La odisea del siglo XXI: conquistando la nueva casa

Por poco tiempo que lleves siguiendo este blog ya sabrás que hace dos años me mudé a Holanda gracias a una beca Erasmus de mi cacho-carne, y hace un año me fui seis meses a Canadá gracias a una beca porfa-papá-y-mamá-que-he-conocido-a-una-chica-de-allí. También sabrás que al llegar a Holanda simplemente limpiamos todo un poquillo, repartimos el contenido de la maleta entre los dos muebles que había y bajamos al todo a cien a completar un poco el menaje. Y nunca lo he contado, pero al llegar a Canadá simplemente nos plantamos en casa de la novia de mi cacho-carne y pedimos un cajón.

Pues bien, mudarse, algo que ha sido tan sencillo en ambas ocasiones pese a incluir idiomas incomprensibles (el plural no está de más: holandés y francés) y vuelos transatlánticos (este plural sí que es mentirijilla), ha sido una auténtica pesadilla yéndome a vivir a once paradas de metro de casa. Una vez conseguimos encontrar un piso a nuestro gusto, con unas condiciones que nos interesasen y un casero que no quisiese jorobarnos la vida en el último momento, empezamos a encontrarnos unos pocos inconvenientes a la hora de empezar a vivir en nuestro nuevo hogar.

Y explícale a tu novia canadiense lo que es vivir en una comunidad de vecinos española…
Y explícale a tu novia canadiense lo que es vivir en una comunidad de vecinos española…

Lo primero fue llegar hasta la casa cargando con la vida de dos veinteañeros, uno de los cuales es una chica acostumbrada a tener un armario tan grande como la cocina del nuevo piso. Lo malo no es cargar como mulas, que eso es algo asumible y lógico, sino darte cuenta de que en tu nuevo barrio no hay Dios que aparque. Menos mal que para eso están los amigos y la familia y echan una mano en todo lo que pueden, ya sea cargar cosas como recoger el coche que no sabes dónde meterte (bueno, de hecho el problema es que sólo se te ocurre un sitio…).

Lo segundo fue limpiar. Pero no como en Holanda de “le pego una pasada rápida a todo para quedarme satisfecho y listo”, sino llamar al SELUR y frotar las paredes. Vaya, que uno espera que cuando le dan las llaves de un piso al menos le hayan pasado una escoba al suelo. Y lo peor es que al limpiar te das cuenta de otras cosas. Es decir, yo puedo limpiar los churretes de la pared, pero si detrás de un corcho me encuentro dos desconchones en la pared “arreglados” con celo me siento impotente, igual que si estoy pasándole una bayeta a la cisterna y una tuerca se cae hecha cuatro pedazos. En cambio, cuando me encuentro en la cocina un tornillo enorme y una tuerca que pesa más que un ordenador no siento impotencia, sino una curiosidad mortal que el portero no sabe satisfacer con su “aham, vale, ya me la quedo yo”.

Otro punto clave de esta mudanza estaba en el armario, que volviendo a lo de la “chica acostumbrada a armario tamaño canadiense” no es tema baladí. Así que para aprovechar al máximo el espacio, quedamos con el casero en que pondrían unas baldas o cajones o algo así dado que hasta la fecha no se ha encontrado forma de colgar en una percha diez pares de calcetines y unos gayumbos (ojo, en IKEA sí vimos la forma de conseguirlo).

Tanto trabajo para que luego no se vea la magna obra de ingeniería…
Tanto trabajo para que luego no se vea la magna obra de ingeniería…

El encargado de la obra en cuestión era el portero (un tío majísimo, por cierto) y tres días después de la mudanza descubrimos al llegar a casa que ya había empezado a montar los estantes. El problema es que también descubrimos que no habíamos sido suficientemente específicos a la hora de señalar la altura de los estantes y que, con los que nos había puesto, no cabían colgados en las perchas cosas más largas que unos gayumbos de verano. También descubrimos una especie de sol pintado en la pared -si, esa que ya habíamos tenido que limpiar- que directamente preferimos ignorar porque cualquier explicación al respecto habría sido mucho peor. Así que al día siguiente, antes de ir al trabajo (efectivamente, no se me ocurrió hacerlo a lo largo de la tarde anterior) escribí una nota para el portero con las indicaciones pertinentes, dibujé un gráfico e hice las marcas en la madera para que no tuviese pérdida, sacando al arquitecto que llevo dentro. Y oye, un diez para el portero porque al día siguiente estaba todo montado perfectamente.

Esos mismos días también aprovechamos para hacer lo único molón que tiene mudarse de casa: ir al IKEA. Allí nos hicimos con nuestras estanterías minimalistas, cacharros para la cocina y un cesto de la ropa sucia con la tapa en forma de tortuga. Aquí tengo que decir, lleno de orgullo daltónico, que conseguí ganar la discusión sobre el cesto no con mi irrefutable argumento de “una tortuga mola más que un pez”, sino con el de, en mi opinión menos contundente, “todo el baño es azul, así que tu cesto de pez rojo no pega tan bien”.

