El otoño fuimos a Londres y tuve que escribir un post porque, aunque era la segunda vez que la visitaba, la primera vez fue hace tanto tiempo que este blog todavía no existía. Pues, como si fuese una temporada especial de revivials, hace unas semanas hemos ido a Nueva York y aquí tenéis un post porque, aunque también era la segunda visita, la primera fue hace tanto tiempo que (ojo al dato histórico) es posible que este calcetín todavía no existiese.
Preparativos
La excusa del viaje era que mi cacho-carne tenía que estar en Nueva York para reuniones con clientes, así que su billete de avión estaba pagado. Además, gracias a los viajes de trabajo del año pasado teníamos suficientes puntos para que la cacho-novia volase también por la patilla. Y como si fuese cosa del destino las reuniones eran martes y miércoles y el lunes de esa semana era fiesta en Ontario. Vamos, alineación de planetas total para marcarnos una escapadita.
Además, a la cacho-novia le encanta Nueva York (¿lo mismo por eso se conoce a la ciudad como «la Gran Manzana»?) y se sabe todos los sitios importantes. Si el mapa que se curró para ir a Chicago era impresionante, el de Nueva York tiene un 20% más de recomendaciones molonas que no os podéis perder si estáis pensando en ir. Sí, viajar así es muy fácil y tenemos mucha suerte.
Lo más difícil esta vez era coordinar lo que esperábamos del viaje, porque habiendo estado una sola vez y hace casi veinte años mi cacho-carne y yo queríamos hacer todas las turistadas, pero la cacho-novia se las sabe ya de memoria y quería hacer cosas más cool. Al final conseguimos llegar a un acuerdo, y si mi contribución principal al mapa de Chicago fue ir a ver la estatua de Michael Jordan aquí fue la Estatua de la Libertad. ¿Lo mismo es que soy muy de ver estatuas y no nos habíamos dado cuenta hasta ahora?
Brooklyn mola más
La ventaja de ir con alguien que ya sabe cómo disfrutar de un fin de semana en Nueva York no es sólo saberse los restaurantes que molan, sino también en qué parte de la ciudad buscar alojamiento. Lo conocido de Nueva York es Manhattan, pero quedarse a dormir por ahí cuesta un riñón porque ahí está todo lo importante de este mundo: Central Park, el Empire State, Times Square, algunos de los museos y restaurantes más famosos del mundo, el cuartel general de la ONU… así que o tienes un buen presupuesto o hay que buscar en otro barrio.
Y ahí está el problema: ¿qué otro barrio? Porque tiene que estar bien comunicado con todo lo que quieres ver y salir a buen precio, pero tampoco quieres acabar en una de esas calles de Nueva York por las que hay tanta serie de policía y tanto super héroe con trabajo en la ciudad (Spiderman, Luke Cage, Los Cuatro Fantásticos, Las Tortugas Ninja, el cuartel general de S.H.I.E.L.D., Daredevil, Jessica Jones, Iron Fist…). Es que si escoges mal escoges lo mismo escoges muy mal y a la porra el fin de semana.
La cacho-novia no dudó. La respuesta es Brooklyn. Y sin considerar lo de los superhéroes ni nada.
La zona de Williamsburg lo tiene todo: los apartamentos en AirBnB son asequibles, está a pocos minutos de Manhattan en metro, no tiene problemas de seguridad, tiene un ambiente molón… y por supuesto varios sitios de comida a los que la cacho-novia nos quería llevar porque sabe lo que nos gusta. Como un sitio de barbacoa, Fette Sau, en el que compras la carnaza al peso (me recordó al sitio de braai en Ciudad del Cabo) y que se convirtió en uno de mis sitios favoritos de la ciudad en la primera hora desde que aterrizamos. Por que sí, fue dejar las maletas e ir a comer, aunque fuese media noche.
