El otro día estábamos tirados en el sofá, cada uno mirando su teléfono en silencio como buenos millenials, cuando de repente la cacho-novia preguntó si queríamos ir a un concierto de Bon Jovi. Una pregunta claramente hipotética, porque no creo que nadie en la historia de la humanidad haya contestado a eso con un «nah, prefiero quedarme en casa viendo algo en Netflix», pero venía a cuento porque una amiga tenía entradas y, como ella no podía ir, nos las dejaba a buen precio. Como os podéis imaginar, en un par de minutos un lunes basurilla cualquiera se convirtió en «joder, joder, joder que vamos a ver a Bon Jovi el sábado».
Bon Jovi es de esas bandas que molan de toda la vida, con temazos de los que te sabes la letra aunque no te hayas comprado uno de sus discos en tu vida, y de los que te da el subidón en cuanto empiezan a sonar. Y le debemos el poder quedar como Dios en un karaoke aunque cantes como el ojete, porque si te pones con algo de Bon Jovi el bar entero se viene arriba cantando a grito pelao y al final hasta te aplauden un montón porque es que es un temazo y has alegrado la noche a todo el mundo*. Vamos, que el resto de la semana fue de expectación máxima y la pasamos escuchando a Bon Jovi en casa y en la oficina. Esto es un diálogo real de mi cacho-carne con su nuevo jefe:
Nuevo Jefe: Oye, sobre el correo de…
(Mi Cacho-Carne señala los auriculares que lleva puestos)
Nuevo Jefe (con gestos): Perdona, ¿estás en una llamada con un cliente?
Mi Cacho-Carne: Bon Jovi.
Nuevo Jefe: Que sí, tío, que sí, que ya sé que vas a ver a Bon Jo…
Mi Cacho-Carne: El sábado.
El sábado por la mañana hicimos la compra como mortales cualesquiera que no van a ver esa misma noche a una banda que acaba de entrar en el Rock Hall of Fame. Pero por la noche, como ir a ver a Bon Jovi después de comerse en casa un sandwich de jamón de york no pegaba, la cacho-novia nos llevó a comernos una de las mejores hamburguesas de Toronto antes del concierto. Y de ahí ya sí al Air Canada Centre a darlo todo.
Nuestros asientos estaban en la penúltima fila en todo lo alto del estadio, lo que en Canadá se conoce como «nosebleeds» por eso de que cuando estás muy arriba la presión atmosférica hace que te sangre la nariz. Sé que en la foto también parece que estamos a tomar por saco, pero estábamos en un lateral y prácticamente en línea con el borde del escenario, así que en realidad se veía muy bien y disfrutamos a gusto de Bon Jovi.
Mezclaron muy bien las canciones nuevas con los grandes éxitos (una de cada tres canciones era un super éxito) y terminaron con un impresionantísimo Living on a Prayer con veinte mil personas y un calcetín dejándonos las gargantas. Fue un conciertazo, con los músicos dándolo todo desde el principio hasta el final. Y, aparte de los temazos, hubo un par de cosas del concierto que me parecieron increíbles.
La primera, el guitarrista. Es difícil que hablen mucho de tí cuando al lado tienes a Bon Jovi, pero Phil X es espectacular (y como es de Toronto, se ganó al Air Canada Centre rápidamente). El segundo guitarra tampoco es manco ni mucho menos, y al final de una canción dieron diez minutos de los mejores solos de guitarra de rock que he escuchado en mi vida.
Y la segunda cosa impresionante: John Francis Bongiovi Jr. en sí mismo. A parte de hacer música que mola un taco, tiene el carácter perfecto para los conciertos: está todo el rato moviéndose de un lado a otro, se asegura de mirar y dedicar guiños a todos los rincones de la grada, se bajó del escenario para cantar un par de canciones desde la otra punta y por el camino fue dando manos y haciéndose selfies, sacó a una señora a bailar (¡con Bon Jovi!)… y todo sin dejar de sonreír ni un segundo, y con los dientes más blancos que he visto en mi vida desde el capítulo de Friends en el que Ross se pasa con el blanqueante.
El propio Jon resumió todo eso en una frase. Al terminar la segunda canción, con todo el mundo cantando y tal pero sentado (porque los canadienses somos así, no vaya a ser que no dejes ver al de detrás) dijo: «Toronto, estáis en un concierto de Bon Jovi, levantáos del asiento». Y como buenos canadienses, en cuanto nos lo pidió nos levantamos todos, empezó a sonar You Give Love a Bad Name y ya de ahí para arriba.
*Hala ya sabéis el truco de mi cacho-carne para los karaokes. Funciona todas las veces, y da igual si no te sabes la letra o si no hablas ni papa de inglés o si estás ya que deberías haberte ido a casa hace un rato.
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