Cuando me entrevistaban para el nuevo trabajo me preguntaron por mi disponibilidad para viajar, y yo obviamente contesté que toda la del mundo pensando que me iban a mandar cada dos por tres a Nueva York, Chicago, San Francisco y otros sitios molones. Pero en nueve meses en la empresa sólo me habían mandado a un sitio: Wisconsin. Que por motivos que no vienen al caso me hacía más ilusión que a un tonto un lápiz, pero que incluso yo tengo que reconocer que no es precisamente un destino glamuroso. Así que para compensar mi segundo viaje ha sido mucho más interesante: Colombia.
Reconozco que al principio, cuando me contaron que me tocaba ir sólo (ventajas e inconvenientes de ser el que habla español en el equipo) me entró un poco de canguelo: mi primer viaje sólo en este trabajo, primera visita a ese cliente y un destino en el que no había estado nunca y que no es precisamente conocido por su seguridad. Poco a poco, a base de preguntar a gente que ya ha estado allí y ha vuelto para contarlo me fui animando, hasta que en una de las llamadas para organizarlo todo el cliente me empezó a dar recomendaciones para coger un taxi sin que me secuestrasen. Lo típico que le gusta oir a mi madre.
Pero tranquilos todos que si estoy escribiendo esto es porque todo salió bien. Para empezar, el tema taxis se soluciona rápidamente gracias a UberX, que funciona de maravilla en Bogotá y además está lleno de conductores más majos que las pesetas. Uno hasta creó un hotspot en su teléfono para que puediese conectarme al WiFi; y otro con el que iba hablando de bandas de heavy metal español hizo como que no veía el disco de Carla Bruni en mi lista de «escuchados recientemente» en Spotify (antes de que digáis nada, es parte de mi plan para aprender francés).
En cuanto a seguridad el resto del viaje, lo poco que estuve en la calle me sentí un poco como las primeras veces que estuve en El Rastro: sabes que tienes que estar más atento a lo que pasa a tu alrededor, tener cuidado con las cosas que pueden querer robarte y andar como si supusieses adónde vas, pero ya.
También ayuda cuando te das cuenta de que eres un tío de metro ochenta con el pelo largo y hablas la lengua local, ojo, pero que en las zonas de Bogotá que quieres visitar como turista yo lo vi todo bastante bien. Incluso el primer día cuando de repente a las seis de la tarde se me hizo de noche, se puso a llover, no me funcionaba el Internet para pedir un Uber y tuve que andar como si supiera adónde iba durante una hora.
Y ya está bien de hablar de seguridad, que eso es lo que da mala fama a los sitios. Vamos a hablar de todo lo bueno de Bogotá, que la verdad es que me gustó bastante. Seguramente porque muchas cosas me recordaban a España, como la publicidad constante de Movistar, o el chorizo y la morcilla de la cena; pero también porque la zona de La Candelaria (el barrio antiguo, lo único que de verdad tuve tiempo para visitar) con las montañas de fondo es una mezcla de arquitectura y naturaleza que parece que estás en una postal.
En esa zona están también la Plaza de Bolivar, el Palacio de la Presidencia y el Museo del Oro (que saqué tiempo para verlo por recomendación de mi abuela y la verdad es que mola bastante). Básicamente todo lo que quiere ver un turista que sólo tiene un par de días para ver la ciudad, y aunque los locales me dijeron mil veces que era una zona «un poco pesada» en cuanto a seguridad también hay policia y militares en cada esquina y un montón de gente paseando un domingo por la tarde.
Para remate en esa zona también está el restaurante más antiguo de Bogotá: La Puerta Falsa. Es un local pequeñito en el que por 12.000 pesos (unos cinco dólares) me metí la comida más auténtica de todo el viaje. Empecé con el «chocolate santafereño», un desayuno típico que tiene mis tres grupos de comida favoritos (chocolate, pan y queso), pero como era mi último día ya que estaba aproveché para probar los tamales también y salir de allí rodando.
La otra comida típica que probé fue en La Plaza de Andrés, una franquicia de un restaurante (Andrés Carne de Res) que parece que lo conoce todo el mundo, porque me han hablado de él colombianos, venezolanos, españoles, canadienses y ecuatorianos. El original lo tendré que visitar la próxima vez, pero en la Plaza lo pasé genial yendo con el equipo de trabajo a ver el fútbol con unas cervezas, bien de carnaza (ahí es donde comí chorizo y morcilla) y platos locales como el plátano gratinado que suena raro pero está tremendo.
Para la próxima vez ya me sé que tengo que sacar tiempo para subir a Monserrate, que tengo que buscarme el hotel por la zona Rosa que el mío estaba en una zona muy conveniente pero bastante aburrida, y salir a comer a más sitios por el centro. A ver si me mandan pronto.
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