Últimamente parece que este blog va de comida, pero es que mientras se tramitan los papeles de inmigración no tenemos mucho más que hacer, la verdad. Por eso los padres de mi cacho-carne dicen que al chaval se le está poniendo “cara de pan de torta”, y menos mal que los calcetines tenemos un metabolismo más adecuado para este tipo de vida.
El caso es que yo pensaba que en occidente iba a ser difícil superar la experiencia de comida asiática de la barbacoa coreana, pero estaba muy equivocado porque existe el dim sum, descrito en la Wikipedia como:
…una comida china liviana que se suele servir con té. Se come en algún momento entre la mañana y las primeras horas de la tarde. Contiene combinaciones de carnes, vegetales, mariscos y frutas. Se suele servir en pequeñas canastas o platos, dependiendo del tipo de dim sum.
Para que os hagáis una idea es como ir a un bar de pintxos, pero en vez de ser tú el que va a la barra a buscar lo que quieres comer son los camareros los que se pasean por todo el local con carritos de comida ofreciéndote todo tipo de cosas: arroz, noodles, rollitos de primavera, dumplings, gambas rebozadas, calamares, pulpitos, tofu de una manera, tofu de otra manera y un sin fin de platos que no hay manera de reconocer salvo que vayas todos los días y tomes notas. Cuando dices que sí a algo te lo sirven y apuntan en una hoja que hay en la mesa el precio de la ración que te han servido (no ponen qué te han servido, sólo cuánto cuesta, así que más te vale tener memoria visual).
La experiencia es increíble y la comida sale realmente barata (cinco personas y un calcetín comimos hasta reventar por 70 dólares con propina y de todo). Lo mejor es ir con bastante gente para poder ir pidiendo un poco de todo y probar muchas cosas, que es lo que tiene gracia. El único defecto que le veo al formato es que te obliga a comer a todo trapo, porque no paran de pasar carritos por tu mesa con alguien que dice “güichi cho chan!” y tienes que decir ipsofactamente si quieres de eso o no, porque el carrito cambia y puede que no vuelvas a ver pasar el mismo plato en media hora. La ventaja es que así la gente come rápido y aunque haya una cola del copón cuando llegas en media horita estás poniéndote las botas.
Sólo hubo una cosa que no me gustó demasiado, por no decir que nada en absoluto: el té con el que se acompaña el dim sum. Para grandes conocedores de mi vida personal calcetinal, me recordó a cierto té de un restaurante japonés en Burlington, VT, con esa textura y saborcillo a “este es el agüilla sucia de haber limpiado la cocina”. Pero es cierto que al resto del mundo y principalmente a los chinos presentes (casi el 90% de todos los clientes, y estamos hablando de un sitio donde había fácilmente 100 mesas) parece que les encanta.
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