que lo cocinen, y no te olvides de pedir pan para mojar. Y el sitio merece toda la fama que tiene, porque el cangrejo con salsa de ajo picante que nos comimos (con unas ostras de apertivivo, ya puestos a vivir la vida) es de los mejores mariscos que me he comido nunca.
El Ministry of Crab me parece una parada fundamental en cualquier viaje a Sri Lanka, y de largo lo mejor de tener que pasar por Colombo. Porque además hay que aprovechar las oportunidades que la vida te pone a tiro, y un restaurante de ese nivel en Canadá o Europa está muy por encima de lo que la gente normal nos podemos permitir. Para comparar, esa cena en Sri Lanka vino a costarnos lo mismo que la del wine bar de Nueva York un par de semanas antes -y por bien que lo pasamos con el «sommesake» aquella noche en La Gran Manzana, me quedo con Ministry of Crab mil veces.
El Aeropuerto Internacional de Colombo
Pero ahora que os he contado lo mejor de la ciudad, aquí va una historia que resume perfectamente todo lo malo que se puede decir de Colombo.
En las fechas de nuestro viaje, el aeropuerto de Colombo estaba en obras. La cosa es que sólo tienen una pista, y las obras en vez de ser para poner una segunda pista eran sólo de mantenimiento. Así que para mantener el aeropuerto abierto pero ir arreglando la pista se sacaron de la manga una idea: trabajar por la mañana, dejar que el nuevo asfalto se secase por la tarde, y permitir tráfico aéreo sólo de noche. Es decir, todos los vuelos que normalmente despegan y aterrizan en veinticuatro horas, metidos a capón en ocho horas. Resultado: caos total. Pero caos total elevado a la potencia de Sri Lanka.
El primer mal rollo nos lo dieron en el hotel cuando nos preguntaron a qué hora queríamos el taxi para ir al aeropuerto: contestamos que tres horas antes del vuelo y nos dijeron «no, no, no, necesitáis al menos cinco, ya lo veréis». Así que cinco horas antes del vuelo estábamos en la puerta del hotel esperando al taxi, que llegó veinte minutos tarde. Y para añadir al mal rollo, la explicación que nos dio el conductor fue que la policía le había parado por saltarse un semáforo. Lo típico que te dice un conductor para dar confianza. Pero ojo que no es lo peor que pasó.
A los pocos minutos nos encontramos con que la calle que pensaba tomar para ir al aeropuerto estaba cerrada por obras, y la forma en que miraba a todos lados como buscando a dónde ir nos hizo pensar que no sabía por dónde dar el rodeo necesario. Resolvimos la duda rápidamente cuando en un semáforo bajó la ventanilla para preguntarle a un conductor de tuk-tuk. Aquí la cacho-novia tomó el mando, sacó el móvil y empezó a dar instrucciones siguiendo Google Maps.
Entre el retraso, las obras, el miedo que nos habían metido en el hotel y que había bastante atasco, le preguntamos al conductor si íbamos bien de tiempo. Y ahí es cuando lo remató. Seguramente porque no hablaba suficiente inglés como para defenderse en un momento de presión, pero es que lo lió todo aún más:
Nosotros: ¿Seguro que todavía vamos bien de tiempo?
El Conductor: Sí, sí, seguro.
N: Es que no podemos perder el avión.
EC: Es hoy, que es un poco pánico todo.
N: Pero entonces vamos a llegar tarde…
EC: No, es que hoy es pánico, pero podéis relajaros.
N: No, no podemos relajarnos porque sigues usando la palabra pánico.
EC: Sí, sí, no hay problema.
En su defensa hay que decir que llegamos al aeropuerto con cuatro horas enteras para sufrir el caos aeroportuaro más grande de la historia. Entre el coche y el avión pasamos siete controles de seguridad y pasaportes, todos con su correspondiente cola de gente hasta las narices de hacer cola.
Encontrar el mostrador para hacer el check-in fue una aventura en sí misma, y hacer el check-in online en vez de ahorrarnos tiempo nos hizo perderlo porque en la cola había varias personas que no habían hecho check-in online y les tuvieron que explicar toda la historia de internet y tres años de ingeniería de sistemas antes de que se diesen por vencidos y se fuesen a otra cola. Y para rematar, la puerta de embarque estaba dentro de una pecera (protegida por dos controles de seguridad) en la que no había ni baños ni comida ni agua; así que una vez que entras te quedas encerrado con toda la gente que está que muerde porque se les han acabado las vacaciones, son las dos de la mañana, llevan cuatro horas haciendo cola en el aeropuerto, y las próximas veinte horas las van a pasar metidos en un avión.
Pues eso, que en Colombo el tiempo justo para ir a comer cangrejos gigantes y ver la puesta de sol.
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