Como últimos detalles de lo difícil que puede ser mudarse, voy a hablar de la necesidad de adaptarte a tus nuevos electrodomésticos y cacharritos. Por supuesto, hay que agradecer a la familia el que te dejen sábanas, sartenes y básicamente todo de lo que tu padre quiere aprovechar para deshacerse (y yo bien que lo agradezco). Pero hay cosas para las que la familia no está y que tienes que afrontar tú sólo que para eso eres independiente desde hace tres días, como entender el calentador y la lavadora.

Cuadro de mandos de un calentador. Parece fácil…
Cuadro de mandos de un calentador. Parece fácil…

Para empezar, el calentador de agua no tiene mucho misterio: calienta agua y la mantiene calentita en un depósito. Y cuando te acercas a él y ves que tiene una rueda no es difícil entender que sirve para graduar la temperatura del agua. Hasta ahí bien. Pero… ¿y si te encuentras con un botón? Yo creo que debe ser algo como una especie de turbo, para cuando te quedas sin agua caliente en el depósito que vaya más rápido, pero tengo que ser sincero y decir que tras más de un me viviendo aquí aún no lo entiendo. Al menos consuela saber que la novia de mi cacho-carne lo entiende aún menos y sigue duchándose la mitad de las veces con agua fría.

Ahora vamos con la lavadora. Para ser exactos, con la lavadora-secadora. Ya sabemos todos que cada lavadora es un mundo, que hay que conocer sus programas, su forma de ser y su fisionomía. Pero todas, mal que bien, siguen unas pautas en su cuadro de mandos que las hace “compatibles” con tus conocimientos, aunque hay algunos inconvenientes.

Por ejemplo, tengo que hacer un llamamiento internacional a los diseñadores de los botones de lavadoras para que al menos se pongan de acuerdo en los iconos a utilizar. Es muy difícil saber, a bote pronto, cuál es la diferencia entre poner algo en la secadora “40 minutos”, “plancha”, “armario” o “armario de rayas gordas”. Y con la secadora al menos te puedes hacer una idea de que viene a significar cómo de secas quieres las cosas, igual que “sol” significa secar; pero ¿qué diferencia hay entre lavar algo “camiseta”, “camiseta con dos rayas”, “camiseta con tres rayas” o “sombrerito”?  ¿Realmente tiene para alguien algún sentido? Cada día siento que arriesgo toda mi ropa al meterla en el tambor.

Para más inri, los fabricantes de lavadoras no se contentan con poner iconos raros, sino que los ponen unas veces en botones, otras en ruedas que giran o, como en el caso de la lavadora que me concierne, en BOTONES RUEDA, que los pulsas y sale una rueda llena de los iconos incomprensibles. Creo sinceramente que es algo tan sofisticado que en la NASA lo están estudiando ahora. Quiero decir, les acaban de poner estas lavadoras y están los ingenieros intentado entenderlas.

El sumun de la sofisticación.
El sumun de la sofisticación.

Pero, para no asustar a mi madre y a mi abuela, puedo confirmar que un calcetín y dos personas con carreras universitarias puestas delante de la lavadora mientras leen el manual de instrucciones sí son capaces de entender esta máquina. Eso sí, reconozco que usamos siempre el mismo programa que ya sabemos que funciona, porque todo lo demás nos da miedo. Creo que el tema de las lavadoras empiezas a dominarlo al tiempo que consigues la supercapacidad para detectar la fiebre poniendo la mano en la frente de la gente…


Comentarios

4 respuestas a «La odisea del siglo XXI: conquistando la nueva casa»

  1. Uy pues aún no sabéis nada de las siguientes entradas, para las que he estado guardando todo mi arsenal de quejas, protestas, exageraciones y chascarrillos varios.

  2. Y ya hablaremos de la comida, amiguitos.

  3. Mmm…
    Curioso…
    Coincido con el anterior ser humano en que creo que todo es un poco exagerado…
    Pero aún así una lucecita se ha encendido en mi profundo interior avisando de lo que puede pasar el día que (dios y dinero mediante… Bueno, realmente lo segundo…) me intente independizar…
    Tomaré notas para repetir los mismos errores, porque en el fondo, parece divertido… 😛

  4. Creo que exageras en tu victimismo. Al fin y al cabo teneis vuestra propia casa (aunque sea tan pequeña que puedas cocinar sin salir de la cama), con baño completo (dotado de esa modernidad que es el agua caliente) incluido en el recinto y no en el pasillo de acceso y compartido con otros vecinos; 11 paradas de metro te permiten asaltar el frigorífico de los progenitores incluso cuando ellos no están (lo que te faculta para escoger y rapiñar a gusto del asltante); no hay que sacar a la mascota todas las noches; dispones de portero físico en la finca al que ¡encargar cómo y dónde quieres los estantes!… Y si te plantea problemas el funcionamiento de los electrodomésticos tienes la misma solución adoptada por la NASA para solventar el problema de los bolígrafos que no escriben en el espacio, quienes tras gastar millones en investigación, humillaron y preguntaron a los rusos cómo solventaron ellos el tema y les contestaron: «fácil, escribimos con lápiz», lo que traducido significa que siempre puedes volver a lavar frotando con jabón lagarto en la fregadera.

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