Quedándonos en un sitio tan molón, el día siguiente lo pasamos casi todo por el barrio. Empezamos con otro de los sitios de comida guay: Diner (que es un juego de palabras muy hypster: ese tipo de restaurante se llama diner y es el nombre del propio restaurante y suena parecido a dinner que significa «cena»). Este sitio es uno de los mejores ejemplos de por qué el brunch es la mejor comida del día y por qué Nueva York es la meca del brunch.
Después de comer fuimos a un mercadillo (de antiguedades, no de los de tres bragas por un euro) y luego al Puente de Brooklyn que es parada turística más que obligatoria. No es sólo que salga en todas las series y películas, es que molaría igual si no le hubiesen hecho nunca una foto.
Por encima de los coches que cruzan el puente hay un paseo por el que se puede andar e ir en bici, con unas vistas estupendas de la ciudad y hasta de la Estatua de la Libertad. Además, en las fotos que haces desde el puente sale el propio puente, no como cuando haces una foto de París desde la Torre Eiffel y te falta la Torre Eiffel en la foto y tienes que explicar dónde estás. Dato: cada uno de los cables gordos que sujetan el puente de Brooklyn está compuesto por más de 5000 cables, que parece mucho pero en el puente de al lado son más de 9000. A veces los carteles informativos tienen su gracia.
El último sitio que voy a recomendar de Brooklyn es el Radegast Biergarten. Sólo con el nombre ya tenía potencial para convertirse en otro de mis sitios favoritos de la ciudad, y no decepcionó. Porque en general los biergarten molan por aquello de la bier, pero este además tenía música en directo super animada y unos pretzels del copón. Las salchichazas también tenían buena pinta pero al ritmo de comidas que íbamos alguna cosa nos tuvimos que saltar. Aquí además nos encontramos a gente del curro de la oficina de Nueva York… se ve que contratamos a gente con determinado perfil.
Manhattan y sus paradas obligatorias
Salvo el puente, toda la visita a Brooklyn fue más de conocerse la ciudad y los sitios guays, Pero como decía al principio también negociamos visitas a sítios típicos, y casi todos están en Manhattan.
El primero de ellos: su alteza real la Estatua de la Libertad. Es una de las cosas que se nos quedaron pendientes hace casi veinte años así que era prioridad absoluta. Y os puedo decir que al verla por primera vez sientes una mezcla de «esto mola un taco» y «¿no estuve aquí ayer?», de tanto que la has visto por la tele y en fotos. Pero merece la pararse un momento a pensar en el símbolo que estás viendo, sobre todo en estos tiempos en que tanta falta le hace a Estados Unidos un faro de libertad y tal.
Para ver la estatua puedes coger un barco que te lleva a su propia islita, y si quieres puedes también pagar el extra por subirte a la coronilla de la señora y sentirte como en Cazafantasmas II. Pero aquí va uno de esos trucos de la cacho-novia: en vez de dejarte engatusar por los muchos vendedores de tours, puedes coger el ferry municipal a Staten Island que es gratis y pasa suficientemente cerca de la estatua para que te quedes satisfecho con las fotos. En cuarenta minutos y sin gastar un céntimo te has ventilado una de las visitas más famosas del mundo.
Como en el ferry no había comida, en cuanto volvimos a Manhattan nos fuimos paseando por la zona de Tribeca y la orilla que da a Nueva Jersey para ir a comer al Spotted Pig, sitio del que mucha gente dice tiene la mejor hamburguesa de NYC. Y la verdad es la hamburguesa está genial, pero tienen otras cosas mucho más interesantes en el menú que en mi pedante opinión merecen más fama que la hamburguesa. Pero claro, esto es América así que si haces una hamburguesa del copón ya da igual todo lo demás. En cualquier caso, un sitio muy recomendable y hacen su propia cerveza que también está rica.
Para bajar la comida nos dimos un paseíto por el High Line, un parque muy cuco que han montado sobre una antígua vía del tren. Que sí, que suena raro hablar de un parque en Nueva York y que no sea Central Park, pero este nos pillaba mucho más a mano y en Central Park ya habíamos estado. High Line tiene además vistas muy chulas tanto de la costa como de Manhattan mismo así que para un paseíto al solete está muy bien.
