Este año el invierno en Toronto ha sido tremendamente largo, y en abril todavía hemos tenido temperaturas cercanas a cero grados y días de nieve. Entre eso y lo de tener un trabajo no he encontrado tiempo y ganas para contaros nuestra aventurilla con las raquetas de nieve, pero parece que ya vamos viendo más el sol y vuelve a ser un bonito recuerdo en vez de otro cansino día de invierno así que aquí la tenéis.
En febrero aprovechamos uno de los pocos fines de semana largos que hay en este país para ir a Quebec y seguir con el proceso de integración en el invierno canadiense. Febrero es el mes más frío, y en cualquier parte de Quebec hace considerablemente más frío que en Toronto, más si hablamos de un pueblo en las montañas al norte de Montreal; así que engañamos a dos amiguetes venezolanos para que viniesen con nosotros a darnos calor. Amanda y Daniel tienen un nivel de esquí y de experiencia con el frío bastante similar al de mi cacho-carne, y además son bien salaos… y sí, tienen una cámara de fotos (y sapiencia para usarla) que a partir de ahora voy a intentar que vengan a todos los viajes para que me quede bonito el blog.
Para esta aventura visitamos una vez más a los padres de la novia de mi cacho-carne en Val-David, porque es básicamente el mejor hotel que podemos encontrar pero con mejor comida. No se trata sólo la habitación gratis a cuarenta minutos del parque nacional y estación de esquí de Mont-Tremblant, la inagotable bodega y unas cenas que ya querría el sultán de Brunei; son también las largas e interesantes conversaciones sobre cualquier tema, desde cocina molecular hasta viajes de mochilero por las islas del Caribe o mecánica industrial. El sitio perfecto para sentirse en casa ahora que vivo tan lejos de mi familia.
Como iba diciendo antes de ponerme meloso, nuestro hotel favorito forma parte de un paisaje idílico. Les Laurentides es una región envidiable, a una hora en coche al norte Montreal. En verano todo lo que ves es un bosque frondoso donde puedes hartarte a hacer camping, y en invierno estás en uno de los mejores sitios para los deportes de nieve. Así que el primer día, después de desayunar como si no hubiésemos comido en tres meses, nos plantamos en el Parque Regional Val-David – Val-Morin para probar a hacer senderismo con raquetas de nieve. No era mi primera vez con raquetas de nieve, pero existe una gran diferencia entre salir al backyard de tu tía en Vermont a dar una vuelta con los perros y pasarte cuatro horas subiendo y bajando montañas.
Para los amantes de los datos, el alquiler de las raquetas salió a $15 por persona (más impuestos, pero tranquilos que aquí no hay propina). Da la impresión de que son las raquetas más baratuelas que hay, pero tampoco me parece que los novatos necesitemos mucho más. La entrada al parque son $9 por persona, y aunque parece un poco caro en cuanto echas a andar te parece un precio muy justo. No sólo mantienen la señalización y las rutas de esquí de fondo, sino que hasta en los más crudo del invierno mantienen unas cabañitas en mitad del monte con estufas encendidas para que puedas entrar a calentarte y sentarte a comer la comida que deberías haber metido en la mochila. Y si eso te parece poco, también mantienen baños para que no tengas que sacar el culo a -20ºC si la naturaleza te manda un SMS.
¿Y cómo es andar con raquetas de nieve? Pues bastante parecido a andar sin ellas, que es de hecho la gracia del invento. Cuesta unos minutos acostumbrarse a tener unos pies gigantes, y sobre todo acordarse de que es casi imposible andar hacia atrás, pero no es un ejercicio que requiera un entrenamiento especial o ser excepcionalmente hábil. De hecho, andar por la nieve con raquetas de nieve es muchísimo más sencillo que sin ellas. La mayor superficie de contacto reparte tu peso y evita que te hundas a cada paso, mientras los dientes metálicos evitan que patines y son una gran ayuda cuando vas cuesta arriba o cuesta abajo. Básicamente, si te gusta andar por el monte y tienes buena ropa para el invierno, lo de las raquetas de nieve te encantará.
Como podéis ver en las fotos lo mejor de la caminata son las vistas, sobre todo para los que todavía flipamos cuando vemos toda esa nieve junta. Especialmente increíble fue encontrarnos con la catarata congelada y meternos dentro del túnel de hielo, pero los paisajes desde lo alto de la montaña son para quedarse con la boca abierta. Sinceramente, no me habría sorprendido nada encontrarme con el Yeti. Y eso que por estar desentrenados tardamos más de lo que nos pronosticó la guía del parque y no pudimos meternos en el desvío que nos dijo que era la parte más bonita, pero así tenemos una buena excusa para volver. Además con un poco de suerte la próxima vez somos un poquito más listos y nos llevamos algo de comida y bebida en la mochila, que tuvimos que sobrevivir los cinco (cuatro personas y un calcetín) con dos botellitas de zumo y dos chocolatinas que compramos in-extremis en una máquina expendedora de la oficina de información antes de echar a andar.
Eso sí, nosotros estábamos en plan caprichoso y después de la caminata volvimos a Val-David a darnos un atraconcillo de quesos para merendar, luego nos fuimos a un spa ártico (de esos que te metes en el río helado y vas corriendo a la sauna) y rematamos el día con una fondue de queso. El día de invierno perfecto.
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