Desde que la novia de mi cacho-carne llegó a España estaba claro que una de los viajecillos de fin de semana iba a ser a Barcelona, que es una ciudad de nuestro querido país bien famosa. Además, la novia de mi cacho-carne ya había estado y resulta que es una ciudad de la que está enamorada, así que no podíamos fallar. Y, para rematar la jugada, teníamos una casa donde dormir por la patilla una de las noches, así que la alineación de planetas era perfecta para que por fin este calcetín conociese la Ciudad Condal.
Como todo buen madrileño, una vez me bajé del AVE (que por cierto es la leche) empecé a mirar con los ojos entornados a todo el mundo, por aquello de que en seguida te cogen el acento y te tratan con cierto desdencillo porque tú eres de la capital y ellos son de Barna, neng. Pero desde ya digo que en todo el fin de semana no sentí ningún tipo de desprecio ni resquemor proveniente de nadie, salvo de una camarera que ya era borde de por sí y simplemente un poco más borde con nosotros. Se agradece que podamos ir acabando con estas tonterías entre nosotros y guardar todo nuestro resquemor contra los calcetines de hilo y los franceses.
Yendo al grano, Barcelona es una ciudad la mar de chula, llena de sitios que visitar y cosas que hacer. En mi opinión, es una ciudad muy abierta y cosmopolita, el tener mar le da mil puntos extra y lo único que a mí me desquicia un poco es que la mitad de la ciudad tiene un horrible tufo gafapasta/culturetilla. Da igual que sea un museo, una tienda de chocolate o un bar, todo desprende diseño y molinismo moderno. O molinismo retro, pero porque eso lo moderno, no sé si me explico.
La otra cosa que no termino de entender es que parece que se han puesto de moda las tascas vascas, porque tienes por todas partes bares donde comer y beber igualito que en San Sebastián. No es algo que me desquicie como el gafapastismo (de hecho bien que aproveché la situación para comer), pero creo que turísticamente hablando no es lo mejor porque los guiris deben volverse a sus casas con una buena empanada mental de la cultura española. No me sorprendería llegar a Tokio y encontrarme un “Bar Catalunia” donde ponen txacolí y pintxos de bacalao.
Para quien busca algo más de la tierra, por lo que yo he visto de lo mejor que puedes hacer es ir a visitar el mercado de la Boquería (que de todas formas es una parada obligatoria) y comer en alguno de los baretillos que hay ahí. De hecho, la recomendación del chef (la novia de mi cacho-carne, vaya) es el “Quim de la Boquería”, que es más caro de lo que cabe esperar de un tugurio dentro del mercado pero al parecer la comida merece muchísimo la pena, cosa que tampoco se espera de un tugurio dentro del mercado.
Yendo a la parte cultural, es imprescindible si pones la panza en Barcelona visitar el Parque Güell, el parque diseñado por Gaudí y que es simplemente genial. No os dejéis engañar, el autobús te deja en la puerta (tras dar un rodeo) y te ahorras subir una cuesta del copón. Además, visitar el parque es la única forma en que la gente normal puede disfrutar de Gaudí, porque la gran pega de Barcelona es que es cara de narices a la hora de visitar cosas. Que yo comprendo que terminar algo tan descomunal como la Sagrada Familia requiere una inversión importante, pero que no hace falta construirla en oro y 11 eurazos la entrada hacen que mucha gente se quede sin entrar (bien ayudados por la impresionante cola).
Lo mismo, pero mucho más hiriente, pasa con la Casa Batlló. Resulta que es algo tan chachi que va la UNESCO y lo declara Patrimonio de la Humanidad, que viene a decir que hay que conservarlo y cuidarlo para que todo el mundo pueda verlo y disfrutarlo por los siglos de los siglos. Pero resulta que lo que la han debido de declarar es Patrimonio de la Humanidad Pastosa, porque no me parece a mí que 16 euros la entrada faciliten el acceso universal a la cultura, precisamente. Creo que con semejante cantidad de turistas y tal variedad de monumentos la ciudad podía fácilmente encontrar otras formas de financiación para facilitar que la gente joven, o la que no tiene un presupuesto muy amplio para viajar, pueda disfrutar de estas cosas. Tengo que repetir que la ciudad me encanta y el ambiente es genial, que disfruto paseando de un lado para otro, pero se me queda esta espinita clavada de no haber entrado a dos monumentos que aparecen en los libros de historia simplemente porque no me llegaba el dinero.
A cambio, metiéndonos en la parte amable de Barcelona, existen unos cuantos sitios muy recomendables. Para empezar, una Catedral en la que no sólo puedes beber agua de una fuente, sino que lo haces al lado de un estaque con cisnes. ¡Cisnes en la casa del Señor! En mi opinión es algo digno de ver. Como lo son la Sagrada Familia, la Casa Batlló, el Parque Güell y todo lo que huela a Gaudí, que aunque te quedes en la puerta es algo impresionante. Por supuesto, ya lo he dicho antes, el mercado de la Boquería es una parada vital: la vida que desprende este sitio es espectacular, y todo gira en torno a la comida. Y claro, teniendo mar no se puede dejar de ir a ver el puerto y la archifamosa estatua de Cristobal Colón señalando para donde no es (si esta estatua nos dice algo es que el chico no “descubrió” América, sino que más bien se la “encontró”) y, si tienes suerte, uno de los barcos más famosos del mundo: el Rainbow Warrior de Greenpeace.
Y por fin ha llegado el momento de hablar de cosas que nadie conoce y que a mí me han encantado. La primera es una tiendecilla/bar de chocolate que se llama Bubó, situada detrás de una placilla estupenda. El sitio es de esos muy gafapastas que hemos comentado antes, pero cuando pruebas sus postres se te va de la cabeza todo prejuicio porque está buenísimo y a un precio muy asequible teniendo en cuenta la calidad de las creaciones (que así llaman los gafapastas al postre). Además… ¡te regalan el vaso! No voy a decir que escogiese mi chocolate porque sabía que me iba a quedar con el vaso de cristal, pero sí que se agradece no tener que planificar cómo escurrírtelo al bolsillo.
Pero la gran sorpresa de este viaje ha sido sin lugar a dudas Happy Pills, una tienda de gominolas cuyo nombre debe de ser ilegal bajo las leyes de protección del menor por incitar al consumo de drogas. Es un sitio tan genial que merece que le dedique un post entero, así que tendréis que esperar.
Y , como siempre digo al llegar al final de un artículo sobre una ciudad o un país, todo esto no son más que palabras y algunas fotos chulas, y si de verdad quieres conocer Barcelona tienes que ir hasta allí y patearla. Es de esos sitios que no decepcionan, salvo si eres guiri y lo que quieres es conocer la España profunda, que entonces es mejor dejarse de modernismos y tirar para Castilla la recia.
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