Pero como decía al principio, mi cacho-carne y yo queríamos hacer todas las turistadas más turísticas de las que la cacho-novia ya pasa. Así que con el hotel del trabajo entre la Sexta y la Séptima avenidas y algún rato libre entre reuniones (reuniones que incluyeron desayunar helado y jugar a los bolos, que tampoco es para quejarse…) en cuanto la cacho-novia se fue para el aeropuerto el lunes nosotros salimos disparados.
Lo primero fue ir a Times Square, la Puerta del Sol de las noches de fin de año neoyorquinas. Un sitio al que hay que ir para fliparlo con los carteles y las luces y el bullicio, pero que es un poco como la calle Preciados de Madrid el cinco de enero. Miento, es peor, porque Preciados la noche de Reyes se peta de gente pero no ha llegado al punto de tener que poner carteles que digan que no puedes dejar de andar que creas atasco. Es fácil entender que la cacho-novia no sintiese la necesidad imperiosa de volver a pasar por aquí.
Lo que sí hay que decir de Times Square es que representa a la perfección la imagen de Nueva York: un sitio tan bizarro de por sí que a la gente le da absolutamente igual que vayas con un calcetín en la mano haciendo fotos. Eso sí, a Times Square no basta con ir una sola vez: hay que ir de día para ver el locurón de gente y de noche para ver el locurón de todas las luces. Aunque si hay que escoger, es mucho más impactante de noche y es más fácil moverse.
La segunda parada obligatoria desde el hotel era ir a rendir tributo a su majestad el Empire State Building. Porque aunque no hacía falta subir (ya lo hizo mi cacho-carne en aquella primera visita hace mil años) sí hacía falta volver a ver su inmensidad inmensa y hacer la foto con el calcetín. Además, es que si estás andando por esa zona de la ciudad es imposible no verlo.
Y voy a terminar el repaso a Manhattan con el restaurante que la cacho-novia escogió para su última comida del viaje: ABC Kitchen. Como os podéis imaginar, es uno de los mejores restaurantes de la ciudad, pero como esto es Nueva York y aquí vale todo lo curioso de este sitio es que está dentro de una tienda de alfombras. Como despedida de la ciudad no puede haber muchas cosas mejores, porque obviamente la comida fue increíble.
Una noche sofisticada
El mismo día de la Estatua de la Libertad acabamos haciendo el aperitivo de la cena en Eataly, que es una mezcla entre tienda gourmet y bar de moda un poco pijillo en el famoso edificio Flatiron. Un poco como el Mercado de San Miguel de Madrid, pero exagerado en plan Nueva York tanto en molonismo y comida estupenda (a nosotros nos ganaron con la mejor burrata de la historia) como en precios. Vamos, que está guay para un rato pero es carete y cuesta imaginar los sueldos de la gente que va ahí a hacer la compra como si fuese el Mercadona.
Pero un día es un día y un viaje a Nueva York es un viaje a Nueva York. Y ya que habíamos empezado con Eataly decidimos pasar una noche sofisticada del todo (algo para lo que la ciudad está muy bien dotada) y nos fuimos a Compagnie de Vins Surnaturel, un wine bar que la cacho-novia tenía ya localizado. Fuimos con la idea de tomarnos una copa o dos y aprender algo más de vino, pero al llegar nos encontramos con que tienen una cosa que llaman «somekase» y hubo que cambiar el plan. El nombre viene de juntar sommelier y omakase, y básicamente siginifica que le cuentas al camarero cuánto te quieres gastar, qué tipo de vinos quieres probar y él te va sacando cosas que beber.
