Puede sonar presuntuoso, pero o mucho me equivoco o es lo que hay: este verano me he convertido en el primer calcetín en conducir un coche en un circuito de Fórmula 1. La azaña se la debo a los canadienes, y más concretamente a la ciudad de Montreal y su excelente decisión de mantener el Circuito Gilles-Villeneuve integrado en un parque y abierto a todo el mundo.
El circuito se encuentra en la Îlle Notre-Dame de Montreal, que forma parte del Parque Jean-Drapeau. Es el mismo parque donde están la Biosphere y el parque de atracciones La Ronde (dos visitas que tengo pendientes), así que básicamente es un sitio donde si no encuentras algo que te mole es que eres más raro que un perro verde. Eso sí, creo que lo más original es lo del circuito, y además es complementario porque no hace falta bajarse del coche ni nada: puedes date un par de vueltas de camino a cualquiera de las otras cosas.
La mayor parte del tiempo la carretera está dividida en dos, un lado para la gente de Montreal que va al parque a correr o darse una vuelta en bici y otra para los turistas que vamos a hacer el mono con el coche. La verdad es que la pista te pide acelerar, así que con muy buen criterio tienen la velocidad limitada a 30km/h y controlada por radar. Además puedes encontrarte con trabajadores reparando parte del circuito, camiones de reparto, excavadoras e incluso trozos de la valla que están arreglando y los dejan apartados en medio del camino, así que mejor tomárselo con calma.
Personalmente tengo que decir que no soy un gran fan de la Fórmula 1 («si parpadeas te lo pierdes» porque en el momento en que cierres los ojos lo más probable es que te quedes dormido… ¡qué tostón!), pero la experiencia es estupenda, aunque tenga que ser despacito. Eso sí, te das un par de vueltas, no cincuenta, que con que vayáis cuatro en el coche y queráis conducir todos ya empieza a cargar (si el circuito se me hizo corto a esa velocidad yendo a doscientos no te cuento…). La parte que más me gustó, además de pisar los pianos en las curvas gritando «ñiiiiiiiiiiiiaun», fue la parrilla de salida, y es una pena que no te dejen meterte por la calle de boxes porque tiene también buena pinta.
Así que ya tenéis una cosa más que hacer en Montreal. Creo que es una de esas visitas obligadas por razones de peso: es gratis, se tarda poco tiempo, es diferente, se puede hacer independientemente del día que haga y está abierto a cualquier hora. Todo ello siempre que no os de por visitar Montreal justo en las fechas en que se celebra el Gran Premio de Canadá, que es una malísima idea (no sólo porque no puedes venir a hacer el cafre al circuito, sino porque está la ciudad a reventar).
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