Que el baloncesto es una parte fundamental de la vida de mi cacho-carne no es una sorpresa para nadie. De hecho lo sorprendente sería que no lo fuera, tras pasarnos doce años en el Ramiro de Maeztu. En aquellos años era difícil entender la suerte que teníamos de ir a un colegio que mantiene una relación tan especial con el baloncesto, pero según pasa el tiempo te vas dando cuenta de que, en efecto, es algo muy especial.
Crecer entre el Internado, el Frontón, el Magariños y la Nevera hace que el baloncesto se integre totalmente en tu ADN. Es como para los holandeses ir en bicicleta o para los canadienses esquiar: no recuerdas cuándo lo aprendiste, pero puedes hacerlo con los ojos cerrados. No es algo en lo que tengas que pensar, simplemente está ahí.
Por ejemplo, en casa siempre hemos tenido balones de baloncesto. Al jugar en las categorías inferiores del Estudiantes cada año nos regalaban uno o dos balones. Estoy seguro que todavía están en casa de los padres de mi cacho-carne los balones de mini-basket naranjas de Caja Postal. Uno con las firmas de Herreros (él antes molaba), Orenga, Mihailov, Wislow o Cvjetićanin; otros usados hasta quedarse lisos, y alguno directamente sin estrenar. Los únicos balones distintos son un Amaya de colores que nos regalaron en un supermercado un verano (y que acabé usando bastante, porque era el único balón grande que teníamos) y un mini balón azul del Estudiantes que tiene toda una historia detrás.
En definitiva, un almacén que ya le gustaría al Decathlon. El problema es que ahora ese almacén me queda demasiado lejos, y como por fin he encontrado un grupo de gente con la que jugar regularmente en Toronto me ha tocado ir a comprar un balón nuevo. El primer balón de cuero y tamaño oficial que he tenido nunca. El primer balón de baloncesto que he comprado nunca. Y no sabéis que estrés, porque he tenido que hacer una pequeña investigación para saber qué marcas son las buenas, qué materiales son los mejores para poder usar el balón en pistas indoor y outdoor, e incluso dónde narices se compran los balones o cuánto suelen costar. En la foto podéis ver el ganador. Sólo me falta ponerle un «Rojas» bien grande a boli para reconocerlo en el patio.
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