Adiós, Twitter

No pensaba yo que un día iba a estar escribiendo mi despedida en Twitter, pero para ser justos la primera vez que me lo intentaron vender no tenía ni idea del papel que el pajarito azul iba a jugar en mi vida. Cuando a finales de 2008 me lo describieron como «es lo mismo que Facebook pero sólo para actualizar el estado, nada más» me pareció una idea bastante absurda. Qué equivocado estaba. Un año después no sólo tenía una cuenta y estaba totalmente enganchado, sino que ya empezaba a ser parte de mi trabajo. Diecisiete años después (ay, cómo pasa el tiempo) miro atrás y veo un montón de amistades, de oportunidades laborales, de entretenimiento e información, y hasta un concurso en el que gané un iPad.

Cuando llegó Twitter a nuestras vidas todavía vivíamos en el internet de las posibilidades. De repente cualquiera podía tener un blog, crear su propio canal de televisión, inventar el nuevo Google, y pasar de ser «uno más» a tener cientos o miles de seguidores. Todavía no habían aparecido los influencers, y en general internet era un sitio muy positivo. Sí, existía la Dark Web, pero casi nadie sabía realmente cómo encontrarla ni lo que ocurría por ahí. En las primeras redes sociales compartíamos todo sin filtro porque no se nos había ocurrido que toda esa información, todos los datos que poníamos en cada perfil que creábamos, se pudiese volver en nuestra contra.

Pero aquí estamos. Ahora somos todos más viejos y sabemos más de la vida. Sabemos que cualquier foto que colgamos puede acabar viéndola nuestros padres, jefes, y scammers; que hay gente que usa nuestros mismos foros, blogs y redes sociales para provocar odio; y que gracias a la inteligencia artificial a la que tantas ganas le teníamos ya no podemos creernos absolutamente nada de lo que vemos en línea. Ojo, que no soy del todo pesimista ni pienso que esté todo perdido… pero sí creo que estamos pasando por un momento de bajona generalizada, donde la mayor parte de los usuarios de redes sociales entra en una de estas dos categorías: yo he venido aquí a hacer scroll infinito hasta que me den las mil y me da igual lo que el algoritmo me ponga delante, o todo internet es horrible y no hay nada que hacer.

Y el problema es que ese ambiente es un caldo de cultivo estupendo para cierto tipo de gente que se nutre de esa desilusión, apatía y mal rollo para generar su propio beneficio. Estamos viendo que la situación ha dado alas a grupos extremistas en medio mundo, con partidos que hace veinte años parecía imposible que llegasen a existir y ahora ganan escaños en los parlamentos sin despeinarse. Y a algunos en vez de alas les ha dado directamente cohetes (literalmente), hasta el punto de sentirse cómodos haciendo un saludo Nazi en el escenario principal del día grande de la fiesta de la democracia del país que sigue promocionándose a sí mismo como el aladid de la democracia. No hablemos ya del resto de sus planes, políticas y eslóganes.

Así que sí, es difícil no ser un poco pesimista viendo las noticias. Pero como decía antes no creo que esté todo perdido. Eso sí, me parece que tenemos que pararnos un momento a pensar, decidir en qué mundo (real y digital) queremos vivir, y hacer un reseteo del sistema. Para mí eso empieza con desactivar Twitter para poder pensar mejor y dejar claro, con un simple click, que les va a costar mucho más de cuarenta y cuatro billones de dólares que me olvide y deje de luchar por ese internet ingenuo, divertido, curioso, generoso y transparente en el que un par de chavales podían cambiar el mundo desde un garaje.

Merece la pena.


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