Y la verdad es que además de beber más de las dos copas que teníamos planeadas (pensamos que serían racancillos con las cantidades, pero nos trataron muy bien) sí que aprendimos bastante de vinos. Probamos cosas del nuevo mundo y del viejo mundo, haciendo comparaciones y maridajes con las cosas de picar que fuimos pidiendo. Pero de lo que más hablamos fue de los vinos orgánicos (sin química y tal), los vinos naturales (lo orgánico llevado al exceso, dejando que el vino se desarrolle totalmente a su bola) y los vinos biodinámicos (ya en plan loco siguiendo ciclos lunares y dando de beber infusiones a la vid -ojo, que no es coña). Tres cosas que están muy de moda en Nueva York pero que no pondría yo en la lista de exquisiteces… y no es sólo mi pendate opinión, que el propio sommelier describió el sabor general de los vinos naturales como «cuando visitas una granja, abres la ventana y te llenas la nariz de los olores del campo». A su manera era un salao, y en su defensa hay que decir que el que nos puso era bastante mejor que eso.
Sleep No More
Para terminar he guardado el momento más cultural de todo el viaje.
Una de las cosas típicas que hace la gente de bien cuando está en Nueva York es ir a ver algún espectáculo, más que nada para poder decir que ha visto un musical en Broadway y que fue fantástico y que qué experiencia más enriquecedora. Pero fuera de coñas, en Nueva York están algunas de las mejores cosas que puedes ver, y aunque la oferta de Broadway es más que atractiva nosotros decidimos dedicar nuestro día y presupuesto de espectáculo a Sleep No More, una obra de teatro elevada a la pontencia Nueva York de «vamos a hacer algo molón y raruno».
Para empezar, el escenario es un hotel. No es que represente un hotel o que esté en un hotel. Es que es un hotel de cinco plantas, con un huevo de habitaciones. Y tú como público en vez de estar sentadito te puedes pasear con total libertad por el hotel. Así que ves a gente sobándolo todo, comprobando si los teléfonos funcionan, sentándose en los sofás, leyendo los libros y notas que hay sobre las mesas… en serio, puedes hacer lo que te apetezca.
Para ver la obra en cuestión lo que haces es seguir a algún actor, a quienes se reconoce porque el público lleva máscaras tipo Eyes Wide Shut y los actores no. Por ejemplo, vas paseando por una planta decorada como el vestíbulo de un hotel donde hay un conserje, de repente llegan dos personajes más y ves esa escena, y cuando la escena se acaba tienes que decidir si sigues al rubio, sigues al viejo, o te quedas pululando por ahí. Siempre te quedas con la intriga de si has escogido bien, y siempre hace gracia ver a un personaje andando y detrás a treinta personas con las máscaras esperando a que pase algo.
Al principio cuesta un poco entrar en la dinámica, porque no sabes si está pasando algo en otro lado y te lo estás perdiendo, pero cuando le coges el tranquillo mola bastante. Sobre todo lo de estar tan cerca de los actores, que a veces hasta te tienen que apartar disimuladamente porque estás demasiado en medio de la escena o sentado en la silla que necesitan.
Lo único malo es que es complicado seguir la trama. No sólo porque no puedes estar en más de un sitio a la vez y la historia no te espera, sino porque además es una obra sin diálogo así que según los personajes y escenas que ves tienes que montarte la película. Y a veces te das cuenta de que no hay nadie a tu alrededor y piensas que lo mismo se ha terminado la obra y no te has enterado, hasta que encuentras otro actor al que seguir. Pero a cambio cuando de verdad acaba la obra y te encuentras en el bar con tus amiguetes (intentar ir juntos todo el rato es una tontería) habláis de lo que habéis visto cada uno y más o menos reconstruís la historia juntos. Y luego miráis en internet y veis que no habéis dado ni una, pero sigue molando.
Habrá que volver
Y esto es lo que dan de sí cuatro días en Nueva York mezclando alguna turistada con sitios más secretos. A ver si hay suerte y cae otra reunión allí pronto, que no fuimos ni a la mitad de los sitios del mapa.
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