Eso que véis en la foto es el recibidor de nuestro apartamento en Toronto. Le he puesto numeritos a algunos elementos para enseñaros a reconocer puertas que tienen detrás un invierno canadiense con sensación térmica de -32ºC y nieve hasta la rodilla:
- Botas de invierno. Ya os las presenté cuando estuve viviendo en Ottawa, y cinco años después sigo teniendo las mismas. Más que el ser impermeables, lo importante aquí es que por dentro tienen forro polar. No es que no pases frío si te quedas en la calle demasiado rato, pero al menos no pierdes dedos por congelación.
- Alfombrita para los zapatos. Es de un material absorbente para que cuando se derrite la nieve que te has traído enganchada en las botas no te encuentres un charco enorme.
- Esquís. Y los patines de hielo están en el armario. Algo bueno tiene que tener el invierno, y eso son los deportes de invierno.
- Radiador con cosas secándose. Entre la nieve, el agua y el frío lo normal es que cuando llegas a casa tengas que poner algo de la ropa que llevas puesta a secar, así que es bueno tener un radiador al lado de la puerta. También porque cada vez que abres la puerta entra en casa un biruji que flipas, y así lo contienes un poco.
- Un charco. Nuestra alfombrita para zapatos (#2) es demasiado pequeña para cuando vienen visitas, y además hemos tenido en casa a Dalí un par de días así que no ha habido manera de contener la inundación.
- Una taza para llenar de agua caliente con la que descongelar el cerrojo de la puerta del jardín cuando quieres salir de casa. No es coña, que en cuanto hay algo de lluvia con estas temperaturas nos quedamos encerrados.
¿Y toda esa mierdecilla blanca que se ve? Pues sal. Pese a que en España vemos poco la nieve, una de las cosas que sabemos de toda la vida es que cuando nieva hay que poner sal en la calle. El agua se congela a 0ºC, mientras el agua salada se congela a -10ºC. Es decir, le ganas diez graditos a la temperatura, y eso a ras de suelo en una ciudad se nota mucho y te ahorras muchos resbalones.
Pero todo tiene un precio. Además de ponerlo todo perdido, la sal se come los zapatos, la pintura de los coches y el barniz del suelo de madera; y también hace heridas a los perros en las patas (es lo que tiene andar descalzo sobrepiedrecitas) y como es sal escuece eso como el demonio, pero no os preocupéis que la mayor parte de los perros llevan zapatos.
Así que ya lo sabéis, haced caso a vuestro cardiólogo favorito y echad sal con moderación.
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