Quiero pensar que le pasa a toda la gente de todos los países, pero desde que empecé a vivir fuera de España me he dado cuenta de que los españoles son muy de «lo mejor es lo español». Y hay cosas en las que no cabe ninguna duda de que si no somos los mejores estamos en primera línea aunque no se nos conozca fuera de nuestras fronteras: jamón, chorizo, aceite de oliva, naranjas y mandarinas, azafrán, pimentón, queso y vino, por ejemplo. Pero hay otras veces en que tenemos que agachar la cabeza o al menos admitir que hay otros a nuestro mismo nivel.
A mí me viene pasando mucho con Canadá por razones obvias. Mucho hablamos de la ternera gallega y los chuletones que hay en el norte, pero una vez te comes un solomillo de vaca canadiense se te bajan los humos. Lo mismo con el bogavante, porque después de años de defender a capa y espada ante la novia de mi cacho-carne que el bogavante canadiense es muy inferior al de la Costa da Morte ahora puedo decir que lo que pasa es que los canadienses son muy listos, y nos mandan a España el lobster malo y sosete mientras ellos se quedan aquí comiéndose unos bogavantacos que te cagas. Aunque lo que más me ha sorprendido es el melocotón de Ontario.
Antes de seguir tengo que reconocer que el melocotón es una de mis frutas favortitas. Es sabrosa y jugosa, y su nombre te permite decir que alguien ha bebido de más («vaya melocotón que llevas, machote»). He crecido bajo la eterna lucha por distinguir el melocotón auténtico de las fresquillas y otros engendros de la genética, y con la idea de que el melocotón de Calanda está por encima de cualquier otro, así que cuando digo que el melocotón de Ontario está a la altura podéis creerme.
De momento encuentro como diferencias que es más pequeño y menos durito, aunque lo compensa siendo mucho más jugoso y algo más dulce. Además, y aunque no tengan su propia página en Wikipedia, los melocotoneros de Ontario han sabido jugar sus bazas en el marketing y ganarse el respeto de todo el país sin necesidad de inventar una pijada del tipo «vamos a envolver los melocotones uno a uno mientras maduran en el árbol», lo que me parece más que respetable en un país donde encontrar uvas con pepitas es una misión casi imposible.
Pero el gran punto a su favor es que mientras los melocotones de Calanda están a cojón de pato los de Ontario son un manjar asequible incluso a parásitos sociales como mi cacho-carne. Así que ya sabéis qué he añadido a mi lista de pequeños vicios para las próximas semanas, o lo que dure la temporada.
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