Al poco tiempo de llegar a Holanda a alguien se le ocurrió la idea de hacer un viaje a Polonia. Efectivamente, es una idea un poco rara, pero como el billete costaba 40 euros ida y vuelta pues me apunté para seguir planeando la conquista del mundo. De hecho, he dado un paso muy grande en la demostración de la superioridad del calcetín sobre el humano al hacer de organizador, monitor y padre/madre/tutor-legal de un grupo de veintisiete personas, capaces de comprar un billete de avión con dos meses de antelación pero incapaces de reservar un hostal hasta que este calcetín tomó las riendas tres días antes de ir para allá.
El ir cuarenta personas tan sumamente españolas (pese a contar con fichajes mexicanos, canadienses, portugueses, colombianos y ecuatorianos) provoca cosas como que una cama de exposición en el aeropuerto de Eindhoven acabe totalmente rota por el sobrepeso y la violencia de un “¡bollooooo!” bien hecho. Esto demuestra que los holandeses no hacen buenas camas, y sobre todo demuestra por qué en España esa cama habría estado rodeada por una cuerda de seguridad y algún guardia con bigote.
Para quien no haya pasado en su vida por una clase de geografía, Polonia es un país. Para ser concretos y contando con que la mayor parte de la gente habrá ido a algunas clases más, Polonia es un país de centroeuropa tirando para el norte que a lo largo del siglo veinte le pilló muy cerca primero a la Alemania Nazi y luego a la Rusia Comunista, con lo que gran parte del país está construida hace nada porque los primeros se la cargaron en la guerra, pero parece viejísima porque los segundos la mantuvieron bien oprimida durante un tiempo. En cualquier caso, yo sólo vi Cracovia, una de las ciudades más importantes y menos destruida en la Segunda Guerra Mundial; y Zakopane, un pueblo dedicado a los deportes de invierno con unos paisajes impresionantes y una cantidad de nieve que este calcetín nunca había visto.
Polonia en general
Lo primero que hay que saber de Polonia es que tiene una moneda distinta al Euro: el Zloty, que se pronuncia “esloti”, “chilindrín” o “polonio”. Acostumbrados como estamos los europeos de este lado de Europa a la moneda única, es fácil descubrir lo mal que se le dan a la gente las matemáticas y lo muy capaz que son dos españoles de discutir por una deuda de un zloty, que no llega a valer 30 céntimos. Por eso mismo, sacar 100 zlotys parece un montón, pero desaparecen con gran rapidez y nunca tienes del todo claro si te estás dejando una pasta o está todo tirado de precio. Aquí hay que agradecer a nuestras Rabo-tarjetas el hecho de que no nos cobren comisión alguna al sacar dinero en cualquier país de Europa… sólo les falta que la banca por Internet no esté sólo en holandés para ser geniales.
La apabullante capacidad de los zlotys de ser gastados tiene fácil explicación, aparte de la mala gestión, las ganas de ayudar a la economía polaca y los equívocos matemáticos: Polonia es un sitio barato. Incluso en las dos ciudades en las que he estado, conocidas y marcadas por el turismo (en los sitios menos conocidos todo es aún más barato pero no hay tanto que hacer), se nota que todo resulta barato. La comida es lo más barato, pero también alquilar autobuses, el tranvía o unas botas porque hace un frío que para qué y no veas cómo nieva y se me calan los pies. Eso, y la frase “vaya usted a saber cuándo vuelvo a Polonia” te lleva a apuntarte a todas las excursiones, y así te quedas sin zlotys pronto, aunque los aprovechas muy muy bien.
Sobre la comida polaca tengo que reconocer que sé poco. En los cinco días que he estado allí sólo he comido platos 100% polacos dos veces. En parte porque los restaurantes cierran a las 22:00 (pero bajo la expresión literal “si quieres entrar entra, pero a las 22:00 estés como estés te largas”), pero en parte también para aprovechar al máximo el tiempo para conocer las ciudades. En cualquier caso la experiencia con la comida polaca fue buena, sobre todo teniendo en cuenta que uno pide sin tener ni idea de lo que se va a jalar, no sólo porque la carta esté en polaco sino porque cuando te explican el plato en sí no entiendes cómo pueden combinar tantos ingredientes.
