Durante muchos años, este calcetín ha vivido en el hogar familiar, al amparo de unos progenitores que se encargaban de la mayor parte de la limpieza de la casa. Pero cuando uno se va a vivir sólo lo normal es que tenga que encargarse de limpiar su propia mugre, sobre todo cuando se va a vivir a otro país y mamá queda lejos. Y este calcetín no iba a ser menos.
La verdad es que durante todos esos años no han sido pocas las tareas domésticas relativas a mantener la casa mínimamente habitable que he llevado a cabo, desde barrer el suelo hasta fregar los baños. Pero ahora he descubierto que, aun en esos momentos en los que uno tenía que valerse por uno mismo en su lucha contra la porquería, estaba en realidad bajo el ala de papá y mamá que se encargaban de que no hubiese ningún problema.
Desde el primer día en Holanda decidí ser responsable, y que tampoco me gusta vivir en condiciones insalubres, Así que fui al súper a equiparme para la acción. Cuando estaba frente a estanterías llenas de productos de limpieza me di cuenta de lo sencilla que era la vida cuando mamá abría el armario de las cosas de limpiar y decía: esto para el suelo, esto para los baños y esto para limpiar el váter. Pero mamá no estaba, así que me valí de la asociación lógica: la foto de la fregona para los suelos, la foto de copas brillantes para los platos. Y, en lo que menos dudé, la foto del pato para el váter.
Pero entre exámenes, visitas y trabajos en el último mes no he tenido mucho tiempo de limpiar. Así que en cuanto terminé los exámenes y tuve tiempo, me puse con ello. El objetivo era dejarlo todo reluciente, pero sobre todo dejar de tener miedo a mirar según qué esquinas del cuarto y a los rugidos nocturnos que salían del baño. Empecé por el baño, pero cometí el error de no pedir a mi vecino el friegasuelos (el de la foto de la fregona) y me encontré incapaz de terminar la tarea.
Como no me gusta dejar las cosas a medias, decidí que yo limpiaba ese baño en ese instante aunque mi vecino se hubiese ido a tomarse una cerveza dejándome sin el material adecuado. Así que llené el cubo con agua, puse un poco del lavavajillas (el de la foto de copas brillantes) y me puse a fregar el suelo, imaginando que algo que puede desincrustar la grasa de meses de todo un banquete con una sola gota bien podía quitar un par de huellas del suelo. Pues bien, a los pocos segundos tenía montada la fiesta de la espuma en el baño de mi casa, y para sacar toda la espuma necesité cantidades de agua que ya querrían tener los murcianos. Pero una vez seco hay que decir que todo el baño quedó limpio, desengrasado a tope y con un agradable olorcillo a limón.
Esto demuestra que, efectivamente, cada producto de limpieza debe ser usado únicamente en relación a lo que aparece en su foto. Pero aun así, hay veces que no todo resulta tan fácil. El otro día, hastiado de ver cómo la porquería se iba acumulando en la cocinilla y en la parte exterior de la sartén, inmóvil ante mis numerosísimos intentos y esfuerzos de despegarla de allí con el estropajillo, tomé una decisión drástica y me compré en el súper una nana. Para quien siga viviendo en casa sin hacer ni el huevo: esa especie de amasijo de metales retorcidos que anda cerca de la pila y tiene pinta de arrancar la piel a tiras.
Reconozco que gracias a semejante arma digna del Medievo conseguí doblegar en gran medida a las hordas de grasaza incrustada, pero a la vez descubrí el maravilloso significado del concepto “salvauñas”, que siempre me había parecido una chorrada. No sólo se me quedaron las manos con muñones en vez de dedos, es que si froto un poco más el culo de la sartén le hago un agujero.
Pero la mayor trampa mortal a la hora de fregar tiene nombre propio: WOK. Este cacharro a medio camino entre sartén mal hecha, olla mal hecha y ensaladera demasiado pesada es sin duda uno de los mejores cacharros de cocina. Las verduras quedan genial, el pollo al curry queda genial, las cosas se hacen bastante rápido y quedan muy ricas, y encima al usar poco aceite se supone que es más sano.
Y digo “se supone” porque lo que tiene el wok es que es imposible de limpiar en condiciones. Si no frotas, se va quedando acumulada una capilla de grasa que da mal rollo cada vez que lo usas, aunque también un toque de sabor especial que quizá (y probablemente) sea el truco de los restaurantes chinos. Si frotas, te cargas el wok, y entonces las cosas dejan de hacerse bien y empiezan a pegarse cada dos por tres. Y entonces te encuentras ante dos caminos: frotar para despegar lo que se ha pegado, con lo que te vas cargando más el wok, se van pegando más las cosas y tienes que frotar más; o lavar el wok evitándole daños, con lo que te quedas con la grasilla acumulada. No sólo eso: como ya te has cargado el wok las cosas se van pegando, y en vez de una capilla acabas teniendo toda una catedral gótica de grasilla y sustancia en el wok. Al menos es lo que pasa con el wok del IKEA que me dieron a mí.
En cualquier caso, todo esto resalta la maravillosa idea que tuvo alguien a la hora de inventar el lavaplatos. Por lo demás, limpiar una casa no tiene ningún misterio, así que ya estáis ayudando a vuestras madres, so vagos.
Deja una respuesta