Cuando llegué a Toronto y me puse a buscar una bicicleta tenía una cosa muy clara: no quería una single speed ni una fixie, quería una bicicleta con sus marchas como Dios manda para subir cuestas sin echar el bofe. En mi opinión, tener una bicicleta sin marchas era una involución, algo similar a escoger un coche de caballos en vez de uno a motor. Pero tengo que reconocer que en este tiempo pedaleando por Toronto mi opinión ha cambiado completamente.
Para empezar, el principal uso que le doy a la bicicleta es ir al trabajo cuando el tiempo acompaña, que por cierto este año ha sido imposible desde noviembre hasta mayo (estamos hasta la coronilla del frío). Es un trayecto de unos catorce minutos por calles asfaltadas, y además tengo la suerte de que el camino es relativamente llano. Así que tengo más necesidad de piernas que de marchas, porque para arrancar en un semáforo no te merece la pena jugar con los cambios.
Pero no es sólo que no necesite varias marchas, es que además mandar a la porra los cambios tiene dos grandísimas ventajas: ahorras un peso considerable en la bici, y sobre todo ahorras un montón de cables y tornillos que se desajustan o necesitan reparaciones cada dos por tres. Los cambios son, de largo, la parte más complicada y delicada de una bicicleta, y cuando no funcionan dan muchísimo por saco.
Así que el verano pasado me lancé a buscar una nueva bici. No porque quisiera repetir la dolorosísima experiencia que fue comprar mi primera bici en Toronto, o porque tuviese una necesidad imperiosa de tener una bici sin marchas, sino simplemente porque la mountain bike que estaba usando tenía dos problemas para el uso diario: como buena bici de montaña es lenta y pesada, y además con tanto uso necesitaba pequeños arreglos cada dos por tres (que he aprendido un montón arreglando la bici en Bike Pirates, pero al final resulta cansino).
El caso es que me pasé unas semanas monitorizando Craigslists y Kijiji para encontrar una bici de carretera de mi tamaño, en condición decorosa y a un precio asequible. Al final le compré a un chaval la bici que véis en la foto y que, aunque me duela, tengo que reconocer que tiene todo lo necesario para ser el sueño de un hipster toronteño de pura cepa.
Sí, amigos, para el hipster toronteño no hay nada mejor que una bicicleta de hace cuarenta años, convertida en single speed a lo cutre (quitándole el cangrejo y ajustando la cadena, pero dejando los platos y piñones) y con aspecto de estar bastante hecha polvo. Y si las bicicletas sin cambios antes me caían mal los hipster me revientan… pero tengo que reconocer que le estoy viendo el punto a su elección biciclistica.
Tan contento estoy con el invento que esta primavera este invierno más largo que un día sin pan he invertido algún dinerillo y muchas horas en mejorarla, convirtiéndola en una single speed bien hecha: he cambiado los platos, pedales y la cadena, y me he deshecho de los piñones innecesarios. Eso que se vea a simple vista, porque el buen conocedor de la bicicleta sabrá que al cambiar el set de piñones por uno de una sola velocidad hay que reajustar toda la rueda trasera para centrarla, un proceso largo y meticuloso del que estoy bien orgulloso.
Y si antes estaba contento con la bici ahora estoy que no cago. Por lo bien que funciona todo, por lo simple que es todo el mecanismo (y por tanto fácil de reparar), por lo ligera y rápida que es… y por su aspecto de bici que no merece la pena robar. Porque si algo bueno tienen los hipsters es que no les va robar, de hecho les gusta pagar sobreprecio en todo.
Para terminar, un secreto friki: todas mis bicis tienen nombre, y esta se llama «Firefly». Porque es muy rápida, porque cuando la compré justo estaba viendo ese pedazo de serie, y porque es un nombre que mola un huevo. En inglés, que llamar a tu bici «luciérnaga» es bastante penoso.
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