Sri Lanka: un resumen de la gran aventura

En España, julio, agosto y septiembre son los meses del año dedicados tradicionalmente a irse de aventuras por el mundo. Pero en Toronto el verano mola mucho y de lo que uno quiere huir es del frío en Invierno Canadiense™, así que es más normal irse de vacaciones en febero, marzo o abril. Lo que viene siendo ponerte una golosina delante para seguir al pie del cañón todo el invierno mientras la temperatura se pasea por debajo de menos diez grados centígrados, y salir del país cuando ya estás que no aguantas más.

Por tanto, como buenos canadienses, a mediados de 2016 empezamos a planear a dónde nos íbamos a ir la primavera de 2017. Y tras la investigación preliminar, la cacho-novia, que tiene más experiencia en huir del invierno que nosotros, nos presentó dos opciones: Vietnam y Sri Lanka. Mi cacho-carne y yo votamos por Sri Lanka, y obviamente ganamos la votación en un limpísimo y democrático dos contra uno.

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Nuestra primera foto de Sri Lanka, en un mirador de la carretera de Colombo a Kandy.

Así que cuando ya empezaba a apretar el frío del invierno nos pusimos a planear cuántos días íbamos a pasar en cada playa esrilanquesa. Tampoco os voy a engañar, que cuando digo «nos pusímos a planear» es sobre todo la cacho-novia, que está dispuesta a dedicar el tiempo que haga falta a encontrar el hotel perfecto del mejor pueblo perdido en mitad de la montaña más bonita. Mientras, mi cacho-carne está dispuesto a dedicar a la misma tarea todo el tiempo que haga falta en los veinte minutos de después de la cena y antes de ver una serie en Netflix para estar en la cama a las once que hay que dormir ocho horas.

Pero eso, que las vacaciones gordas de 2017 fueron en Sri Lanka. Un sitio exótico del que antes de ir yo sabía tres cosas: que es una isla al lado de la India, que es uno de los sitios de donde viene el té, y que antes se llamaba Ceilán (cuando pides ayuda con los deberes de geografía a gente que estudió veinticinco años antes que tú oyes mucho lo de «esto antes se llamaba…»). Por suerte la cacho-novia ya había empezado a prepararse para el viaje y nos puso al día con el resto de las cosas importantes…

Un poco de historia

Sri Lanka tiene historia documentada desde hace tres mil años, y tiene una buena cantidad de recursos naturales. Ha sido colonia portuguesa, holandesa y británica. Es un país precioso, y si no tiene más fama como destino turístico es porque de los últimos treinta años ha estado veintiséis en guerra civil, y el Tsunami de 2004 dió de lleno en una de las costas de la isla llevándoselo todo por delante.

Desde el final de la guerra en 2009 todo el país ha experimentado una recuperación increíble, y ahora están en ese punto en que todas las grandes cadenas hoteleras están construyendo sus resorts enormes para forrarse en cuanto la gente se entere (por posts como este) de que Sri Lanka es un paraíso y mola un huevo. Todavía quedan zonas en las que apenas han empezado a reconstruir todo, pero hay otras que ya están a todo trapo.

Como país tiene de todo y en cuanto nos pusimos a buscar qué hacer y dónde ir nos dimos cuenta de que dos semanas se quedan muy cortas. En el norte hay Historia con mayúscula, como la fortaleza de Sigiriya y el resto del «triángulo cultural». En las montañas hay un viaje en tren que puede que sea el más bonito del mundo, metido entre plantaciones de té y pueblos pequeños por los que además puedes hacer senderismo por rutas espectaculares. En el sureste hay safaris, en la costa alrededor de toda la isla hay playas paradisiacas, la gente es super simpática, la comida está estupenda… vamos, una joya.

Lakatilaka Vihara
El triángulo cultural sale en los billetes.

Planificando el viaje

Así que lo primero que tuvimos que hacer fue descartar cosas. Porque con sólo tres semanas de vacaciones al año nos apetecía muy poco pasarnos el viaje metidos en un coche y re-haciendo la mochila cada mañana para verlo todo corriendo. Nos pusimos como norma estar al menos dos noches en cada sitio para poder disfrutarlo y vacacionar relajadamente, asumiendo que no íbamos a verlo todo pero que si nos apetecía pasar una tarde bebiendo cervezas y viendo llover, pues adelante.

Hablando de llover, esa también fue una de las cosas que tuvimos que planear para el viaje, porque en Sri Lanka hay monzones. Lo bueno es que parece que los monzones se pasan medio año en un lado de la isla y otro medio en el otro lado, así que siempre hay una playa disponible. En las montañas no sé cómo funciona… a nosotros nos llovió todos los días entre la una y las tres de la tarde, pero el resto del día teníamos todo el sol y calorcito que necesitábamos para compensar el invierno canadiense.

Al final nuestro recorrido (y lo que os voy a contar en esta serie de posts) quedó así:

  1. Aterrizamos y acabamos en Colombo, porque es donde está el aeropuerto.
  2. Nos vamos a las montañas, a domir en Kandy y Ella. Esta es la parte cultural del viaje, con visitas a templos, la fábrica de té y un poco de senderismo. Añadimos una clase de cocina para hacerlo todo más redondo.
  3. Toca ir al sur, a la playa, pasando por un safari (Tissa, Mirissa y Hikkadua). Aquí hicimos el guiri pero bien, comiendo marisco en los chiringuitos de la playa, bebiendo cocos y cócteles con sombrilla, y yendo de masajes.
cocktail playa
Disfrutando de la vida como un señor.

