Como bien recordaréis, cuando llegué a Canadá me tuve que pasar un año entero de parásito social, trabajando sólo esporádicamente como freelance mientras inmigración terminaba de leerse el tocho de papeles que nos pidieron que les mandásemos. Eran los buenos tiempos en los que tenía tiempo de sobra para actualizar el blog cada dos por tres.
Cuando inmigración terminó con el papeleo me puse a mandar curriculums como un descosido, y aunque conseguí un par de entrevistas la verdad es que no fue ni fácil ni rápido porque una de las cosas que más valoran aquí es tener «experiencia en Canadá», que nos pone las cosas muy jodidas a los inmigrantes. Por suerte los planetas se alinearon y empecé a trabajar en la empresa de diseño web y redes sociales que un amiguete acababa de montar.
En esa empresa he pasado dos años y dos meses estupendos, aprendiendo lo indecible sobre diseño y desarrollo web (de lo que este blog se ha beneficiado mucho) y «creciendo como profesional de la comunicación digital» (esta frase en la carta de presentación quedaba de lujo). Y todo ello con un buen rollo en la oficina y fuera de ella que los seis amiguetes de Friends se habrían muerto de la envidia. Vamos, dos años geniales en lo profesional y en lo personal.
Y dos años de valiosísima experiencia canadiense.
Hace unos meses llegó a mis oídos una oferta de trabajo en una empresa canadiense, grande y con muy buena pinta que buscaba a alguien que hablase español. Al mismo tiempo, mi jefe estaba planeando dar un giro a su vida (y por tanto a la empresa) que, entre otras cosas, incluía mudarse a Ottawa. Que Ottawa está genial, pero a día de hoy nuestra vida está en Toronto.
Así que puse toda mi experiencia canadiense en mi curriculum, jugué mis cartas en Twitter lo mejor que supe, hice un power point con dinosaurios para el «case study» de la segunda entrevista, le pedí a mi jefe y ex-jefes cartas de referencia… y conseguí el trabajo.
Y así es como llegamos al fin de una era, la de mi primer empleo en Canadá y trabajar codo con codo con uno de mis mejores amigos. Pero también empieza otra era que, además de ser una nueva aventura, la verdad es que tiene también muy buena pinta.
Pero reconozco que esto no es lo normal. Que el día que decides cambiar de trabajo mandes el curriculum a una única empresa, que sea una empresa en la que de verdad quieres trabajar y que te cojan a la primera, es prácticamente un sueño, por mucha experiencia canadiense que tengas.
Así que sólo puedo hacer una cosa: ser el mejor en lo mío y seguir disfrutando de mi suerte. Porque si algo he aprendido en Canadá es que la suerte hay que trabajarla.
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