Pues sí, ya estamos en Toronto dispuestos a disfrutar de unas merecidas vacaciones tan largas como tiempo tarde la burocracia canadiense en tramitar la solicitud de common law partner en la que tanto esfuerzo hemos puesto. La verdad es que después de tanto tiempo preparando el viaje, y contando con que en octubre ya vinimos a ayudar a la novia de mi cacho-carne a montar el apartamento (aunque en este tiempo ha mejorado mucho el aspecto, y hay que agradecerlo), no hay mucho que contar en el apartado de nuestra nueva vida.
Además, el viaje fue bastante bien. Tuvimos incluso suerte con los asientos y nos tocó en una salida de emergencia para tener las piernas bien estiradas (aunque una canadiense listilla intentó que la cambiásemos el sitio porque se le hinchaban los pies… menos mal que mi cacho-carne tiene ahora mismo las rodillas para hacer chopped con ellas y buscarse unas nuevas), y el mayor inconveniente es que la segunda parte del viaje se me hizo tan larga que estoy convencido de que Frankfurt está más cerca de Ulan Bator que de Amsterdam.
Pero si hay algo sobre lo que mi cacho carne puede hablar es de experiencias aduaneras. Primero fue en el aeropuerto de Barajas, cuando la mujer más desagradable de la plantilla de US Airways se negaba a dejarnos subir al avión. Luego la parada en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, cuando una agente de inmigración canadiense no nos quería dejar volver a entrar al país no fuésemos a querer trabajar o estudiar (no debía saber mucho sobre la cultura española…). Y esta vez ha sido en el aeropuerto de Toronto, donde tras ver que el pasaporte de mi cacho-carne tiene más sellos de entrada a Canadá que páginas nos enviaron a la oficina de inmigración para leernos la cartilla.
La verdad es que la experiencia no fue ni excesivamente larga ni muy desagradable. El agente de inmigración se limitó a decirnos que, según lo que ven en mi pasaporte y con los archivos que tienen guardados, mi cacho-carne tiene una relación con su novia y recalcó que
I just want you to know we know, and if you try to work or study here we are not going to like it and you don’t want that because we won’t welcome you anymore, so don’t do anything you shouldn’t do.
Como digo, aunque el contenido de su mensaje era claro y poco alentador, esta vez el agente era agradable en el trato y nos deseó suerte cuando le contamos que estábamos con el papeleo del common law partner (eso sí, a su manera de «es muy difícil que te lo den si no eres residente», debe ser que no se ha leído los formularios tantas veces como nosotros).
Pero la aventura no acaba ahí, porque después de la experiencia de que nos digan que quieren que sepamos que saben lo que todos sabéis fuimos a recoger las maletas y… perdimos la hojita con la declaración de que no llevamos carne, semillas o alcohol como para una boda. Ese papel que rellenas en el avión, que simplemente marcas que no a todo y pones tu nombre, y que te sellan cuando te miran el pasaporte y se quedan cuando ya has recogido tu maleta salvo que tengas pinta sospechosa. Ese papel que os juro que metí en el bolsillo al salir de la oficina de inmigración y que no me di cuenta de que había perdido hasta que tenía a un agente pidiéndomelo.
Pues bien, resulta que si lo pierdes te hacen pasar por donde la gente sospechosa (reconozcamos que plantarse ahí diciendo que has perdido un papel que te acaban de dar es bastante sospechoso), que es donde registran la maleta en búsqueda de delicias que confiscar. Y os aseguro que, mientras esperaba mi turno con dos maletas enormes y una mochila a rebosar, me alegré más de lo que nunca habría imaginado de no llevar jamón, sobrasada o cualquier otra golosina ibérica. Eso sí, cuando llegó mi turno y le expliqué al agente de turno que yo no estaba allí por contrabandista sino por ser tan gilipollas de haber perdido el papel se limitó a volver a hacerme todas las preguntas de inmigración y no abrió ninguna maleta.
Yo no sé si es por lo del calcetín en el bolsillo, alguna cuenta pendiente con el karma o que mi cacho-carne tiene realmente pinta sospechosa, pero parece que la aduana canadiense se entretiene con hacernos pasar por estas cosas. Lo bueno es que al final siempre salimos bien… es lo que tiene ser una buena persona y un mejor calcetín 🙂
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