Para encontrar dónde quedarnos a domir tiramos de la guía Rough Guides, de TripAdvisor y de Booking.com. En la parte de internet y sus críticas de hoteles utilizamos nuestra estrategia patentada para filtrar la morralla de la gente que sólo usa internet para quejarse. Os la cuento porque os puede cambiar la vida:

  1. Mirar sólo sitios con buenas calificaciones (por ejemplo en Booking.com no bajamos de 8/10).
  2. Leer las críticas de la gente que les da la peor puntuación y ver si es por algo serio o por alguna tontería. Si lo peor que tienen que decir del hotel es que había un escarabajo en el baño o que el desayuno era todos los días el mismo, es un buen sitio.
  3. Ver las respuestas que da el propio hotel a esas críticas. Si las quejas son serias y el hotel no responde o se pone a insultar a la gente, es un mal sitio.

De todas formas, en nuestra experiencia la mejor opción calidad/precio en Sri Lanka son las guest houses. La traducción literal es «casa de huéspedes», pero eso suena un poco a anciana alquilando habitaciones en la posguerra. Esto es más a algo intermedio entre casa rural y hotel con encanto. Es además una forma guay de conocer y hablar con familias esrilanquesas, que son todos de lo más majo y amable y siempre están preparados para ayudarte con lo que sea.

Cómo ir de un sitio a otro

Seguramente la parte más complicada del viaje fue el transporte. Se puede alquilar un coche y no sale mal de precio, pero en Sri Lanka conducen por la derecha y eso sólo cuando respetan las normas de circulación básicas. Quiero decir, que hay que tenerlos muy bien puestos para atreverse, así que nosotros descartamos la idea rápidamente y miramos las otras opciones: contratar un chófer o usar trenes y autobuses.

Lo del chófer suena a lujazo, pero sale poco más caro que alquilar el coche sin conductor y bien pensado es un chollo porque no tienes que preocuparte ni de aparcar en todo el viaje, y si hay un atasco pues aprovechas para dormir. Pero a nosotros la idea no terminó de convencernos porque significa pasar la mitad del viaje metidos en un espacio minúsculo con un desconocido que, si no te cae bien o es un soso o es un cansino que se cree que sabe mejor que tú lo que quieras hacer en el viaje (o que recibe comisión si te lleva a la tienda T o al restaurante R), a ver qué haces.

La mayor complicación es encontrar desde Toronto un conductor de confianza en Colombo para que tu viaje no se vaya a la porra a los veinte minutos de llegar a Sri Lanka. Porque el país se está modernizando mucho, pero todavía no tienen lo que yo llamaría un estándar de calidad en las páginas web que inspire seguridad y eficiencia, y todas las opciones parecen un timo muy gordo. Por suerte, a través de nuestra red de contactos nos llegó una recomendación de una empresa que ya había llevado a unos amigos de un lado a otro de la isla, así que lo apañamos todo muy bien tras varios emails para confirmar que de verdad que sólo queríamos hacer el trayecto Colombo-Kandy y no tener chófer dos semanas por prácticamente el mismo precio.

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El viaje en tren más bonito del mundo.

Los trenes están hechos en el mismo molde que los de la India: viajes larguísimos, calor, vendedores de comida que suben en cada estación, y vagones llenos hasta llevar gente colgando por la puerta. Nosotros tuvimos bastante suerte (o somos muy buenos en esto) y al final nos sentamos la mayor parte del tiempo, incluso con acceso a la ventana para ver el paisaje. Todo es cuestión de estar atento a la gente que parece que va a bajarse y lanzarse en plancha a por el sitio. Suena a coña, pero es tal cual lo cuento. Con lo majos que son los esrilanqueses, cuando hay un sitio libre en el tren no hacen amigos.

El autobús se parece mucho al tren, pero tiene algo más de misterio. Hay autobuses públicos y privados, y aunque funcionan exactamente igual (hay un conductor y una persona que cobra el billete) el privado es peor. Como ganan dinero haciendo más viajes más llenos, lo que hacen es meter toda la gente que cabe (y alguna de la que no) y conducir tan rápido como pueden adelantando por sitios imposibles y dándole a la bocina todo el rato para dejar claro que si vienes de frente mejor que te apartes que ellos no frenan.Y eso, cuando el autobús tiene más años que Matusalén, da bastante miedo. Bueno, no sólo es que dé miedo, es que es un problema serio y hay muchos accidentes mortales. Para compensar, mientras en el tren la gente no hace amigos, en los autobuses nos cedieron el sitio para que los turistas fuésemos cómodos.

Y por supuesto, como en todos los países de determinado nivel económico, hay tuk-tuks. Los países muy muy probres no los tienen, y los países ricos tampoco. Pero en medio hay un montón de países llenos de tuk-tuks, y lo curioso es que todos los tuk-tuks son iguales a lo largo y ancho del mundo. Los tuk-tuks molan un taco para viajes cortos porque son baratos, una aventura porque se conducen a lo loco haya camino o no, y relativamente seguros porque tampoco pueden ir muy rápido. Si no me gustase tanto la bici me compraría un tuk-tuk para ir al trabajo por las mañanas.

Al final nosotros hicimos un poco de todo: tuk-tuks en las ciudades, trenes y autobuses para los viajes largos, y conductores para cuando era importante cumplir con nuestro horario. Y sí, alguna vez pensamos que habría merecido la pena pagar por el chófer, sobre todo en un viaje que pasamos algo de miedo en el autobús, pero nos habríamos perdido muchas cosas y la verdad es que, como en todo en este viaje, tuvimos mucha suerte con el transporte.

Y hasta aquí el resumen general del viaje. Si queréis saber más de cada pueblo que visitamos y cada comida que nos comimos, tenéis por delante unas ocho mil palabras y muchas fotos…


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