Eso sí, tengo que reconocer que la primera experiencia fue un poco defraudante. Dada la amenaza de que teníamos que salir por patas a las 22:00, las dos primeras personas en llegar ya habían pedido su cena. Obviamente y con el morro hociquíl del calcetín que soy, probé ambos platos antes de pedir el mío, y me decidí por pedir otro “bigos” que estaba bien bueno y del que el camarero dijo “si lo comes sin pan, no es bigos”. Cuál sería mi sorpresa, y la de los amiguetes que siguieron el mismo proceso para pedir, al recibir un “bigos” totalmente distinto al que habíamos probado en conceptos tales como textura, color y presentación. Sería por llegar más tarde que lo hicieron todo más rápido, y hay que decir que entre las cosas que se les pasó poner en esos “bigos exprés” estaba el sabor.
A mí, que probé absolutamente de todos los platos que se pusieron a mi alcance en las dos ocasiones que estaba en un restaurante, la comida polaca me ha gustado. Eso sí, tiene que gustarte la comida contundente con sabor muy fuerte y, en algunos casos, la comida contundente con sabor muy fuerte a nada de nada. Y tengo que reconocer que el momento en que perdidos en la mitad de las montañas polacas (vamos, dando una vuelta por el centro de Zakopane) nos encontramos cara a cara con un Telepizza y nos metimos todos a comer con muy pocas objeciones quedará grabado en mi memoria, como quedará grabado en la memoria de la encargada del establecimiento ese día. Viva el dos por uno pagando en zlotys.
Sobre lo de que la comida es contundente quiero también comentar algo. Los polacos NECESITAN que su comida sea MUY contundente, porque con el frío que hace como se queden con un huevo duro y una ensalada aumenta la tasa de mortandad en una semana. Nosotros fuimos allí a mediados de Noviembre, y nos encontramos con lo que los polacos llamaron “el principio del invierno, aunque sí es verdad que este año viene más frío que de costumbre”.
¿El principio? ¿Y cómo cuernos es el clímax del invierno? Porque nosotros estábamos con máximas por debajo de cero (y eso cuando se veía el sol), mínimas de -15˚C y los pies helados pese a los dos calcetines (uno de ellos térmico comprado en la misma Polonia) y las botas (para algunos compradas también en Polonia con carácter de “muy my urgente, joder”). Así que los polacos combaten el frío poniéndose bien de grasa. Bueno, y bebiendo vodka a raudales, que lo tienen algo más caro que la cerveza (que sale a medio litro por dos euros en las discotecas) pero calienta más. Así que juntando conceptos, sabemos que Polonia es un país pobre y es algo que se nota por la calle, porque no ves un solo indigente tirado en el suelo, ya que de estar ahí le cubrirían 60 centímetros de nieve.
Y probablemente este clima sea el que haga de la gente polaca gente tan especial. Para empezar, están demasiado concentrados en no pasar frío que la mayor parte no habla ni entiende un carajo de inglés, español, francés o alemán. Cuando uno va desde Holanda, donde todo el mundo habla al menos tres lenguas perfectamente, la cosa choca. Y choca más cuando no puedes hacer entender al conductor que sois veintisiete y que por favor espere un poco más que unas chicas se han ido a comprar botas hace hora y media y no aparecen ni llaman ni nada. Eso no significa que los polacos no sean majetes, hasta el punto de subirse al autobús que conducen y decir algo en polaco cuya traducción, obviamente, era “tenemos una emergencia ¿Hay algún traductor en el autobús?”.
Eso sí, como he dicho el frío marca la personalidad de estas gentes y el polaco medio es un tío recio de narices (porque si no no sobrevives a semejante climatología), lo que hace que parezcan menos simpaticotes de lo que saben ser. Yo, en mi papel de superguía y monitor, he hablado con muchos de ellos, y cuando hemos conseguido traducir lo que nos queríamos decir y resulta que no nos estábamos insultando, me he llevado bien. Puede que por ser el único que les hablaba, por ser el que se comía el marrón de dirigir el grupo, porque aunque no hablasen inglés entendían mi cara de desesperación , porque nunca conseguí tener al grupo entero puntualmente en su sitio o porque manejaba un grupo de 27 turistas cargados de zlotys fresquitos, pero a mi me trataron muy bien.
La otra consecuencia social del frío es que en Polonia sólo hay polacos. En cinco días no nos cruzamos con nadie cuyo color de piel, forma de vestir, idioma, actitud o gesto dejase claro que no era polaco recio de pura cepa. Obviamente tiene que haber inmigración, pero debe ser muy poca y provenir sólo de países cercanos donde también habita gente recia acostumbrada a vivir por debajo de -5˚C.
(Sigue pasando frío en el Vol.2)
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