A mediados de marzo los virus que se trae del colegio el cachito-carne consiguieron hacer mella en casa, y estuvimos en todos un par de semanas con una congestión de esas que no te impide hacer nada pero que da mucho por saco. Nada que no hayamos vivido antes, y un buen ejemplo de por qué compramos los kleenex en el Costco (como tantas otras cosas). El problema es que a principios de abril la congestión decidió lanzar un órdago y se fue a vivir a la trompa de Eustaquio de mi oreja derecha, empezando uno de los mayores tormentos que he vivido.
Para quien no esté familiarizado con los primeros capítulos del libro de otorrinolaringología, empezaré explicando que la boca, la naríz y las orejas están conectadas por dentro de la cabeza. Por eso puedes sacarte un fideo de la naríz si toses mientras te comes una sopa, y por eso cuando se te bloquean los oídos al despegar un avión puedes arreglarlo con un simple bostezo. El conducto que conecta la oreja con lo demás se llama trompa de Eustaquio, algo que creo que en España sabemos todos pero que en Canadá debe ser menos conocido, porque cada vez que un médico dice «Eustachian Tube» (y lo he oído mucho este año) pone cara de estarte descubriendo América.
Que se taponen las orejas cuando tienes congestión es normal, porque al fin y al cabo lo que tienes es una superproducción de mocarros que se van colando por todos los huecos que encuentran. Igual que bajan de la nariz a la garganta a hacer gorgoritos pueden corretear por los senos paranasales dándote un buen dolor de cabeza, o irse a la trompa de Eustaquio. Nnormalmente con el truco de bostezar o alguna otra artimaña casera te desbloqueas el oído y sigues tan pancho con tu vida… pero, como he aprendido durante unas larguísimas diez semanas, a veces la cosa se complica.
Como decía, un mal día del mes de abril se me taponó la oreja por la congestión. No es la primera vez que me pasa, así que no le di mucha importancia, pero como un par de días después seguía bloqueada y los descongestionantes no parecían hacer efecto, llamé al médico y tomamos medidas algo más avanzadas: lavados nasales y aerosol de corticoesteroides. Si no has hecho nunca un lavado nasal es toda una experiencia, desagradable al principio pero una vez que le coges el truco funciona muy bien. El caso es que el catarro debía estar esos días también en un momeno álgido y fue un fin de semana un poco miserable, pero ojo que no me impidió disfrutar de un momento cumbre de la hispanocanadiensidad: hacer una paella en los fogones de hervir el jarabe de arce.
De vuelta a Toronto, y viendo que la cosa no mejoraba, pedí cita con el médico. Para cuando le vi ya llevaba dos semanas sin oír por la oreja derecha, y después de contarle mis penas me dijo que no había otra cosa que hacer más que seguir con lo que estaba haciendo y esperar «que estas cosas se pasan solas». Me cagué un poco en todo, pero bueno, me dijo que si en dos semanas estaba igual que volviese a verle. Pues adivivinad a quién estaba viendo yo dos semanas después, armado además con todo mi historial médico de una infancia llena de otitis, gracias a la memoria de la cacho-abuela. Esta vez el médico dijo que no tenía más ideas, y me mandó al especialista.
Igual que en España, aquí hay veces que esperando al especialista te dan las uvas. En lo que tardaron en llamarme me dio tiempo a subir y bajar en la montaña rusa emocional de la sordera parcial, a leerme todos los posts de Reddit sobre orejas taponadas, y a cancelar in extremis un viaje de trabajo. No por miedo a no oír nada en las reuniones, sino por la posibilidad de que al despegar el avión y cambiar la presión, el mismo efecto que normalmente hace que se taponen los oídos me dejase con un tímpano reventando (quizá por leer demasiado Reddit). Menos mal que tengo un jefe más majo que las pesetas, y unos compañeros de trabajo que da gusto.
Cuando llegué a la cita con el otorrinolaringólogo estaba ya que me subía por las paredes, y no negaré haber dicho cosas como «si recomienda operar y cortar algo, no salgo de allí hasta que lo deje hecho». Que claro, no es así como funciona la cirugía, pero para que os hagáis una idea del estado mental en el que estaba después de seis semanas viviendo esta odisea y con dos viajes de vacaciones en el horizonte.
