Dado que la novia de mi cacho-carne está otra vez al otro lado del Atlántico este verano el susodicho y yo nos hemos vuelto adobar a las vacaciones familiares, para alegría de su madre. Lo bueno de este plan, aparte de pegarte unas vacaciones estupendas por la patilla, es que te llevan de un lado a otro y sólo tienes que sugerir algún plan de vez en cuando. Nuestra propuesta para compensar dos semanas de gorroneo fue ir un día a conocer Oporto, aprovechando que el campo base estaba cerca de Vigo.
Además de lo mucho que nos gusta Portugal, para esta visita contábamos con las sugerencias de la novia de mi cacho-carne para no perdernos nada de lo esencial. Es decir: dónde comer, dónde beber, qué pastelillos comprar y un par de monumentos que visitar para hacer la digestión. Un éxito de visita, como podéis imaginar.
Lo primero que visitamos, principalmente porque pillaba al lado del parking donde dejamos el coche, fue la Torre dos Clérigos. Aparte de su belleza intrínseca la gracia que tiene es subir los 240 escalones que hay para llegar a la parte más alta, desde donde puedes ver una panorámica estupenda de toda la ciudad (cuando digo toda es toda, porque puedes asomarte a todos todos lados). Merece mucho la pena, aunque las escaleras son de esas de las que hacían hace 200 años (hechas para que suba una persona una vez a la semana en vez de un aluvión de turistas cada hora) así que tendrás que meter tripa más de una vez para dejar pasar.
Tras hace el ingente número de fotos correspondiente, nos bajamos de la Torre y empezamos a patear Oporto. Como en Lisboa, simplemente perderse por las callejuelas y cuestas te puede llevar a descubrir una arquitectura tan caótica como maravillosa, con casas rematadas con azulejos de arriba a abajo, plantas de los colores más vivos o, por qué no, muestras del orgullo patrio de las que en España se considerarían de “muy facha” para arriba por esa tontería que aún tenemos con la bandera. En cualquier caso, varios rincones tan de postal como la propia estación de tren o el Ponte de Luiz I.
Como no podía ser de otra manera nuestro paseo no llevó hasta la hora de comer. Igual que en España, la mejor opción si no quieres pasar por el mercado y preparar tú mismo la comida, es buscarse un restaurante pequeño, alejado de zonas turísticas y bien lleno de gente del lugar. No hay que preocuparse de no entender el menú, porque el portugués se entiende bastante bien, y en realidad basta con saberte la conversión frango-pollo, perú-pavo y vitela-ternera.
Uno de los grandes motivos por los que me gusta esta provincia el país vecino es por su comida, tanto por las recetas y calidad como por las ingentes cantidades. No es sólo que Portugal sea, en general, más barato, es que además los portugueses tienen por costumbre llenar los platos de una forma que asustaría incluso a mi abuela. Otra cosa es que seamos un poco salvajes y, aun yendo a un restaurante en particular avisados, nos pudiese la gula y pedimos un plato para cada uno y dos entrantes para compartir. El resto de la ciudad la visitamos rodando.
Y diréis, ¿pero Oporto no es famosa por el….? Vino, sí. Lo dejaba para el final para que no me llamaseis borracho. Además del atractivo del vino en sí mismo, los habitantes de Oporto han sabido ver el negocio del enoturismo, que aparte de una forma muy elegante de enturciarse es una oportunidad excelente para aprender un poco sobre vino y luego soltarlo en tu reunión de amigos más pedante. Vaya, un plan estupendo.
Por recomendación nosotros visitamos los secretos de la bodega Taylor’s, que según ellos mismos es la bodega más antigua, la única que no se ha vendido a otras empresas, la única que no se ha rebajado a hacer vino de mesa además de Oporto y la única que sigue haciendo las clases más complicadas de este vino. Teniendo en cuenta que es de las gratuitas, que te invitan a una cata de dos tipos de vino y que la tienda tiene precios en torno al 15% más baratos que las tiendas de la ciudad, yo lo llamaría visita imprescindible, aunque en imagino que cualquiera de las bodegas merece la pena y las condiciones deben de ser muy parecidas.
Como yo no os invito a copas supongo que no tiene mucho sentido que os cuente aquí todos los intríngulis de la elaboración de los diferentes vinos de Oporto (porque os quito la excusa de ir a hacer la visita cultural), pero sí quiero compartir las curiosas unidades de medida utilizadas por las bodegas antes de que se implantase el litro: la cantidad de vino que puede llevar una mujer en la cabeza (equivale a 30 litros) y la cantidad de vino que debe beber un hombre al día (2 litros). Os digo que los portugueses me caen bien.
Después de la bodega dimos una vuelta sin hacer muchas eses por la parte alta del Ponte de Luiz I, y luego fuimos hacia el coche parando para coger pasteles (imitación perfecta de los pasteis de Belém de Lisboa, aunque sin “denominación de origen”) y varios tipos de croquetas y empanadillas para la cena. Se nos quedaron por el camino museos, monumentos y parques, pero lo cierto es que para tener sólo unas horas nos hicimos una buena idea de la ciudad y la disfrutamos.
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