Cuando compramos nuestra casa, el agente immobiliario nos dio instrucciones muy claras para el día de la toma de posesión. Básicamente nos dijo que lo probásemos absolutamente todo: grifos, luces, ventanas, puertas, electrodomésticos… hasta la cadena del váter. Porque si algo estaba roto ese día le tocaba arreglarlo a los vendedores, pero a partir de medianoche todo pasaba a ser responsabilidad nuestra. Y es un consejo que no se nos ha olvidado porque ese mismo día, haciendo la ronda, casi inundamos el baño al tirar de la cadena.
Hablamos con nuestro agente, que nos dijo que para esto precisamente se paga a unos abogados para que se encarguen del contrato de compra. Unas cuantas llamadas y correos electrónicos después estábamos todos de acuerdo en que los vendedores nos mandaban dinero para comprar un váter nuevo, que nos salía mejor que pagar a un fontanero para que arreglase el que estaba puesto. Así que después del estrés inicial el día terminó bien, aunque al día siguiente nos dimos cuenta de que eso significa que teníamos que aprender cómo se cambia un váter. Lo bonito de esta parte de la historia es que mi cacho-carne y la cacho-wife solidificaron su relación de manera magistral consiguiendo poner el váter nuevo satisfactoriamente gracias a los fontaneros y manitas de YouTube.

Y cuando digo satisfactoriamente quiero decir que en cuatro años el váter (y si instalación) no han dado ningún problema. Pero hace un par de meses aparecieron nubarrones de tormenta en el horizonte: de vez en cuando aparecían pequeñas marcas de humedad en la lechada entre las baldosas. Nada excesivamente preocupante porque no parecía haber una fuga, hasta el punto de que al principio pensamos que podía ser simplemente condensación. Pero poco a poco se hicieron más constantes, y eso es algo con con lo que la ansiedad de mi cacho-carne no podía lidiar: ¿y si un día se rompe del todo y sale agua a borbotones? ¿o si es un problema de la tubería que se movió durante la reforma y ahora tenemos que rehacer media casa y va a ser un pastón? ¿y si lo que pasa es que hay una fuga interna que sólo vemos así por arriba pero está carcomiendo el suelo y un día nos inunda toda la cocina?
No quedaba otra que volverse a remangar, así que un fin de semana reservamos un rato para desmontar el váter, ver si el problema era algo obvio (no vimos nada) y volverlo a montar pensando que seguramente se habría movido un poco y con volverlo a sellar todo arreglábamos el problema. Pero no fue así, claro.
Unos días después, tras superar la bajona de no haber podido arreglarlo directamente, mi cacho-carne llamó a un fontanero. Un chaval muy majete que vino, nos puso buena nota porque tampoco veía un problema con nuestra reinstalación, y dijo que si después de ponerlo él seguiamos viendo las marcas de humedad lo mejor era cambiar el váter entero porque sería una fisura pequeña en algún sitio. Treinta minutos y doscientos cincuenta dólares después, las marcas tardaron veinticuatro horas en volver a aparecer.
Lo suyo hubiera sido ponerse manos a la obra immediatamente para conseguir arreglarlo del todo, pero no fue lo que hicimos. Porque era junio y no nos daba la vida para pensar en ello entre viajes de trabajo, viajes de vacaciones y el caos de pasar la rutina del colegio al cambio constante del verano. Además, dos veces que habíamos levantado el váter habíamos visto que no había mucho problema, así que podía esperar. Pero, ya imagináis dónde va esto, tanto va el cantaro a la fuente que al final se rompe… salvo que no es un cántaro y no es una fuente, pero el desparrame de agua es similar (si acaso un poco menos higiénica).
En realidad tuvimos suerte. Podíamos habernos encontrado un día con un tsunami en el baño y un lío bien gordo, pero lo único que pasó es que una mañana en vez de simplemente marcas de agua nos encontramos con un charquito. Pero eso de que tuvimos suerte en el momento no lo pensamos, porque era viernes y al día siguiente hacíamos una fiesta con barbacoa en casa a la que venía un buen puñado de gente. Aunque tenemos un par de buenos árbolitos en el jardín, necesitábamos un baño en plenas condiciones.
Lo primero que se le ocurrió a mi cacho-carne, un consumidor concienciado, fue llamar al fabricante del váter. Le cogieron el teléfono, mi cacho-carne explicó el problema y la telefonista, muy simpática, respondió «lo siento mucho, vamos a ver qué podemos hacer. ¿Registró usted el váter para activar la garantía?». Parece una pregunta de coña y mi cacho-carne respondió con una carcajada y un «no» bastante cómico, y por las risas no debía ser la primera vez que la telefonista tenía una conversación similar. Y tampoco fue un problema, porque gracias a las tiendas que te mandan el ticket de compra al correo electrónico y se queda ahí para que lo encuentres cuatro años después pudimos activar la garantía al momento, mandar un correo con un par de fotos del agua saliendo por donde no debía, y listo, nos enviaban uno nuevo. Pero iba a tardar diez días, que la verdad me parece un fallo muy grande en el proceso y así se lo he hecho saber en la encuesta de satisfacción. Porque cuando necesitas usar la garantía del váter para que te envíen uno nuevo no puedes esperar diez días, por razones obvias.