Lo primero que hicieron fue las pruebas de audición, que si no lo habéis hecho nunca os lo recomiendo, porque a ciertas edades hay que empezar a prestar atención a estas cosas y si hace falta poner audífonos es mejor pronto que tarde. Pero también porque de las pruebas que te pueden hacer en el médico es de las más entretenidas: te ponen unos auriculares, te dan un botón, y tienes que darle al botón cuando oyes (o crees que oyes) los pitidos en cada oreja. Después hay una ronda de Pasapalabra, en la que van susurrándote palabras y tienes que repetir lo que han dicho.
Obviamente el resultado de la prueba fue que no oía de una oreja, así que hicieron otro par de pruebas distintas para medir la presión y esas cosas y dijeron que sí, que podían «ver» que había un montón de líquido en la trompa de Eustaquio que no debería estar ahí. Luego también me metieron una cámara por la nariz (con la explicación de «es como los tests de Covid, pero hasta más dentro») para rematar de confirmar las cosas. Y con tanta prueba y confirmación yo pensaba que el doctor iba a hacer algo para arreglar el problema, pero resulta que no. En su opinión médica era muy pronto para tomar medidas más drásticas, y había que seguir esperando al menos otro mes.
No todo fueron malas noticias: estaba también confirmado que todas esas semanas de sufrimiento no iban a tener repercusión a largo plazo; y me dio una pegatina por haber cancelado el viaje porque sí, lo del tímpano rompiéndose no es un cuento. Pero reconozco que con esa recomendación flipé en colores y salí con el ánimo peor de lo que había entrado. Si tenía que esperar otro mes, el primero de los viajes que teníamos planeados (unas «trabacaciones» en las Islas de la Magdalena) se iba a la porra. Esperamos un par de semanas pero, viendo que la cosa no mejoraba ni con el nuevo aerosol más potente que me había dado el médico, miramos las opciones de cancelar el vuelo… y otra bofetada de realidad: con la tarifa que teníamos, no había cancelación posible. La cacho-wife, muy atenta ahí a ver el lado positivo de las cosas, dijo que al menos así podíamos esperar hasta el último minuto a decidir.
Con todo eso, las mil cosas que había probado (¿habéis hinchado alguna vez un globo con la nariz? ¿O vaciado todo el aire de un globo por la nariz con la boca tapada? ¿O puesto la pistola de masaje detrás de la oreja?), yo ya no tenía más vida que lo que pasaba en mi trompa de Eustaquio. Hasta entonces había hablado del tema con la familia y en el trabajo, pero ahí empecé a contarle mi vida a todo el mundo. Así me enteré de que la abuela de los vecinos que cogen el mismo autobús del cole que el cachito-carne también tiene problemas de lo mismo, y su médico recomienda muchos masajes alrededor de la oreja para facilitar que se mueva el líquido. O de que la hija de nuestros vecinos favoritos tenía de pequeña la mala suerte de que se le taponase la oreja en dos de cada tres vacaciones.
Aquí es donde la cosa se pone interesante. Porque haber estudiado ciencias hace que me cueste creerlo, y el otorrinolaringólogo ha dicho que es categoricamente imposible que esto tenga nada que ver. Pero hablando con la cacho-wife de mi sufrimiento (y seguramente del sufrimiento que mi actitud ante el sufrimiento estaba provocando en casa), la vecina preguntó «¿ha llegado al punto de probar cualquier cosa a ver si algo funciona? Porque con mi hija nos recomendaron unos aceites esenciales…» y sí, había llegado al punto de probar cualquier cosa. La idea de poner unas gotas de aceite esencial en una bola de algodón y ponerlo en la oreja no parecía peor que algunas de las otras cosas que había probado. Incluso la recomendación añadida de su marido (todavía no sé si de coña o en serio) de enchufar el secador de pelo dirección a la oreja para ayudar a vaporizar el susodicho aceite esencial hacia dentro de la oreja y al mismo tiempo dar calor que siempre ayuda me pareció, en esos días, algo totalmente aceptable.
Sea por los aceites esenciales o porque el médico que ha estudiado una carrera y pasado toda su vida mirando orejas tenía razón y era cuestión de esperar, dos meses después de que se bloquease la oreja y cuatro días antes de tener que subir al avión para ir a las Islas de la Magdalena, volví a oír. No sólo a oír, sino también a poder ecualizar bien los dos oídos. Me pasé dos días probandolo cada dos minutos para asegurarme de que no iba a dar problemas en el avión, y rebusqué todos los consejos para evitar problemas de oído durante el vuelo: bostezar, tragar, masticar chicle, tapones especiales para la presión.
Y no os imagináis que bien me supo la primera cerveza de las vacaciones cuando llegamos a las islas con mi oído intacto.
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