Hace un par de meses el jefe de mi cacho-carne le llamó a su despacho. Normalmente esto implica que le van a mandar algo que hacer, que lo mismo mola lo mismo es un curro enorme, pero como no tenía otra opción mi cacho-carne subió las escaleras desde el sótano hasta el segundo piso (la empresa está muy jerarquizada). Esta es la conversión del momento en que el plan de celebrar su cumpleaños tomando unas cañas con unos amigos en cualquier bareto del centro de Madrid se convirtió en un viaje a París:
-Hola, ¿qué querías?
-Muy buenas. A ver, al final tienes que ir tú el jueves a hacer la entrevista en París. Sí, lo sé, te he jodido el cumpleaños.
-Sí, la verdad… voy a pasar mi cumpleaños en París, a gastos pagados y viajando en primera.
El lujo de Renfe
Lo primero es hablar del viaje en cuestión, el proceso de desplazarse de Madrid a París. Esta vez tampoco se hizo en avión (más rápido, más cómodo y para la mayor parte de la gente más lógico) sino que nos metieron en un tren. Eso sí, con bien de lujo.
Resulta que para ir a Paris Renfe tiene una cosa que se llama Tren Hotel. La verdad es que lo que es el tren y dormir en la literilla no cambia mucho si viajas en turista o en preferente, pero tengo que reconocer que estoy muy de acuerdo en las cosas que, para Renfe, diferencian la buena vida (Clase Preferente) del gran lujo (Clase Club).
El primer pilar del lujo renfeniano es algo que ya habrá notado todo viajero que haya ido en el AVE en Preferente y en Club: comida y bebercio. Sí, los asientos son mejores, hay más espacio, te cuidan más (que si zumito nada más llegas, toallitas para limpiarte y demás)… pero donde se nota el cambio entre lo pijo y lo superior es en el menú, más amplio y suculento y con muchas bebidas incluidas. Pues bien, en el tren hotel la diferencia entre preferente y “gran clase” es, precisamente, que la cena está incluida incluyendo varias bebidas, lo que puede dar lugar a situaciones como la que sigue:
-Perdona ¿el menú me incluye otra bebida a parte de la copa de bienvenida?
-Sí.
-Pues una del rosado del Penedés, por favor.
-Ahora mismo te la traigo.
El segundo pilar del lujo refeniano es tener tu propio baño. Si vas en clase Preferente tienes en el camarotillo un lavabo y tal, pero si vas en Gran Clase tienes un baño completo con su váter y su ducha para ti solito. Esto tiene dos grandes ventajas:
1) te puedes duchar justo antes de bajarte del tren, a las ocho de la mañana, después de pasar la noche de viaje. Esto está muy bien cuando tienes a las diez una entrevista con una embajadora y se trata de tener un aspecto presentable.
2) no tienes que compartir el baño del vagón del tren. Porque, y esto es importante saberlo, el baño de un tren es una de las habitaciones más asquerosas en las que te puedes meter. Es como el baño de un bar, que a nadie le importa mearse fuera y dejar mojones flotando, pero sumándole el traqueteo del tren. Tras trece horas de viaje resulta bastante desagradable. Con buen criterio no hay duchas compartidas, miedo me da pensarlo.
Así que como he dicho, yo estoy de acuerdo con Renfe en lo que significa “lujo”: comida, bebercio y baño. Nada de almohadas de plumas o una cama de 1’20.
¿Qué hacer en París?
Bueno, ahora ya podemos centrarnos en París y qué hacer cuando estás sólo y, encima, es tu cumpleaños y ninguno de tus amigos está disponible. Aunque resulta muy útil haber estado ya antes y tener cosas pendientes, hay cosas imprescindibles como darse una vueltecilla por la Torre Eiffel (para subir otra vez, aparte del precio, tienes que pasarte media vida en la cola, así que no compensa), pasear por los Campos Elíseos o entrar en la Catedral de Notre-Dame. La verdad es que cualquier excusa es buena para visitar Notre-Dame.
En nuestro caso, las cosas pendientes que realmente nos hacían ilusión era subirnos a cosas, y sobre todo a las torres de Notre-Dame que además de ser bien altas tienen la famosa Galería de las Quimeras. Así que tras pasear por la Torre Eiffel e ir andando hasta Notre-Dame pasando por los Campos Elíseos, decidimos que después de comer había que apechugar con la cola de una hora para subir. Y lo hicimos, como también decidimos que siendo nuestro cumpleaños y pagando el jefe bien podíamos comer sushi en una terraza con vistas a la catedral (ojo, que encima salió de precio como un Quick).
La verdad es que sí, por más que lleves un calcetín en la mano hacer cola durante una hora sin nadie más con quien hablar es de las cosas más aburridas que puedes hacer, aunque consuela saber que si estuvieses viendo una peli de Garci sería más largo. La ventaja es que ni mi cacho-carne ni yo solemos tener problemas para hacer amiguetes, y menos cuando hay gente salá cerca…
Sin duda dos de los artistas con los que más me he reído nunca, con un espectáculo tan simple como imitar a la gente que pasa, vacilarles sin más o incluso cogerles de la mano y ver cuánto tardan en darse cuenta de que ya no están agarraditos a su pareja. Sencillamente genial.
Nada más empezar la ascensión nos llevamos una agradable sorpresa, que es que los europeos de menos de 26 años entran gratis, así que mi cacho-carne no tuvo que pagar (viva la madre que parió a la UE, que da gusto ser europeo y moverse por el viejo continente) y aplicamos la idea general de que los calcetines en el bolsillo tampoco. Esa fue la mejor forma de empezar una ascensión larga pero que merece mucho la pena, como podéis ver en las fotos. La Galería de las Quimeras mola lo indecible, y es literalmente imposible ver el campanario por dentro y no pensar en el majete de Quasimodo dando saltillos por ahí.
Y bueno, la verdad es que un solo día no da para mucho más. Si coges transporte público en vez de ir andando a todas partes seguro que te cunde más, pero tampoco mola ver las cosas a toda mecha. Por ejemplo, entrar al Louvre para una hora no merece la pena salgo que tu plan sea correr por los pasillos para ver las cuatro obras que has decidido que te merecen la pena (a saber: La Gioconda, la Venus de Milo, la zona egipcia y algo más a tu elección). Mi cacho-carne y yo nos limitamos a dar un rodeo hasta la estación para pasar por la Bastilla, pero principalmente porque se nos olvidó que la Bastilla en sí misma se la cargaron y no es más que una plaza con un pirulo en medio.
Así que ya veis que siempre se puede aprovechar un viaje de trabajo para pasarlo genial, y que no tener compañía no es excusa para quedarse sin ir a ver cosas. Además, al ser la segunda vez que pasaba por París pude fijarme en ciertas cosas que la primera vez me pasaron desapercibidas. La primera es que París está llena de tiovivos, como si tuviesen un trauma de ver tanta película romanticota y tanto Amelie, que bien podían poner menos tiovivos y más fuentes para beber agüita, que para dar con una hay que dar mil vueltas.
La segunda es una cosa que joroba, y una cosa por la que Renfe no consideraría París una ciudad de lujo: hay muchos baños públicos por la calle, pero no funciona ninguno.
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