Desde que empezó la aventura del Erasmus en Holanda, todos hemos pensado una cosa: esta no es la Holanda que nos habían vendido. Mientras todos pensamos que este país es un ejemplo de vicio, perdición, locura y fiesta; los holandeses tienden a ser estrictos, muy formales con las normas y leyes y poco dados a desmelenarse a lo bestia. Sí, tienen barrios rojos y puedes comprar algunas drogas, pero aquí te cae la de Dios si te ven bebiendo una cerveza por la calle o si los vecinos se quejan del ruido pasadas las diez de la noche. Y durante todo este tiempo, los amiguetes que han estado en este país por más años nos han estado avisando: espérate al Día de la Reina, y verás. Y sí que hemos visto, sí.
El Día de la Reina, Koninginnedag en holandés, es la fiesta que el 30 de abril celebran los holandeses por el cumpleaños de su Reina. Pero si miras en Wikipedia lees que el cumpleaños de la Reina Beatrix es el 31 de enero. Bien, esto tiene una explicación sencilla. Ya he dicho que el cumpleaños de la Reina es una fiesta increíble (luego me meto a fondo con este tema), y la mayor parte de la gracia es la fiesta en la calle. Pero en Holanda el 31 de enero hace un frío que te cagas, y no mola mamarse en la calle para celebrar nada. Así que en un alarde de complacer a sus súbditos y no perder toneladas de turistas dispuestos a tajarse y drogarse dejándose sus buenos euros, la fiesta se sigue celebrando el día del cumpleaños de la madre de la Reina (es decir, de la ex-Reina), que el clima es mucho mejor.
Pero vamos con la fiesta. La cosa empieza la noche del día 29, en lo que se conoce como la Noche de la Reina (Koninginnenacht), y lo típico es pasar la noche en La Haya (donde vive la Reina) y el día siguiente en Ámsterdam (capital del vicio). Bueno, pues la Koninginnenacht para nosotros empezó de manera muy especial, porque volvieron muchos de los Erasmus que tuvieron que volverse a sus países en Navidad. Una alegría volver a juntarnos, y una pena que haya durado tan poco tiempo.
Pero lo que no esperábamos, por más que nos lo habían avisado, era que toda la ciudad se volcase con la fiesta de esa manera. Siete escenarios con música en directo, miles de personas de todas partes del mundo, un ambiente increíble y unas fuerzas policiales dedicadas a evitar que hubiese problemas excesivos pero permitiendo todo lo que está absolutamente prohibido el resto del año. En fin, un fiestón.
Y pese a la noche larga, increíble y agotadora, al día siguiente había que levantarse medianamente temprano para ir a Ámsterdam. El Koninginnedag amenazaba con ser algo muy digno de recordar, y sin duda alguna lo fue. Empezando por el tren, lleno hasta la bandera de gente vestida de naranja, bebiendo y fumando en el tren y sin noticias de revisores o seguridad que pusiese un mínimo de orden. Y esa experiencia, ya de por sí flipante, se quedó en nada en cuanto pisamos la ciudad.
Aún se podían ver (y oler, lo que resultaba menos agradable) los restos de la fiesta de la noche anterior, que para mucha de la gente que iba por las calles debía de ser en realidad parte de la misma fiesta. Los siete escenarios de La Haya se quedaban en nada comparados con la fiesta que cada bar había montado en Ámsterdam. Era imposible dar tres pasos sin pasar por varios mini-escenarios improvisados en las ventanas de los bares que no dejaban de servir comida y bebida y poner música. A ratos se nos hacía difícil andar, y por supuesto el grupo se iba deshaciendo cada poco tiempo y teníamos que ir parando para volver a juntarnos. Y la primera parada larga la llevamos a cabo en un bar cuya pancarta nos ofrecía todo lo que pedíamos.
Y es que, aunque durante los dos días el botellón estuvo más que permitido, sigue teniendo problemas: hay que cargar las bebidas, y además se van calentando. Por cierto, que la normativa vigente para esos días decía que estaba permitido ir por la calle con un envase de alcohol. Eso significa que podías llevar un chato vino, un mini de sangría, una botella de kalimotxo o un barril de cerveza, pero sólo uno (lo demás, en la mochila). En cualquier caso, nunca están demás las paradas en los bares, sobre todo cuando tienen buena musiquita y hay tan buen ambiente.
Pero tampoco era plan de quedarse en un sitio toooooooodo el día, así que al cabo de un par de horas retomamos nuestro camino hacia Museumplein. De camino seguimos disfrutando de la marea naranja, de los canales llenos de barcos llenos de gente de fiesta, de los puestecitos de comida y de otra parada larga en Leidesplein, donde teníamos un escenario de música y puestos de comida y bebida (sí, somos de fácil contentar).
Y sí, al final llegamos a Museumplein, uno de los escenarios principales donde grandes estrellas de la música tocaban para una purrela de gente que apenas se podía mover. Kane primero (rock) y David Ghetta después (que les gusta el bacalao a los holandeses, jodo) se encargaron de poner el punto final a la fiesta oficial. Cosa curiosa que después de la koniginnenacht y el koniginnedag la fiesta se acaba a las 22h., pero ya digo que los holandeses son muy estrictos y si a han dicho que a las 22 a las 22 se acaba, que al día siguiente hay que ir a trabajar. Tal es la cosa que a las 22:05 llegaban los camiones de limpieza.
Y cierto es que la fiesta seguía con la impresionante feria en la plaza del Dam, o en las decenas (si fuese España serían centenas) de bares que, ya sin nada fuera, seguían con la música y las cervezas; pero dos días enteros de fiesta brutal y la perspectiva de casi una hora de camino hasta casa fueron suficientes para que cogiésemos el tren a las 00:45.
En fin, cuando tenga tiempo montaré los vídeos que hay de estos dos días deliciosos, que poco tienen que envidiar a los San Fermines (además, no hay toros que te empitonen, con lo que eso fastidia el buen rollito). Y esto sirve para reafirmarme en mis ideales: la monarquía no es mi sistema político favorito, pero tiene sus puntos.
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