Durante nuestro viaje a Sudáfrica el campamento base lo montamos en casa de nuestro amiguete Diego, que para eso fuimos a verle y a gorronearle el sitio (y los cereales del desayuno). Además, cuando una calle se llama «Ocean’s View Drive» ya dan ganas de ir a visitar a quien sea, pero es que en este caso el nombre está muy bien puesto: la casa está en la ladera de la montaña, y tiene dos terrazas (¡dos!) desde donde se ve una buena parte de Ciudad del Cabo, el océano Atlántico e incluso Robben Island. Vamos, el mejor hotel gratis en el que hemos estado, de largo.
Lo primera impresión que nos llevamos de Ciudad del Cabo es que es una ciudad que no desentonaría en Europa o Norteamérica, porque con lo que no pega es con la típica imagen de África que tenemos los occidentales. Tanto la arquitectura como la forma de vida hacen que todo resulte familiar, y es bastante fácil moverse por la ciudad salvo por la falta total de transporte público serio. No es que no haya metro, es que no hay autobuses salvo por las furgonetas que te recogen y paran donde quieras (o, mejor dicho, donde quieran ellos). Ojo, tienen la ventaja de que si quieres que el autobús te deje en mitad de la autopista no tienen ningún problema, pero por lo demás es un sistema complicado y poco fiable, aunque barato.
Así que en Ciudad del Cabo hay que tener coche, y hasta el tato lo tiene pese a que son rematadamente caros (3.000 euros por un coche vulgar de segunda mano de hace diez años… ¿será que es muy caro llevarlos hasta allí?). Nosotros alquilamos uno para todo el viaje, y sale a cuenta. Eso sí, imprescindible el seguro no sólo por el «nunca se sabe» y las furgonetas/autobús que van como locas, sino porque conduciendo por la derecha no es raro darle un besito a un bordillo o una señal de tráfico. Sí, hablo por experiencia propia.
Otra cosa curiosa de conducir por Ciudad del Cabo es que hay gorrillas en cada calle en la que puedes aparcar, pero funcionan de una forma distinta a la de España. En vez de pedirte dinero al aparcar por «vigilarte» el coche en plan mafioso, te lo piden cuando te vas por «haberte vigilado» el coche en plan limosna. Es totalmente voluntaria y con tres o cuatro rands (veinticinco céntimos de euro, si llega) se quedan tan contentos, y además te ayudan con las maniobras que, personalmente, con lo del volante a la derecha hay veces que se agradece.
Otro motivo por el que Ciudad del Cabo parece una ciudad cualquiera de Europa es porque el centro de la ciudad esta tomado por turistas, expatriados (gente como Diego y sus colegas) o descendientes de ingleses y holandeses. Lo que quiero decir, siendo políticamente correcto, es que lo que ves es una abrumadora mayoría de blancos y pocos negros salvo camareros. Hasta la forma de vestir es igual que en la Gran Vía. Ya he mencionado el abismo social que hay entre blancos y negros en Sudáfrica, pero es que de verdad choca cuando estás allí de visita. De hecho nosotros sólo vimos una mayoría negra (queriendo decir que «sólo nos sentimos de verdad en África») cuando visitamos el township, Green Market (un mercadillo chulo que hay por el centro) y Company’s Garden (el equivalente al Parque del retiro o Central Park… ¡pero ojo, que tiene WiFi gratis!).
Aparte de patear la ciudad también tuvimos tiempo para nuestra dosis de cultura. La visita al Museo de Robben Island, que es la cárcel donde estuvo Nelson Mandela y otra mucha gente que luchaba contra el apartheid, es más que recomendable. Los guías son antiguos reclusos que te cuentan sin tapujos cómo era la vida allí, qué hicieron para acabar en la cárcel (desde organizar manifestaciones hasta poner bombas), cómo fueron torturados o qué se siente al tener que compartir la celebración del vigésimo aniversario de la democracia en Sudáfrica con las mismas personas que te torturaron. Intenso, pero muy interesante. Y hasta gracioso, cuando un turista pregunta cosas del tipo «y con tanta seguridad, ¿cómo os comunicábais con el exterior?» y el guía simplemente responde «teníamos nuestos sistemas».
Además de Robben Island también puedes hacer una visita guiada a los townships, las comunidades pobres donde vive gran parte de la población negra (parecido a los barrios de chabolas en España). Tiene que ser también muy interesante, pero al mismo tiempo parece raro ir de visita guiada como si fuese un museo «a ver cómo viven los pobres». Nosotros no lo hicimos por eso y por que no tuvimos tiempo, aunque ya os hablaré de cuando fuimos a la barbacoa en uno de estos barrios, porque es una experiencia épica.
Aparte de todo eso también comimos como cosacos (hay un post sobre comida pendiente) y pasamos un rato en la playa pese a que no es raro ver tiburones y que el con eso de tener el polo sur a tiro de piedra el agua está casi en cubitos. Pero si tengo que elegir, me quedo con la impresionante riqueza natural de Ciudad del Cabo y sus alrededores, que lo guardo para el próximo post porque hay mucho que contar.
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