En mi clase de francés hay una señora mayor. Es rusa, aparenta unos 70 años y hace un par de semanas me contó que lleva en Canadá trece años. Tiene el mismo nivel de francés que yo (por eso estamos en la misma clase), pero yo creía que mi inglés era mejor. Digo que «creía» que mi inglés era mejor porque ya no sé que pensar…
El otro día estabamos hablando en clase del trabajo de cada uno. Cuando le tocó el turno a la abuelita rusa dijo que ahora mismo tenía dos trabajos y yo me monté mi propia película sobre la señora mayor que lleva toda la vida deslomándose para salir adelante y ahora no sabe (o no puede) parar. Me imaginé que trabajaría en cosas típicas de tiempo parcial, por ejemplo algo de papeleo en una oficina por la mañana y en una tienda pequeña por las tardes.
Pero no. La señora es profesora de tecnologías de la información en uno de los colleges importantes de Toronto, donde el miércoles había impartido nada menos que siete horas de clase. Eso ya me dejó un poco descolocado, pero entonces explicó el segundo trabajo: consultora de seguridad para el Gobierno de Canadá. Y ahí ya sí que me rompió todos los esquemas.
A eso hay que sumarle que al irnos de clase íbamos diciendo a qué íbamos a dedicar el fin de semana, y ella dijo que a esquiar. «¿Esquí de fondo?» le preguntó la profesora, también sexagenaria. «No, a la montaña y cuesta abajo a toda velocidad» respondió la señora.
Es decir: una rusa expatriada en Canadá que está en plena forma pese a la edad, interesada en idiomas (no sé cuantos habla), experta en tecnologías de la información y que trabaja como consultora de seguridad para un gobierno del G8. Diréis que me estoy montando otra película, pero yo aquí veo una historia de espías de la KGB clarísima. Y si desparezco misteriosamente al poco de publicar esto, ya sabéis…
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