Otra noticia de la semana pasada: la NASA admite que permitió volar a astronautas ebrios. Bien, no hay mucho que resumir, pero dejo un párrafo tranquilizador: «Los dos incidentes en cuestión se tratan de ocasiones en que los astronautas habían bebido tal cantidad de alcohol antes de volar que los médicos de vuelos y sus colegas astronautas hicieron objeciones en cuanto a la seguridad de dichos vuelos».
No sé cuántos puntos te pueden quitar por llevar un transbordador espacial estando curda, pero sobre todo no sé cómo el tipo que va al lado le deja llevar el cacharro. Vamos, yo evito montarme en coches en los que el conductor va trozo. Tampoco sé cómo los médicos lo consienten, porque tienen la capacidad de decir que el borracho en cuestión no está en condiciones para la misión. Ni por qué la propia NASA guarda documentos que admiten semejante barbaridad cuando significa que ponen en riesgo siquicientos millones de dólares.
Los calcetines hace tiempo que dominamos el tema de los viajes espaciales, así como el tema de las juergas. La cosa es sencilla: el que saque la pajita más corta no bebe y le toca conducir. En el caso humano tiene la ventaja de que como llevan escafandras y trajes ultrachachis la tapicería no se va a manchar, y llevan pañales puestos, pero tiene la desventaja de que tienes que escuchar las típicas conversaciones de mamaos dentro del transbordador: “¡hossstiá, un marciano!”; “precausión, amigo comandante de las fuerzas aéreas Jhooooooon, la luna es peligroshaaaaaaa”; “oshe tío, párate ahí en Marte a tomar la última”; “buenas noches agente, hermosa noche, ¿verdad?” “¿hashemos un trompo? ¡trompo, trompo!”.
Y todo ello con gravedad 0. Quiero decir “fuerza de gravedad” 0, porque me parece grave de narices y esto demuestra que los humanos aún no estáis preparados para según que cosas. Luego que si la sonda a Marte acabó bien estrellada por confundir millas con kilómetros.
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