A principios de primavera la cacho-suegra encontró semillas de pimientos del padrón en la Librairie Espagnole, una tienda de cosas españolas en Montreal. Y como sabe que tenemos un jardincillo bastante majo y que es una de esas cosas que le quitan a uno la morriña, sin decir nada compró un sobrecito y nos lo mandó por correo. Por suerte no hay ninguna aduana entre Val-David y Toronto, que todos sabemos lo que les gusta a los aduaneros un buen sobre lleno de semillas sin identificar…
El caso es que las semillas llegaron, y aunque en la vida he plantado nada comestible ahora que hacemos en casa pan, queso y hasta cerveza la verdad es que era cuestión de tiempo que empezásemos a controlar todo el ciclo de vida de nuestra comida. Porque yo a eso de dedicarle seis meses a cada bocadillo de la merienda le veo cierta gracia…
Vale, quizá no sea un sistema muy eficiente y no ahorres ni tiempo ni dinero. Pero la gracia de plantar algo no es sólo comértelo, sino verlo crecer y sentirte que entiendes cómo funciona la naturaleza, que si llega el apocalipsis zombi estás preparado. Y sobre todo vivir durente tres meses con esa tensioncilla de «¿se lo comerán las ardillas?» y «¿los mapaches comen cosas picantes?». Porque una vez sacas las plantas al jardín sólo te queda pedir buen tiempo y esperar que, si eso, al menos le toque uno bien picante a la jodida ardilla.
Pero por suerte al final ni los mapaches, ni las ardillas, ni los pájaros ni el vecino nos han dejado sin probar nuestra primera cosecha de pimientos del padrón con denominación de origen Toronto downtown. Y el proceso es bastante fácil: plantamos las semillas a mediados de abril y a principios de mayo vimos los primeros brotes. Cuando ya nos dio la impresión de que las plantas no iban a crecer más en las mini-macetillas en que estaban las transplantamos a los macetones y las sacamos al jardín. A partir de ahí, como regar una planta de vez en cuando tampoco es demasiado interesante, la cosa se puso bastante aburrida hasta finales de agosto que vimos la primera flor, y dos semanas más tarde empezamos a ver pimientillos.
Al final nos dio para comernos seis pimientos, muy ricos ellos, y para aprender cosas interesantes para disfrutar más y de más pimientos el año que viene:
- La gran diferencia climática entre Toronto y Galicia es que aquí hace fresquete hasta mayo y a primeros de octubre el edificio ya está encendiendo la calefacción otra vez. Vamos, que la temporada es corta así que hay que encontrar alguna forma de mantener las plantas calentitas, sobre todo al principio. Ya estamos hablando de invernaderos mono-planta hechos en casa con botellas de plástico, imitando el más puro estilo arquitectónico de El Ejido.
- Los pimientos hay que recogerlos al cabo de unos días. Porque amigos, aquí va el gran secreto de nuestra generación: los pimientos del padrón que pican son los que han envejecido en la planta, y los que no pican son los que has cosechado jovencitos. Como comerse sólo un pimiento es un poco triste esperamos a tener varios en la planta, y ese primer pimiento se convirtió en una bola de fuego infernal. Ojo, los pimientos más grandes no son necesariamente los más viejos, igual que no todos los abuelos son más altos que sus nietos.
- Para lo que sí quieres dejar un pimiento en la planta todo el tiempo posible es para recolectar las semillas que plantar al año siguiente. Este año no lo hemos hecho (quedan unos pimientos pequeños en las plantas, pero con esta temperatura no creo que sirvan ya de mucho) y tendremos que comprar semillas otra vez, pero ¿por qué gastarte $3 si puedes dedicar nueve meses a cuidar tus semillitas?
Y como esto ha salido más o menos bien, aunque sólo sea para hacernos sentir más españoles y quitarnos la morriña de los veranos en Galicia, para el año que viene estamos planeando reducir el espacio dedicado a florecillas y tontadas de esas para plantar también tomates cherry. A este ritmo en dos años montamos uuna granja.
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