Hoy por fin puedo colgar la entrada del fantástico viaje a París que hicimos entre exámenes. Sí, me pillo uno el día antes de ir y otro dos días después de volver, pero mereció la pena. Además, así puedo empezar una nueva categoría, la Xavi around the world, que os demostrará que un calcetín ha estado en más sitios que vosotros y es capaz de sobrevivir en más países.
Para empezar, reconozco que yo tenía mis reticencias a ir a un país donde hablan diciendo “blublublu”, y sobre todo las tuve cuando sonó el despertador a las 2:43 a.m. para ir al aeropuerto. Pero bueno, no hubo más problema que el sueño y tras unas horas, un autobús y un par de preguntas en francés (blublublu) encontramos el hotel, muy bien situado (cerca del centro, al lado del metro, en un barrio un poquito chungo), una gente muy maja y unos desayunos brutales. Y desde ese momento hasta 72 horas después estuvimos pateándonos la ciudad del amor. Sin encontrarlo, por cierto. Y tampoco nos trajimos ningún niño, luego ya tenemos dos mitos destrozados.
Obviamente hay mil cosas que contar de esta ciudad enorme y más que conocida por todos, pero me limito a lo que considero imprescindible, y aún así ha quedado una entrada muy larga. Es decir, unos cuantos monumentos, sitios básicos, claves culturales y alguna que otra cosa rara. Supongo que es lo que haré con esto de los viajes, porque nunca se puede contar absolutamente todo.
Lo primero, como no podía ser de otra forma es la Torre Eiffel. En realidad no es más que un amasijo de hierros, pero muy bien puestos, muy grandes (muchísimo) y con cosas que uno no espera de un amasijo de hierros, como ascensores o restaurantes. Si, que hay restaurantes ahí en medio. Puedes subir haciendo una cola de trescientas horas (para subir todo en ascensor) o de tres minutos, subiendo parte a pie. Algunos días sí te dejan subir todo andando, haciéndote el macho español ante las mozas exhaustas de escalones, y era nuestra idea para ahorrarnos colas y dineros, pero el día que fuimos sólo se podía hasta la mitad.
Y aquí va la primera chorrada, una paradoja de la que parece que sólo un calcetín puede darse cuenta: París vista desde la Torre Eiffel no parece París. A ver, la vista es genial y mola un montón subirse y pensar en mear desde allí arriba, pero ves la ciudad enorme y no parece París porque… la Torre Eiffel no aparece por ningún lado. ¿Qué la tengo debajo? Pues sí, pero entonces si no veo la Torre no es París. Además, yo lo esperaba más caro y no me pareció excesivo el precio (como 7 euros “con medio ascensor”). Vale que es subir y bajar y que con 7 euros en cada sitio tú te empobreces y Francia entera se enriquece, pero como es la Torre Eiffel te podrían meter el palo que sea que tu vas y lo pagas porque es la Torre Eiffel.
Otro sitio mítico es el Arco del Triunfo, al que también te puedes subir. Los parisinos te dejan que te subas donde quieras si les vas dejando tú a ellos quedarse con tu dinero. El Arco en sí mismo no tiene mucho que contar, más allá de lo larga que es la calle (Los Campos Elíseos), lo grande del Arco y la cantidad de nombres de sitios que tiene escritos. De nuevo lo más interesante es una tontería: lo más espectacular del Arco del Triunfo es la glorieta que lo rodea, de unos diez carriles sin señalizar. Es decir, una locura urbanística aborrecible de estar en Madrid y un monumento nacional por estar en París, vaya injusticia. Bueno vale, y también está que es donde se encuentra la tumba al soldado desconocido de la primera guerra mundial, convertida en monumento a todos los muertos por la patria francesa.
Tercer punto vital: el Louvre. Aunque sólo sea por ver el pedazo de palacio y perderte buscando la salida después de ver La Gioconda y la Venus de Milo. Es una bofetada de cultura inmensa, y no te la puedes perder. También mola la fachada del Pompidou, llena de tubos y cosas raras tipo plataforma petrolífera del futuro, aunque dentro no estuvimos.
El último monumento por hoy: La catedral de Notre-Dame. Si, la del jorobado. He visto muchas iglesias, catedrales y cosas del estilo a lo largo de los años y a lo ancho del mundo, y la verdad es que pocas veces me han impresionado tanto. Por fuera ves ésta y dices “jostiá, que raro, las torres acaban planas” (para que te puedas subir si pagas, claro. No es coña, que se puede). Pero el caso es que una vez dejamos de mendigar en la feria del pan que había justo delante y entramos, me quedé boquidifuso o algo así. En serio, impresiona muchísimo por lo grande y lo currado de todo.
Ahora ya podemos empezar con las chorreces a secas. La primera de todas es que uno de los sitios más famosos, más reconocibles y más míticos de París resulta ser un local de mujeres de moralidad sospechosa. Vamos, un puticlub. De lujo, eso sí, y con versión cinematográfica no-porno incluida, pero un puti. Ya sabemos todos que hablo de El Moulin Rouge, pero creo que este buen amigo nuestro tiene toda la razón…
La verdad es que no me queda muy claro el porqué de tanta fama. Quiero decir, si, tiene un molino rojo, pero en la misma calle hay siquicientos locales de lo mismo y no los conoces, así que hagan el favor de explicarme porqué es tan famoso precisamente este. Y porqué los franceses están tan orgullosos de un puti, y los turistas nos hacemos fotos.
Otra cosa curiosa de París es que los taxis son todos coches de lujo, preferentemente Mercedes enormes con asientos de cuero y revistas para ir leyendo. Preguntamos a un parisino si es que tienen subvención por dejarse los órganos vitales en un coche supercaro y así tener un París más chic con el que meter a los turistas en una espiral de gasto total, pero no supo contestarnos.
Y para terminar, el motivo por el que realmente merece la pena ir hasta allí: los croissants. Lo curioso es que todo el país sepa hacerlos tan bien. Absolutamente todo el país. Todos los que he probado (que no les he dado un mordisquen, que me los he zampado enteros) estaban deliciosos, y eso tiene que ser algo que les da el que los haga un parisino o algo. Desde el croissant del desayuno del hotel hasta el de la cafetería guarra del aeropuerto guarro. Lo mismo en la primaria les dan una obligatoria de croissanteador o algo así, porque si no no me explico que todos salgan tan buenos, de verdad. Esto sí que saben hacerlo, los jodíos.
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