Desde que mi cacho-carne y no nos mudamos a Toronto hemos visto cómo construían un acuario justo debajo de la CN-Tower. Aparte de lo que ya de por sí nos molan los acuarios, la expectación por ver terminado y poder visitar el Ripley’s Aquarium of Canada ha estado bien alimentada por todo el marketing del que una gran compañía norteamericana es capaz de inventarse (y pagar). Simplemente lo de llamarlo of Canada ya es como decirte «ojito que estamos montando una cosa muy gorda».
El caso es que el acuario abrió en octubre de 2013. Como era una fecha indeal para convertirse en un buen regalo de cumpleaños para la cacho-novia, le compramos unas entradas. Y hemos estado meses viendo colas de varias horas y aurobuses trayendo manadas enteras de personas que nos han hecho ir retrasando la visita hasta que ya casi en junio, con eso del sol y las familias domingueras haciendo picnic en los parques, hemos podido ir. Ojo, que aunque no tuvimos que hacer ni un minuto de cola el acuario seguía hasta las trancas de gente, pero al menos pudimos acercarnos a todos los tanques y piscinas que quisimos y hacer las fotos que nos apeteció.
La visita cuesta $30 y nos duró algo más de dos horas. Si hubiese habido menos gente y la experiencia hubiese sido algo más relajante seguramente nos habríamos quedado algo más mirando algunos pececillos, pero tampoco habría sido mucho más largo. Por mucho marketing que hayan hecho no me parece que esté al nivel del acuario de Lisboa, por ejemplo, que además de tener más peces tiene nutrias y pingüinos. De todas formas no soy objetivo porque el acuario de Lisboa me tiene enamorado.
La otra cosa que no me gustó demasiado es que el acuario de Toronto está muy pensado para familias con niños, así que está lleno de juguetes didácticos, colores y luces brillantes, cosas que se mueven…. que si eres un niño o vas con niños tiene que ser la bomba, pero yo prefiero el rollo del acuario de Lisboa con sus zonas superoscuras con banquitos para que te sientes a ver los peces nadar. Aunque como os podéis imaginar jugamos con absolutamente todas las cosas, desde una pinza gigante hasta un videojuego de evitar que los cangrejos se coman un alga.
Pero que nadie se engañe que nos lo pasamos muy bien. Simplemente ver la langosta azul ya merece la pena, pero hay otras cosas que nos molaron bastante como los dragones de agua (que no me suena haberlos visto antes) o que, como todo está pensando para niños, me dejasen tocar un bebé tiburoncillo y una manta raya. No es que tocarlos sea excesivamente agradable (el tiburón es un poco lija, la manta muy resbalosa), pero poder decir que lo has hecho mola mil. Y hablando de cosas que molan mil, una manta raya comiendo es para echarse unas risas…
Además, la gran atracción es el tunel de cristal en la piscina de los tiburones y esa está muy currada. No sólo porque de verdad te sientes dentro del agua y los tiburones te pasan por encima, sino porque además se han currado un sistema de controlar el ritmo de la gente que funciona muy bien. Porque si tu montas eso y dejas a la gente con sus niños y sus teléfonos con cámara a su bola, en diez minutos tienes un colapso que ni la Nacional IV a la vuelta de Semana Santa.
Así que como véis en la foto han puesto una cinta móvil en el suelo a la que te subes y te lleva, despacito pero sin parar, por todo el tunel. A un lado hay suelo normal por si pasa algo o para que te pares un momento, pero la gracia está en que si sigues en la cinta vas todo el rato con la nariz pegada al cristal y nadie se te puede poner delante. Muy inteligente, se ve que no sólo saben de marketing.
En resumen: que los acuarios molan y el de Toronto está muy bien pensado y merece una visitilla. Es un plan genial en invierno cuando la ciudad está muerta y fuera hace un frío mortal, y sobre todo si tienes niños es para disfrutarlo. Y si algún día soy tan apestosamente rico y derrochador como para ello, lo mismo me monto un acuario gigante en el salón.
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