Cuando el Karma paga

Desde hace unos años de vez en cuando me da por pensar en que, si todo el mundo escogiese creer en el Karma, el mundo iría mucho mejor para todos. Y no por ningún milagro espiritual, sino por una simple ecuación matemática: si todo el mundo cree que haciendo el bien y ayudando a los demás coleccionas puntos que luego puedes canjear porque otra gente te ayude a tí, el resultado es que todo el mundo va por ahí haciendo el bien y (esto es lo bueno) beneficiándose de todo lo bueno que hacen los demás.

Pero lo mismo es verdad que es el programa de puntos más antiguo de la historia, y que aunque no tenga una app en el teléfono y un marketplace para escoger tus regalos, de vez en cuando el Karma paga. Y se ve que yo tenía muchos puntos acumulados.

Hace un par de semanas la empresa de mi cacho-carne hizo un evento interno al que mi cacho-carne estaba invitado. Pero no era un evento de esos típico de ir a la oficina a ver un powerpoint y aplaudir, sino tres días en Los Ángeles. Viendo powerpoints y aplaudiendo, sí, pero al lado de la playa mientras en Toronto estaba nevando. Ahí se tuvo que ir ya un buen puñado de puntos… pero eso no es nada.

El calcetín Xavi en playa de santa mónica
Más reuniones con los Vigilantes de la Playa de fondo, por favor.

Nada más aterrizar en Los Ángeles, el jefe de mi cacho-carne, que estaba sentado justo delante en el avión, se da la vuelta y dice «¿quieres ir a un partido de hockey?». Y a ver, a mi cacho-carne el hockey no es lo que más le interesa en el mundo, y a veces puede ser un poco pelota, pero os prometo que dijo «sí» a toda prisa de todo corazón: plan hecho sin tener que pensar, un evento deportivo de primera línea, y posibilidad de que el jefe se estire y pague un par de cervezas. Y menos mal que mostró total convicción sin pararse a preguntar ni siquiera a cuánto estaban las entradas, porque aquí es donde de verdad gastamos todos esos karmapoints y pasamos de «un buen plan» a una noche digna de desempolvar el blog.

Resulta que el jefe no estaba pensando en comprar entradas, sino que una compañera de la oficina está saliendo con uno de los jugadores de los LA Kings y, sabiendo que íbamos a estar allí unos cuantos canadienses el día en que su novio jugaba precisamente contra los Canadiens de Montréal, nos había conseguido entradas. Y no sé si así de maja siempre, si quería impresionar a su jefe (misión cumplida), o si quería ganarse ella una millonada de puntos del karma, pero mi agradecimiento eterno ya lo tiene. Porque las entradas eran en primera fila, al lado de una de las porterías, y con acceso a la sala VIP con barra libre de bebida y comida. Literalmente el tipo de entrada que los equipos se guardan para invitar a las estrellas de Hollywood.

Partido de hockey de los LA Kings contra los Montreal Canadiens
Desde estos asientos si dices algo a los jugadores te oyen perfectísimamente.

El partido de hHockey salió bueno. Los Canadiens empezaron ganando y su portero estaba a tope, y fue sólo al final cuando los LA Kings le dieron la vuelta al marcador para acabar ganando 3-2. Uno de esos partidos que da gusto ver en el estadio con todo el ambiente… pero para saber cómo fue el partido podéis buscar un resumen en YouTube y a mi madre, que es una de las cinco personas que lee este blog religiosamente, le importa un pimiento si hubo goles o canastas o tachdouns. Vamos a lo que interesa.

Lo primero es que la zona VIP del estadio de hockey es como un club nocturno de moda. No le han puesto ni ventanas para ver el partido (lo tienen puesto en unas teles junto con otros partidos que se juegan a la vez), aunque eso lo mismo es a propósito para «invitar» a la gente que va al hockey a volver a sus asientos y no apalancarse en la barra libre. Y oye, conociéndome a mí y a mis amigos, me parece buena idea.

Camino de los vestuarios de los LA Kings
De camino a la sala VIP te cruzas con los jugadores saliendo del vestuario.

Nada más entrar fuimos a por una buena pinta de cerveza, y al darnos la vuelta para buscar una mesa mi cacho-carne vio una máquina de palomitas y obviamente fuimos corriendo. Pero claro, volviendo con la cerveza y las palomitas pensando «qué vidorra tienen los ricos, palomitas gratis» nos encontramos con el platillo de picar que se había preparado el jefe de mi cacho-carne: una tabla de quesos, unos fiambres (toda la pinta de ser ibéricos, os lo digo yo que de esto sé un huevo), y una selección de sushi. Una mezcla curiosa, sí, pero así es la vida en una barra libre de lujo.

Obviamente mi cacho-carne salió hacia donde estaban los quesos si haber llegado a sentarse y con toda la intención de comer queso con sushi, y de camino pasamos al lado de la selección de postres y un cocinero haciendo crêpes a quien se lo pidiese. No nos paramos a por un crêpe, pero al volver a la mesa con todo de nuestro grupo nos encontramos con que nos habíamos perdido algo: todo el mundo había pasado de cervezas a cócteles de coñac. Así que mi cacho-carne se comió lo que había en su plato y se terminó la cerveza para ir a buscar su cóctel, claro.

Perrito caliente
Vaya vidorra.

Lo del cóctel es porque estaba allí el promotor de la marca haciendo su trabajo (muy bien hecho, claramente), y nos quedamos un rato hablando con él de historias de inmigración porque era francés y si algo nos puede unir con los franceses es intentar entrar en Estados Unidos el día que el agente de aduanas se ha levantado con el pie izquierdo. El caso es que hicimos buenas migas y para rematar nos puso una copita del coñac superior para hacer un maridaje con los brownies de chocolate (exquisitos) que estaban al lado del cocinero de crêpes.

Y ese brownie debería haber sido el postre, pero al volver a la mesa uno de los compañeros de trabajo había encontrado otra joya de estación en la sala: haz tu propio perrito caliente. Y eso son palabras mayores, y ahora os puedo contar que el maridaje de perrito caliente con un cóctel de coñac en un partido de hockey es una de las mejores cosas en las que puedes gastar tus puntos del karma.


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