Una de las cosas que menos echo de menos de España es lo de tener el fútbol hasta en la sopa: qué paso en el partido de ayer, qué no pasará en el entrenamiento que no habrá mañana, qué chaqueta se ha puesto tal jugador para ir a una entrega de premios… tachadme de antipatriota, pero me satura. Así que estoy bien contento en Canadá, donde el fútbol está todavía lejos de ser un deporte de masas y donde hasta yo parezco medianamente bueno. Se ve que al final todas esas horas del recreo jugando al fútbol, por malo que seas, sirven de algo.
Aunque ojo, que mi primer contacto con un deporte de masas de por aquí también fue para tirarse de los pelos. El béisbol está al nivel de la Fórmula 1 cuando no había ni españoles a los que animar: si parpadeas te lo pierdes, así que te pasas varias horas parpadeando lo más rápido que puede el ser humano, a ver si pasa rápido.
Pero aunque es popular, el béisbol no es el deporte rey de Canadá. Ni de lejos. Vale, en cuanto a amor del pueblo está algo por encima del baloncesto (aunque ojo, que con la temporada que están haciendo los Raptors esto va a subir como la espuma), pero sigue estando a años luz del hockey, que es el deporte que de verdad lo peta aquí. Ni siquiera el curling puede hacerle sombra al hockey, y eso es mucho decir.
Adonde quiero llegar con todo esto es que ir a ver un partido de hockey está en la lista de imprescindibles de cualquiera que se tome en serio lo de integrarse en Canadá. Y la única razón por la que yo he tardado tres años en ir es porque, de tan popular que es en Toronto, resulta inaccesible. Lo más barato que he visto, en la última fila del tercer piso y con columnas en medio, son $45 y esas entradas vuelan, así que lo normal es que lo más barato que puedas encontrar sean $100-$160 por persona. Y de ahí para arriba, hasta lo que te quieras gastar y sin contar que la cerveza la tienen a $14, que parece que creen que lo que sale del grifo es oro.
Así que os podéis imaginar que cuando el jefe le dijo a mi cacho-carne que nos llevaba al hockey fue como si Papá Noél y Los Reyes Magos hubieran juntado fuerzas para hacer algo impresionante. Porque además el tío era consciente de que llevar a mi cacho-carne a su primer partido de hockey era sentarse al lado de un tío haciendole fotos a un calcetín, mientras él nos tenía que ir explicando las normas. Tiene merito. El jefe mola.
Para redondear la magia del asunto, el partido no era un partido cualquiera. Eran los Toronto Maple Leafs, que aparte del equipo de la ciudad es uno de los «Original Six» y (aunque al final siempre la cagan) son un equipo fuerte, contra nada menos que los Patos. Los mismos Patos de la mítica peli de los Patos. Que ya no llevan el logo molón de los Patos, pero que siguen siendo los Patos y además llegaban líderes de su división. Aunque sean de Anaheim, una ciudad donde creo que no hay más que un semáforo, una gasolinera y el equipo de hockey… siguen siendo los Patos.
Y no sé mucho de hockey, pero fue un señor partidazo. Los Patos controlaban el puck mucho más y tiraron a puerta muchas más veces, pero el portero de los Maple Leafs tenía el día tonto y lo paraba todo. En el otro lado, los Maple Leafs parecían más perdidillos pero con mucho más acierto de cara a la portería, y entre los goles que metieron hubo dos espectaculares como… sí, como en la peli de los Patos. El resultado final fue un muy merecido 6-2 para Toronto, así que nos fuimos todos a casa bien contentos.
La verdad es que el hockey, o al menos este partido, me ha devuelto la fe en los deportes de masas de norteamérica. La NBA me parece muy espectacular pero en cuanto a estrategia y jugar en equipo creo que es inferior al baloncesto europeo, del béisbol ya he dicho todo lo que tenía que decir y del fútbol americano hablaré cuando vaya a un partido en directo, pero pinta parecido al béisbol: media hora que no pasa nada, diez segundos apoteósicos, media hora que no pasa nada.
En cambio el hockey es, por defecto, muy rápido. Supongo que en gran medida porque resulta difícil quedarse parado en el hielo cuando vienen tíos con palos a quitarte la pelota, pero además de eso tienen bastantes normas para evitar que se convierta en un corre calles o un partido de tenis. La idea es que el puck tiene que moverse siempre de forma controlada, pasando de un jugador a otro y sin hacer «patapum p’arriba». Para que os hagáis los entendidos cuando vayáis, las normas básicas para que esto funcione son el fuera de juego, el pase de dos líneas y el icing. Entre eso y que el puck tampoco se queda quieto en el hielo al final siempre están moviéndose. Que seguro que te puede salir un partido malo como en cualquier otro deporte, pero que al menos está pensado para que sea una cosa interesante.
Y si los jugadores son malos jugando al hockey siempre están las peleillas para darle emoción a la cosa. Aunque es un tema peliagudo, porque hay muchos jugadores que han acabado con lesiones permanentes de tanto darse golpes (de los que valen según el reglamento y de los que no). De hecho en los últimos años están intentando cortarlo y, por lo que me han contado, han reducido mucho el número de peleas por partido. El mejor argumento que oí en contra de las peleas es que, como los niños imitan lo que ven, los partidos de infantiles se les estaban yendo de las manos. En nuestro partido, aparte de los golpes permitidos, hubo un par de amagos de tangana pero no llegamos a ver puñetazos serios. Eso sí, a la gente del estadio en cuanto se ve que puede haber bronca se le iluminan los ojos que te sientes en el circo romano, todo hay que decirlo.
Otra cosa que me hizo gracia es que no vi cheerleaders. Como en este lado del mundo parece que todo tiene que ser un espectáculo completo yo pensaba que lo mismo tenían todo un ejercicio de patinaje artístico de minifalderas en los descansos, pero no. Eso no significa que no hayan encontrado la forma de sacar a unas cuantas chicas monas de vez en cuando, ojo. Lo que pasa es que en vez de bailar, las ponen a limpiar el hielo. Vestidas para el frío, pero que se vea bien que están de buen ver mientras patinan con sus movimientos gráciles y ligeros. La escena la rematan unos señores poco espectaculares y nada graciles que recogen el hielo en cubos de basura con ruedas, como para devolverte a la realidad.
Vamos, que el hockey muy bien y espero poder ir a otro partido sin tener que esperar otros tres años. Y que nadie se confunda, que por mucho que vivamos en Toronto y este haya sido mi primer partido de hockey a mi me dejaron bien claro cuando llegué a Canadá que yo iba con los Montreal Canadians, punto.
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