Como ya comenté al hablar de Barcelona, unas de las grandes sorpresas que me llevé en aquel viaje fue el descubrimiento de Happy Pills, una tienda de caramelos y golosinas que no está pensada para patuquillos sino para calcetines mayores que cada vez que entran a por sus dosis de azúcar a las tiendas “de chuches” se sienten viejos porque todo son colores brillantes y niños sonrientes… y porque todo está a medio metro del suelo y hay que agacharse. Por eso el descubrimiento de Happy Pills en Barcelona y el anuncio de que abrirán en Madrid pronto me hace sumamente feliz.
La gracia es que toda la tienda (unos 9 m2, vaya) está ambientada como una farmacia y el logo es una cruz rosa (supongo que por temas de copyright no podía ser roja, que luego viene la SGAE y te pega un palo mientras González-Sinde te cierra la Web). Pero lo que de verdad mola es la forma en que compras las golosinas. Porque sí, puedes ir a una tienda cualquiera, coger una bolsa de plástico transparente, llenarla de lo que quieras, pesarla e irte tan contento a tu casa con tu botín (u otro banquero de tu elección); o puedes ir a Happy Pills, comprar un bote que imita a los de las medicinas (o un pastillero como el que usa tu abuela, depende de lo que entiendas por molón), llenarlo hasta arriba de todo lo que quieras, ponerle una prescripción del tipo “contra los lunes” o “contra los típicos souvenirs de Barcelona” y salir de la tienda molando tanto como House y este calcetín.
Además, si eres vago o no tienes tiempo para escoger las gominolas de forma que de verdad parezca una prescripción médica (hay que jugar con los colores y las formas, sin olvidar lo que te gusta zamparte) tienen unos paquetes ya preparados, más grandes y que vienen en una caja con una explicación más larga de la dolencia y el contenido del medicamento.
Y sí, si quieres puedes llevarte las gominolas en una bolsa de plástico, pero coge otra bolsa para llevarte también todo mi desprecio.
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