Así que teníamos un váter nuevo en camino, pero el mismo problema para la fiesta del día siguiente. Hasta que a la cacho-wife se le ocurrió un plan: compramos un váter nuevo y lo instalamos antes de la fiesta, y cuando llegue el otro lo instalamos en el otro baño que también queríamos cambiarlo de todas formas. Un plan sin fisuras (no como el váter). Sólo quedaba encontrar la forma de hacerse con un váter nuevo e instalarlo ese mismo día.
La primera opción, tirarle dinero al problema, la descartamos rápidamente porque al preguntar al fontanero nos pareció que habia que tirarle mucho dinero al problema. Podíamos hacerlo nosotros, pero además de instalar el váter teníamos otro montón de cosas que hacer para preparar un fiestón para el día siguiente. Y el cachito-carne no iba a recogerse él sólo del colegio, darse de cenar y ponerse a dormir mientras hacíamos la instalación. Por suerte tenemos muy buenos amigos, del tipo que puedes llamar un viernes a la una de la tarde para decir «necesito ayuda para poner un váter antes de la fiesta de mañana» y te contesten, con muchisma confianza pese a tener cero experiencia en el asunto «vale, voy». Qué gusto de amigos.
El caso es que después de esa llamada, una visita al Home Depot y un par de horas de trabajo, teníamos instalado el nuevo váter. No sólo eso: también teníamos el viejo fuera de casa, que por si no lo habéis hecho nunca ya os cuento que bajar por las escaleras de moqueta blanca un retrete usado y acusado de gotear es de lo más estresante. Un paso en falso y tienes una mancha de por vida en la moqueta. Dos pasos en falso y cuando llegue la ambulancia te encuentra al pie de la escalera desnucado debajo de un váter, con la moqueta para tirarla. Pero no hubo accidentes, dejamos todo hecho y al día siguiente la fiesta fue un éxito.

Ahora sólo quedaba esperar a que llegase el reemplazo. Como no íbamos a estar en casa durante un par de semanas, le pedimos a los vecinos que cuando viesen a alguien dejar un váter en la puerta de casa que por favor nos lo metiesen en casa, que ya les contaríamos la historia entera cuando volviésemos de vacaciones. La sorpresa llegó cuando lo que dejaron en la puerta de casa no fue una caja del tamaño de un váter, sino un sobre. Al verlo por la camarita del timbre mi cacho carne se quedó muy confundido y luego se puso blanco, releyó el correo con los detalles del envío de la garantía y se maldijo en tres idiomas. Dos semanas después hicieron la segunda entrega y se confirmó el marrón: sólo habían enviado la taza del váter (y en el sobre los tornillos para instalarla) en vez de el váter entero. El váter viejo ya hacía tiempo que se lo había llevado el camión de la basura, así que estábamos compuestos y sin cisterna.
En este punto mi cacho-carne se debatía entre dejarse llevar por la espiral depresiva de haberla liado pardísima, y el positivismo de «bueno hace un mes ni siquiera sabíamos que los retretes venían con garantía así que no hemos perdido nada». El positivismo perdió puntos rápidamente al ver en internet que comprar la cisterna iba a ser más caro que un váter entero nuevo (cosas del capitalismo). Pero también había llegado al punto de probar cualquier cosa, y pensó que los de la garantía del váter habían sido muy majetes y seguramente no recibían muchas llamadas, así que llamó otra vez:
Mi Cacho-Carne: llamo en relación a un remplazo de una garantía, porque hemos recibido el envío… y ahora lo veo claramente que si está rota la taza sólo tenéis que enviar una taza nueva para arreglarlo, no un váter entero porque para eso son dos piezas separadas… pero como el envío tardaba un par de semanas hemos puesto ya otro y el viejo lo hemos tirado entero…
Señora el otro lado del teléfono: ¡Ay! Pero ¿y cómo se te ocurre hacer eso?
MCC: Pues sinceramente porque no tengo ni idea de cómo funciona la garantía de un váter, lo siento.
SEOLDT: Voy a ver si lo tenemos en stock y podemos ayudarte…
Así que sí, la garantía del váter es la leche. Nos enviaron todas las piezas que faltaban y ahora las tenemos en el garaje esperando que salga un buen día de esos que te levantas con ganas de instalar un váter. Lo mismo tengo que llamar a algún amigo…
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