Desde que empecé a ver la televisión (0’2 segundos después de decidir estudiar la sociedad humana y 0’5 segundos antes de tocar un ordenador) he tenido sentimientos encontrados respecto a Halloween: por una parte, la idea de disfrazarse y pedir caramelos, mola; pero a la vez me parecía que celebrarlo en España significaba rendirse al imperialismo yankee y asumir el poder de la caja tonta invadida por producciones transoceánicas.
Pero eso cambia cuando empiezas a convivir entre anglosajones. Ya el año pasado en Holanda tuve la oportunidad de ver a gente que realmente disfrutaba de Halloween y todo el tema de los disfraces, y fui a mi primera fiesta. Pero ni punto de comparación con lo que he vivido este año en Canadá. Desde ir a una entrevista de trabajo a principios de octubre y encontrarte la oficina totalmente decorada hasta el momento orgásmico de mirarte en un espejo y verte disfrazado de Eduardo Manostijeras, todo es diversión.
Y el primer paso de esta diversión es la tradición de los Jack Lantern, es decir, coger una calabaza y convertirla en un careto molón y que de miedo. Como era mi primera vez, la gente no se ha sorprendido demasiado de que fuese documentando el proceso y disfrutando como un enano de llenarme las manos de porquería. Para compartir la sensación con vosotros, aquí tenéis el proceso.
1 – Comprando la calabaza
Desde finales de septiembre en estos países de Halloween puedes ver por todas partes cómo van apareciendo los decorados y las calabazas. Así que para comprar una calabaza basta con ir al mercado y pillar una ¿no? Pues no. Eso es lo que haría un calcetín mediterráneo, no uno anglosajón. Aquí tienes que considerar diversos aspectos clave de la calabaza: tamaño, color, textura, deformidades y estrías. Lo suyo es una calabaza más o menos redonda, del tamaño de un casco de motorista (o más grande, si eres más guay), naranja, lo menos amorfa posible y bien lisita. Yo me compré una más bien pequeña, pero bien cuca, temeroso de tener que currar demasiado con una calabaza más grande.
2 – “Pumpkin Carving”
Una vez tienes la calabaza, te la llevas a casa y te preparas para la diversión artística. Preparas todo el material necesario, como buen cirujano; pones papel de periódico para no manchar, como buen cirujano; y te das cuenta de que antes de empezar a dar cuchilladas tienes que escoger un dibujo y dibujarlo en la calabaza.
En internet hay unos mil millones de plantillas, que puedes imprimir y luego trapasar como buenamente sepas al objeto calabacil en cuestión. Y si eres un dibujante guay, puedes hacer la virguería que se te ocurra. Yo opté por el clásico Jack Lantern, porque no soy un dibujante guay, me hacía ilusión y, recordemos, era mi primera vez. Quiero decir, la primera vez que montas en bici no haces un caballito, la primera vez que conduces no lo haces con los ojos cerrados, la primera vez que haces el amor no hay competiciones de flexibilidad… así que si lo tradicional es hacer la cara de Jack será porque la puede hacer hasta mi perro.
Ahora que ya has decidió tu dibujo, lo plantas en la calabaza. Ojo, que para pintar en la calabaza hace falta un rotulador permanente, así que si la cagas la has cagado pero bien. Yo por ejemplo la cagué al no dibujar los dientes de la fila de abajo, así que se me quedó el Jack Lantern medio desdentado. Por lo demás no quedó mal, salvo un retoque que tuve que hacer en la boca.
Una vez hecho el dibujo, empieza la parte molona que implica cuchillos, cucharas y llenarse de porquería hasta las cejas. Lo primero es recortar la tapa de arriba, tarea jodida porque la calabaza está dura que te cagas. Lo segundo, es vaciar la calabaza, tarea jodida porque la porquería naranja es una de las sustancias más perras que yo he visto: se descompone en hilillos naranjas que se pegan a todas partes salvo a la cuchara o mano con la que intentas sacarlos. Pero este segundo paso es vital para que la calabaza dure unos cuantos días. Vale que más vital será comprar la calabaza, pero aquí realmente te planteas las implicaciones del concepto “vital”.
Lejos de ser suficiente con darle la vuelta a la calabaza y agitarla, hay que meter la mano en esa sustancia viscosilla y de olor raro e ir sacando todo poco a poco. Eso para empezar, porque luego a base de cuchara y cuchillo hay que raspar las paredes y quitar cuanta más porquería naranja mejor. Esta tarea tiene una segunda parte igualmente engorrosa, que consiste en separar las pipas de la porquería naranja para luego comértelas. De nuevo los hilillos anaranjados se convierten en tu némesis hasta que consigues tener las pipas a un lado y al demonio por otro, pero al final tienes una buena recompensa.
Volviendo a la calabaza, ahora toca recortar el dibujo. Se hace a cuchilladas siguiendo las líneas que has dibujado y descubriendo tu propio camino para recortar las líneas curvas. Como consejo en esta parte, yo diría que hay que tener paciencia y no querer correr. Si intentas correr puedes tajarte un brazo o, peor aún, estropear la calabaza ahora que ya la tenías limpia por dentro.
Para terminar, una vez has recortado la calabaza como una mala versión del dibujo supermolón que habías hecho en el papel, le pones unas velas dentro y, he aquí la mayor estupidez que el hombre ha conocido tras pasarse dos horas currando, la pones FUERA de casa para que los demás disfruten de ella mientras tú no la ves jamás de los jamases.
3 – Pipas de calabaza
Para compensar el hecho de que no vas a volver a ver a tu calabaza, ella misma, que también te va a echar de menos, te deja como recuerdo sus pipas. En España estamos acostumbrados a comprarlas de vez en cuando por cambiar de las pipas de girasol, cansarnos alos diez minutos de esa estúpida cascara blanca y volverá las pipas de toda la vida o, si hay suerte, a los pistachos. Pero aquí las pipas te las curras tú, y eso mola.
Primero las lavas, porque seguramente aún queda algún resquicio de porquería naranja acechando. Luego las pones en la bandeja del horno bien expandidas para que se sequen del todo. Cuando están secas, las condimentas a placer: mantequilla, sal, sal de ajo, sal de cebolla… lo que quieras que para eso las haces tú. Por último, las metes al horno a temperatura media hasta que se doran. Además de resultar mucho más sabrosas y llenarte de orgullo ante la posibilidad de plantarle cara a Grefusa y Pipas Facundo, te comes la cáscara, lo que hace de las pipas de calabaza algo mucho menos cansino y mucho más adictivo.
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