Hace sólo tres años decía que Acción de Gracias era mi «tradición» guiri favorita, pero cada año que pasa y cada pavo con relleno que me como va subiendo en el ranking. Yo creo que a estas alturas, y sobre todo desde que tenemos pasaporte guiri, ya tengo que declararla mi celebración favorita total.
Para entenderlo sin haberlo vivido, lo mejor es imaginarlo como Navidad sin presión. Se trata de juntarse con la familia y los amigos de verdad (esos que son ya como familia), comer todo lo que puedas de una de las mejores comidas que ha creado la humanidad, y ya. No hay regalos, ni temas religiosos de por medio, ni que preocuparse de otras historas.
Y aunque está claro que el primer Acción de Gracias probablemente no tuvo nada que ver con lo que cuenta la tradición (¿¿¿los nativos y los colonos cenando juntos de buen rollo???), la idea de que se trata de un día para agradacer las cosas buenas que te han pasado tiene su gracia. Pararte un minuto a pensar en positivo y reconocer todo lo que ha ido bien durante el año.
Así que este 2019 he decidido tomarme más de un minuto para pensar en todo lo que hemos vivido. Porque hace un año celebramos Acción de Gracias justo después de enterarnos de que íbamos a ser uno más en la familia, y ahora que somos tres y tras todo lo que hemos vivido hay mucho por lo que estar agradecido y comernos un buen pavo asado.
Obviamente lo primero y más importante por lo que dar las gracias: el cachito-carne™. No es sólo la alegría de ser padres, es que de verdad que es un salao. Sus cuatro abuelos, que en lo que respecta a su nieto son el colmo de la objetividad, están de acuerdo en que es el bebé más guapo e inteligente de la historia. Además tiene el número esperado de dedos en todas las extremidades, come y duerme relativamente bien, y te da los buenos días con una sonrisa que la ves y te da igual si es lunes.
Pero con todas sus alegrías, en los últimos doce meses también hemos tenido momentos muy chungos, porque el cachito-carne decidió hacer una entrada dramática en el mundo y llegar antes de tiempo. Y es precisamente pensando en esos malos ratos (y en el hecho de que los hayamos superado) cuando más razones encuentro para estar agradecido por toda la suerte que hemos tenido con un montón de cosas:
- Que el cachito-carne haya nacido en primavera. No lo digo en broma. En España nos habría dado igual que naciese cuando le diese la gana, pero vivimos en Canadá. Si todo lo que hemos vivido en los últimos seis meses lo hubiésemos tenido que vivir a veinte grados bajo cero nos habría costado cien veces más.
- Vivir en un país con sanidad gratuita. Cuando las cosas se ponen difíciles a reventar y acabas pasando un mes en el hospital con pruebas cada día, no tener que preocuparte además de si vas a poder pagar es esencial para no perder la cabeza. Cada céntimo de impuestos que va a la sanidad pública es oro y se paga con gusto. Si alguien piensa lo contrario, que se pase por una unidad de cuidados intensivos para neonatos para ver bien de cerca en qué se gastan esos impuestos, a ver con qué cara dice luego que de ahí se puede recortar.
- Los médicos y enfermeras que nos tocaron. Salvo una o dos personas, todo el equipo que se encargó de cuidar al cachito-carne y a su madre fueron excepcionales en lo profesional y en el trato personal, que cuando estás ahí en medio del huracán hace mucho.
- La gente que nos rodea. El apoyo constante que hemos recibido de nuestros amigos y familias ha sido increíble. Desde que nos enteramos que íbamos a ser tres hasta las cenas improvisadas en el hospital y estar siempre al otro lado del teléfono. Y ahora también, haciendo planes para vernos tratando siempre de acomodar nuestros nuevos horarios. Y eso sin hablar de todos los regalos. Nuestras familias y amigos molan.
- Las condiciones laborales. Por un lado, que los trabajos que tenemos nos permitan salir de la oficina a las cinco casi todos los días, o que la empresa de la cacho-wife (que no lo cuento todo en el blog, pero que «cacho-novia» se quedó obsoleto hace un par de años) le complete el sueldo durante los primeros meses de la baja por maternidad. Por otro, la propia baja: en Canadá son doce meses que se pueden repartir como quieras entre los dos padres (de hecho la baja es ampliable a diechiocho meses, pero la seguridad social te da el mismo dinero total así que poca gente lo coge). A eso se añaden otras cinco semanas si las coge el otro padre exclusivamente, para fomentar el repartir la baja y el impacto que tiene en la vida profesional. Vamos, que se puede ayudar a conciliar la vida familiar sin que la economía del país se vaya a la porra como dicen algunos.
- La tecnología. Ya hace tiempo que no me imagino vivir a cinco mil kilómetros de la familia sin tener mensajería instantánea y vídeo-llamadas en el bolsillo, pero es que ahora más todavía. De las cosas más difíciles de vivir fuera ha sido darme cuenta de que el cachito-carne no va a poder ver a sus abuelos, a sus tíos y al resto de la familia muy a menudo. Aunque no sea lo mismo, el saber que cuando queramos podemos hablar y vernos las caras, o que si el cachito-carne hace algo gracioso podemos grabar un vídeo y compartirlo en cosa de un par de minutos, supone una diferencia que no os podéis imaginar (o sí, que lo mismo estáis en una situación similar, voy a dejar de mirarme al ombligo un poco).
- Que un par de meses después de decidir ser padres ya apareciese el cachito-carne en el radar. Tenemos amigos que llevan un par de años queriendo ampliar la familia, pero con mucha mala suerte. Y es algo de lo que se habla poco pero que pone las cosas muy cuesta arriba.
Y bueno, lo voy a dejar ahí por parar en algún sitio, pero creo que ya véis a lo que me refiero.
Ha sido un año con días maravillosos (enterarnos de que íbamos a ser padres, escuchar los primero latidos, la primera ecografía donde parecía una personita, el día en que nació, el día que por fin salimos del hospital, la primera sonrisa, la primera noche que durmió del tirón…) y días increíblemente difíciles (cuando parecía que iba a llegar dos meses antes de tiempo, las semanas en el hospital, cuando le ingresaron en la UCI, cuando teníamos que darle de comer por un tubito en la nariz…). Pero tenemos claro que tenemos mucha suerte, y que podemos estar agradecidos por todos los días maravillosos que hemos tenido y por haber superado los días que parecían imposibles.
Y lo que nos queda.
Bienvenido al blog, cachito-carne.
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