Hablando de nuestro viaje a Honduras mencioné el viaje desde Copán Ruinas hasta las playas paradisiacas y el curso de buceo en Roatán, pero no profundicé en el tema para no alargarme. Así que voy a hacer una entrada más corta para que entendáis la diferencia entre la mentalidad hondureña y la canadiense, y como el tiempo pasa a un ritmo distinto.
Empezamos por la mañana en Copán. Después de desayunar nos fuimos directamente a la estación de autobuses para comprar nuestros billetes y esperar al Hedman Alas de las 10.30am. Según los horarios, llegábamos a la estación de San Pedro Sula a las 13.30, tiempo de sobra para llegar a nuestro vuelo de las 15.00. Aunque de todas formas teníamos que coger un taxi, que el autobús al aeropuerto no salía hasta las 14.30 y eso ya nos parecía arriesgar demasiado.
Ahora bien, por razones que no alcanzamos a entender (todo el mundo estaba en el autobús a tiempo, incluido el conductor) no salimos de Copán hasta prácticamente las 11.00am. No habíamos arrancado y ya habíamos perdido media horaza, pero tampoco era muy grave. Nuestra primera experiencia con ellos (el viaje desde San Pedro Sula hasta Copán) había sido una delicia de puntualidad, servicio y comodidad (probablemente el autobús más cómodo que he cogido nunca, y no íbamos en clase “plus”); así que si cumplían las tres horas de viaje seguíamos yendo bastante bien de tiempo.
El problema es que seguimos acumulando retraso durante todo el viaje. No hicimos paradas ni nada por el estilo, simplemente el autobús tardó bastante más que a la ida. Y la única ve que notamos que el autobús frenaba sin razón acabó siendo para lanzar unas botellas de coca-cola a unos niños en la carretera, así que tampoco era como para montarles un pollo.
Lo que si hicimos varias veces fue ir a hablar con el “azafato” (ya os digo que los autobuses son un lujo) un par de veces. La primera cuando aún no sabíamos muy bien cuanto retraso llevábamos, y sin prestarnos mucha atención nos dijo que no nos preocupásemos que llegábamos bien. La segunda cuando la cosa pintaba ya muy negra, porque eran las 14.00 y aún no habíamos entrado en San Pedro Sula. Viendo que lo estábamos pasando mal nos preguntó a qué hora era el vuelo, y cuando dijimos que a las tres le faltó mandarnos a la porra, pero su “bueeeeeeeeeeno, ¡entonces llegan perfectamente!” es lo que venía a significar.
Acabamos entramos a la estación de autobuses de San Pedro Sula a las 14.15, pero los buenos de Hedman Alas aún nos tenían otra sorpresa preparada: nuestras mochilas fueron las últimas que sacaron. No de nuestro autobús, sino de los dos autobuses que llegaron a la vez. Cuando la novia de mi cacho-carne parecía estar a punto de arrancarle la cabeza a cualquier persona con uniforme de autobusero, llegaron nuestras mochilas y corrimos a coger el primer taxi que se nos ofreció. Un taxista que exudaba relajación, que igual que los autobuseros nos aseguró que llegábamos sin problema y que se ganó la mayor propina que he dado nunca a un taxista pisándole a fondo donde pudo. Aun así, a cada semáforo y parón por el atasco a nosotros se nos paraba el corazón, porque si perdíamos el avión a Roatán se nos chafaban las vacaciones completamente.
La verdad es que no tenemos muy claro a qué hora llegamos al aeropuerto, pero debían de quedar unos quince minutos para la hora del despegue. Corrimos con las mochilas, pedimos a la gente esperando que nos dejasen colarnos, llegamos al mostrador y… nos cambiaron de avión. No es que llegásemos tarde, o que el avión estuviese lleno. El chico del mostrador dijo que nos cambiaba de vuelo para que “volásemos directamente a Roatán, sin escalas”, lo que nos dejó un poco ojipláticos porque es lo que habíamos comprado, pero como parecía que sí íbamos a llegar a Roatán no protestamos. La mayor sorpresa fue que acabamos volando con otra compañía completamente distinta y sin que nadie nos pidiese el número de reserva ni nada (quiero pensar que, como en el avión caben unas quince personas, con el pasaporte les vale).
Así que al final sí, llegamos a Roatán y no tuvimos que cagarnos en todo lo cagable. En total el viaje fueron unas ocho horas de nervios y crispación. ¿Lo peor? Que nuestro plan era comer en el aeropuerto pero no tuvimos tiempo, así que sobrevivimos todo el día con una bolsa de ganchitos.
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