El lunes tuvimos en Toronto una tarde para el recuerdo. En diez minutos pasamos de tener sol y buen rollo a sufrir una de las mayores tormentas que he visto. Os recuerdo que estuve viviendo en Holanda durante un año entero, así que cuando una tormenta me impresiona lo suficiente como para hablar de ella e incluso dedicarle una entrada en el blog ya os podéis imaginar que no fueron precisamente cuatro gotas. Más bien al contrario: en unas horas nos cayó la misma cantidad de agua que normalmente cae en un mes y medio. No es que yo sea novato en lluvias apocalípticas, pero aun así el tema impresiona.
Y eso que mi experiencia personal no fue demasiado dolorosa. A media hora de salir de la oficina empezamos a ver unas nubes muy, muy pero que muy negras en el horizonte, así que miramos la previsión meteorológica y nos acojonamos de tal manera que decidimos quedarnos a hacer un par de horas extra para que escampase un poco. Y fue una sabia decisión, porque a los pocos minutos en la calle a la que dan nuestras ventanas el agua llegaba a la altura del bordillo de la acera. A eso de las seis y media, cuando seguía lloviendo pero daba menos miedo, decidimos emprender la vuelta a casa. En bici.
Lo de coger la bici parecía la mejor opción cuando estábamos al otro lado de la ventana: de la oficina a casa tardo quince minutos, que es menos de lo que tardo en andar de la oficina al metro y del metro a casa, así que puestos a calarme prefiero ahorrarme los tres cochinos dólares que cuesta el billete de metro. De camino a casa la lluvia volvió a tomárselo en serio y dejó de parecer tan buena idea, porque cuando vas en bici y al pedalear tu pie queda completamente sumergido te das cuenta de que lo mismo te has pasado de chulo… pero no.
Cuando llegué a casa me dí una ducha caliente, me conecté a Internet y me encontré con que Toronto se había venido abajo: las carreteras estaban inundadas y el metro estaba inundado, así que la gente no podía volver a sus casas (que también se habían inundado), y para colmo media ciudad estaba sin luz. Incluso el factor humano, que en norteamérica es de lo mejor en días así, dió por saco: la compañía de taxis Uber, viendo el caos y que el transporte público de la ciudad estaba desbordado, en vez de ayudar a la gente como hicieron otras compañías decidió subir sus precios para esa tarde y seguir como si nada. Así que yo, que aunque empapado llegué a casa en veinticinco minutos, creo que salí bien parado.
Os dejo con una buena colección de fotos que uno de los periódicos nacionales ha juntado. Así veis el veranito que nos está regalando Canadá.
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