Seguro que estáis todos en vilo, sin saber qué pasó: ¿Consiguió el calcetín hacer un maldito café decente? ¿Se dio por vencido y ahora sólo bebe zumitos? Hoy, nueve meses después, por fin vuelvo a hablar de mis cafés.
Para empezar, quiero que entendáis que desde que la novia de mi cacho-carne se volvió a Canadá no habíamos tenido mucha necesidad de hacer cafés. Quiero decir, en casa de papá y mamá son papá y mamá quienes se ocupan de estas cosas, sobre todo porque son fieles seguidores de este blog. El caso es que ahora que estamos en Canadá y papá y mamá están a miles de kilómetros, y que tengo tiempo libre como para cultivar mi propio café, he vuelto a las andadas. Y con muy buenos resultados, todo hay que decirlo.
Podría contaros/inventarme mil historias épicas, pero creo que quiero regodearme en el hecho de que no soy un completo inútil sino que la cafetera que teníamos en casa era realmente culpable de todos mis problemas, y seguramente tenga también algo que ver en que todavía no tengamos los papeles de inmigración resueltos. En cuanto me han puesto delante una cafetera decente, el café se hace literalmente solo. Tal y como hemos repasado en este blog varias veces, basta con poner agua en el depósito y café en el depósito del café. Todo el café que quepa pero si apelmazarlo, y el agua para el que tiene capacidad la cafetera. Luego lo cierras con un poquito de fuerza y lo pones al fuego. Y luego pones la ingente cantidad de azúcar o leche condensada que tu organismo necesite para tragarse un brebaje tan inmundamente amargo.
De hecho he repetido el proceso varias veces, con dos cafeteras diferentes, y no fue simplemente un día de suerte. Además una de las cafeteras está donada para el proyecto del calcetín descafeinado por el mismísimo señor Starbucks, aunque seguramente él todavía piense que se la estaba dando a un cacho-carne cualquiera presente en su rueda de prensa.
Así que doy por zanjado este tema, gracias por vuestro interés, apoyo constante e innumerables consejos.
Efectos secundarios:
Amor propio y alegría. Y como el café descafeinado se quedó en Madrid, hiperactividad y un poquito de insomnio de regalo.
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