Aunque no haya ido a muchos en mi vida, tengo que reconocer que me gusta ir al spa. Lo que no sabía es que cuando mejor sienta es después de haberte pasado el día haciendo ejercicio al aire libre a temperaturas por debajo de -10ºC, principalmente porque cuando el hielo no me deja leer el termómetro mi primer instinto no es salir de casa. Como digo aún me estoy adaptando a esto del invierno, y de rebote solidarizándome con los Stark, la Guardia de la Noche y todo el Pueblo Libre. El caso es que después de un duro día de invierno la combinación de la combinación de agua, burbujas, cambios de temperatura y (si tienes suerte) un masajito te deja completamente nuevo. Entre el cansancio físico del día y el rato de relax, cuando sales del spa estás ya en el primer sueño.
Así que aprovechando que mi cacho-carne acababa de firmar su primer contrato de trabajo en Canadá decidimos darnos un capricho después del paseo con raquetas de nieve que ya os he contado. Y es que si la casa de los padres de la novia de mi cacho-carne ya parecía perfecta, la guinda la pone tener al lado uno de los spas más conocidos de la región. Pero no es un spa de esos de hotel que huele a cloro, no. Se trata de lo que llaman un spa finlandés o escandinavo, que son los tienen las piscinas (frías y calientes) al aire libre. Debe ser la leche de sano, porque el aire libre de las montañas de Quebec a las cinco de la tarde de un día de mediados de febrero es por sí solo de lo más purificador. Según los entendidos, la gracia está en que el clima multiplica el contraste frío/calor que se supone tan bueno para la circulación, aunque más mundanamente yo diría que la gracia está en que cuando te metes en las piscinas calientes sientes un hormigueo raro en la piel porque tus nervios se desquician.
No sé cuántos lo habréis probado alguna vez, pero la verdad es que mientras estás metido en el agua no notas mucho la temperatura exterior. El problema de estar al aire libre viene cuando tienes que ir de una piscina a otra. No sé vosotros, pero a mí desde pequeño me han grabado en el cerebro que si salía a la calle en invierno sin secarme bien la cabeza me iba a coger una pulmonía como poco, y esto se trata de andar mojado y medio desnudo por el febrero canadiense. Para que os hagáis una idea, alrededor de cada piscina se forman buenas placas de hielo de las que tienes que desincrustar tus chanclas (a ser posible sin romperlas y antes de morir congelado) antes de ir a ningún lado.
Aunque más gracioso que lo de las chanclas es lo de la toalla, que sólo te sirve al salir de la primera piscina. Lógicamente, si después de secarte dejas la toalla empapada colgada al aire libre cuando hay quince grados bajo cero, la muy puerca se congela. Si no fuese porque llegas a esta conclusión justo cuando más has necesitado una toalla calentita en tu vida sería bastante gracioso, porque se queda como cartón rígido y cruje cuando la agarras. El momento cumbre se lo llevó la toalla que se nos cayó al agua, y al sacarla empezó a gotear formando su propia estalactita de hielo.
Y luego está el río. En las tres horas que pasamos allí no vamos a nadie acercarse, pero nosotros somos turistas y tenemos que probarlo todo… así que si el folleto del spa pone que una de las estaciones es meterse en el río, nos metemos. Que lo mismo es más para el verano (que tiene que estar fresquito también), pero si no quieren que nos metamos que no abran un agujero en el hielo, digo yo. Eso sí, en su defensa pueden decir que no está precisamente fácil. Para llegar al agua tienes que cruzar una plataforma de hielo que podría haber sido una de las pruebas de Indiana Jones para llegar al Santo Grial, y luego el agua sólo te cubre hasta poco más arriba de las rodillas. Así que tienes que entrar bien despacito para no matarte y luego tener las gónadas necesarias para agacharte y echarte agua por encima. Al principio duele, pero a los pocos segundos de salir sientes incluso calor… lo que demuestra que tu sistema nervioso se ha quedado fuera de juego, porque si el agua es agua y no hielo es físicamente imposible que esté más fría que los -15ºC de fuera.
Por supuesto no todo es al aire libre. También hay saunas, baño turco y salas de masaje. Pero para los valientes hay recompensa en forma de salas de relax. Digo que es para los valientes porque están en otros edificios así que para llegar hay que salir fuera, pero también porque no sé qué sala de relax puedes necesitar después de un masaje. La primera de estas salas es básicamente un solárium con unos banquitos de madera y una pared toda ella ventanal por la que entra el sol y te dan ganas de echarte una siestecilla. La segunda tiene unas tumbonas que a primera vista parecen un poco ortopédicas pero que son comodísimas, y una chimenea que hace no ya que te entren ganas de echarte la siesta, sino que te quedes completamente dormido y tu novia tenga que sacarte del Nirvana para volver a casa.
Para los curiosos, el sitio se llama Polar Bear’s Club y la entrada normal, con acceso a todas las piscinas y saunas, son unos $50. También hay masajes, pero si nos ahorramos los $10 de alquilar un albornoz (que se habría agradecido para r de una piscina a otra) ya podéis imaginaros que también nos ahorramos los $100 de que te soben un rato. Y si echáis de menos alguna foto nuestra dentro del sitio pensad que meterse con una cámara de fotos a un sitio de estos es pedir a gritos que te echen del país y te cierren el blog por guarro, así que todas las fotos las he cogido prestadas de su web.
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