Uno de los muchos efectos que ha tenido en mi cacho-carne el vivir fuera de España es que para muchas cosas cada vez se está volviendo más español. Quizá es un efecto de la doble nacionalidad, porque cada vez que pasamos por Madrid se nos nota más que ahora también somos canadienses, pero lo cierto es que desde que nos fuimos de Erasmus hasta ahora le está creciendo el patriota que lleva dentro con todas sus tradiciones*.
Por ejemplo, y aprovechando las fechas en las que estamos, se ha vuelto un defensor acérrimo de los Reyes Magos frente a Papá Noél. Antes le daba un poco igual con tal de que hubiese comilona con la familia y regalos, y ahora dedica el 15% de las fiestas a explicar a los americanos quiénes son los three wise men y que logísticamente hablando una caravana de camellos tiene más sentido que un señor con un trineo. No importa que aquí lo bueno se acabe el uno de enero, o que para cuando llegan los Reyes los torontonianos ya hayan quitado todas las decoraciones y las luces. En esta casa es Navidad a todo trapo hasta el día seis, y da igual que no sea festivo porque tenemos regalos y Roscón de Reyes, y chocolate con churros el fin de semana que pille más cerca.
Pues así con todo.
Desde que vivimos fuera mi caho-carne se ha comprado una bandera de España («para cuando haya que celebrar cosas»), ha leído El Quijote, se ha presentado usando los dos apellidos («porque es mi nombre, en España es así»), hemos ido de vacaciones a Canarias, y cada vez que hay un potluck se niega a hacer nada que no sea una receta española de toda la vida (pero ojo, con tortilla de patatas, croquetas, gazpacho o paella es que triunfas en cualquier cena).
Eso a nivel nacional, porque también tiene patriotismo regional para repartir. Si le oyes hablar, el Metro de Madrid es un prodigio de la mobilidad que ya le gustaría a Elon Musk que se le hubiera ocurrido algo así, habla de los callos a la madrileña como si los hubiese comido para desayunar toda su infancia, y le ha contado a varios clientes que su abuela vive de toda la vida al lado del kilómetro cero de Madrid (lo que obligatoriamente deriva en una buena chapa sobre el sistema radial de las carreteras españolas, porque sin ese contexto lo del kilómetro cero parece una baldosa ñoña puesta en la acera por un instagramer).
Pues todo esto lo cuento para explicar cómo hemos llegado al punto de volver de una visita a España con una maleta que parece el cartel de una película de Alfredo Landa, Ozores, Pajares y Esteso:
Quijote, parpusa, bota y paella. Un póker muy español y mucho madrileño. Al menos lo que está claro es que el cachito-carne va a crecer conociendo bien sus raíces.
A los que también lleváis un tiempo viviendo fuera, ¿os pasa lo mismo?
*No todas las tradiciones, ojo, que todo tiene un límite y ese límite aquí son las corridas de toros.
Deja una respuesta