Voy a aprovechar que me hago dueño de esto (Xavi está de vacaciones) para hablar un poco de mí, con una de las mejores experiencias de la historia de la humanidad. Si soléis ir al baloncesto o lo veíais por la tele hace años, os acordaréis de la “canasta del millón”, que consistía en que alguien del público salía en el descanso y si metía un tiro desde el medio del campo se llevaba un millón de pelas para casa. Pues esta sana costumbre se está perdiendo y voy a contar mi experiencia personal para reivindicarla, porque sin tener que regalar un millón de euros (redondeo para arriba, sí) pueden dar al aficionado de a pie un montón de alegría e ilusión.
Yo empecé a ir a los partidos del Estudiantes allá por el año 1990. Sí, tenía cinco años, pero mi padre supo inculcarnos la pasión, y llevarnos al Ramiro de Maeztu con lo que pudimos jugar en el Estu desde pequeñitos. A tal punto llega la cosa, que en el ’92 estuvimos en Estambul en la Final Tour. Si, yo tenía sólo seis años, y me dormía en los partidos, y no me acuerdo del triple de Djorjevic. Pero antes de que se desvíe el tema, el caso es que llevo 17 años yendo a los partidos. 17 son muchos años a mi edad.
Eso son muchos, pero que muchos partidos, con sus concursos del descanso y regalos varios a la grada. Y tengo mil camisetas y gorras, pero nunca me había tocado concursar. Hasta la hazaña épica del domingo 18 de marzo de 2007, donde empieza lo interesante de esta historia.
Iban a tirar tres balones a la grada y yo decía “joe papá, pues el balón mola mil”, y 5 segundos después veía como uno de los balones hacía un efecto raro, tenía fuerza suficiente para llegar a nuestra zona y se me insinuaba claramente; y pensé “voy me levanto y lo cojo”. Y así fue como le saqué partido a lo de jugar de portero en la facultad, y al entrenamiento de años cogiendo camisetas chuscas. Y con el balón en las manos dije “¿ves como mola mil, papá?”.
Una vez en el concurso, la verdad es que lo de la presión del campo no se nota. Quizá es que nadie me insultaba, ni me gritaba cosas como “con lo que ganas y lo poco que haces”, pero no me costó aislarme de todo el mundo cuando, después de explicarnos a los elegidos que en un minuto teníamos que meterla desde cerca del aro, de tiro libre, dos triples y del medio del campo (cada cosa con sus regalos); me dieron el balón y el minuto empezó a correr.
Lancé el primer tiro rezando por no cagarla tan pronto (no es que no confíe en mí, es que me conozco). El de cerquita, a tabla, como me enseñaron cuando empecé y entra sin problemas, vamos al tiro libre. El primero una castaña, no pasa nada, el segundo nos lo pensamos un poco más, como me enseñaron desde pequeño y sigo haciéndolo, bota, respira, tira y dentro. Vamos al triple, y le digo al que me da el balón “oye, que yo quiero la camiseta (que era el premio por el tiro libre), no tiro, ¿no?” y al chaval se le pone cara de no-me-hagas-esto-a-mí-por-dios-no-me-jodas y dice “no se, no, tienes que tirar” y yo me cago en todo porque prefiero la camiseta a las zapatillas (el premio por el primer triple) y tiro. Joder, y la meto a la primera, que voy a ser bueno. Ahora a por el otro triple, el de 7 metros, el que voy obligado a meter para recuperar mi camiseta y llevarme también las zapatillas (me daban todo el pack por ese tiro), pienso en que me debe quedar tiempo para conseguirlo a la décima si hace falta mientras tiro y… hostias, que también lo meto a la primera, y entonces oigo un poco al público gritar y aplaudir mientras voy al medio del campo sin creérmelo del todo.
Me queda la última, la del medio del campo, en la que el regalo es un abono. Aunque me ahorre pasta, me hace más ilusión la camiseta. Pero qué leches, es que si la meto me salgo y la gente me adorará y Pepu que está en la grada me lleva al Eurobasket este verano. Al final, de los tres que me da tiempo a tirar no meto ninguno. El tiempo se acaba y el pabellón se reconstruye a mi alrededor según voy oyendo que la gente (unas 8500 personas) aplaude. No, no aplaude: ME aplude. Sonrío, porque no soy capaz de hacer otra cosa. Un sueño que se ha cumplido.
Y este es el alegato a favor de los concursos, ahora que conozco la sensación y tengo en casa el baloncito que mola mil, unas zapatillas horteras de las que no elegirías si tienes que pagar o si no pensases que el naranja mola si te vas de erasmus a Holanda, y la camiseta. No la había de Mendiburu de mi talla (ni de casi ninguno, la verdad), pero si de Sanikidze. Así que ahora tengo una camiseta de Mendiburu que me está enorme.
Por cierto, Estudiantes 95 – Bilbao 84. Con homenaje a Nacho Azofra incluido.
P.D.: Esta entrada está dedicada a Chapin, porque nadie mejor que él habría entendido lo que se siente al jugar así con una pelota.
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