Hace un par de semanas viví mi primera experiencia de camping en Canadá. Hacía muchos años que no dormía en una tienda de campaña, cocinaba en un hornillo y me paseaba con una mochila, así que la experiencia cuenta casi como novedad. Sobre todo porque cuando uno se va de acampada en España las normas de seguridad básica no incluyen asustar mapaches y almacenar la comida lejos del alcance de los osos y lejos de tu cuerpo (no vaya a ser que el oso se quede con hambre, te mire y piense «ya que estamos….»).
Lo primero fue ir a comprar todo el equipo: saco de dormir, tienda de campaña, aislantes, cazuelas, linternas… lo que viene siendo que no teníamos de nada. Nos dejamos un buen dinero, pero lo hemos hecho como inversión mirando a un verano (o toda una década, viendo cómo está Europa) en el que no vamos a poder permitirnos hoteles y aviones, y con la intención de hacer varias escapadas de fin de semana para disfrutar de los muchos parques naturales que hay en Canadá. Para que os hagáis una idea de lo suculento del plan, el parque de este fin de semana (el Awenda Provincial Park) es uno de los pequeños (no tiene la categoría de parque nacional) y aún así está en la Georgian Bay del lago Hurón, incluye una isla dentro del propio lago como parte del parque y por si eso fuera poco dentro de la zona «continental» hay otro par de lagos. Todo ello con baños, duchas y grifos de agua para fregar (aunque sin agua corriente, esa hay que llevarla).
Como el plan era ir en coche y dejarlo aparcado a cinco metros de la tienda de campaña no había que preocuparse de optimizar el equipaje para poder cargar con él, así que salimos de casa con dos mochilas de viaje, la tienda de campaña y cuatro bolsas con comida e instrumental de cocina. ¿Os parece mucho? Pues nuestros compañeros de acampada ya traían el coche con una mochila, dos baúles llenos de cosas, otras dos bolsas con comida y diversos objetos sueltos. Es la ventaja de llevar el coche, algo que los canadienses definen como «car camping», y yo traduciría directamente por ser de un dominguero que te cagas.
Lo que no teníamos planeado es que, tras varias semanas de solete y calor, justo el fin de semana que íbamos a dormir en el campo en el suelo lloviese como para hacer una lista de animales que subir al barco (y que, repasando después, he descubierto que me olvidé de los chihuahuas…. qué pena, se habría extinguido). Un poco chafados anulamos la reserva en el camping y a cambio nos fuimos a la casa de campo de Dan, donde nos dedicamos a poner excusas por las que no tenía nada de cobarde quedarnos calentitos en el «cottage» bebiendo vino decantado en vez de estar montando las tiendas de campaña bajo la lluvia. Además, al final si que tuvimos que mojarnos, porque una cosa es no dormir en el barro y otra muy distinta es no cenarse la barbacoa que estaba prevista (incluyendo hamburguesas de cordero y ketchup balsámico… camping de alto standing).
Pero a la mañana siguiente salió el sol y nos envalentonamos rápidamente, así que como tontainas fuimos al camping y volvimos a pagar por la misma reserva: dos noches nos costaban $80, al cancelar la reserva sólo nos devolvieron $30 y al reservar el mismo sitio sólo para una noche tuvimos que pagar $40.Eso incluye el precio de comprar al propio parque la madera para la hoguera, porque aquí son muy estrictos en ese tema y no puedes mover madera de un sitio a otro para evitar que muevas también enfermedades y parásitos de los árboles. No es obligatorio comprarla en el propio parque, pero tampoco te vas a poner a recorrerte los alrededores buscando a alguien que venda madera para ahorrarte tres dólares, ¿no? Si es que tienen el marketing en la sangre, los muy perros.
El caso es que tragamos con todo porque teníamos muchas ganas de acampar y de hacerlo antes de que volviese a llover, así que en pocos minutos teníamos montado nuestro palacete al aire libre y un banquete espectacular: tortilla de patatas, salsa brava (hay que saber hacer de todo) y queso Valdeovejas. Perfecto para recuperar energía antes de ponernos a triscar por el bosque, que por supuesto es el punto fuerte del camping en Canadá (aparte de estar comiendo y que venga un mapache a verte, que a mí me mola pero los canadienses dicen que son como ratas…).
Gracias a este clima nuestro camping se convirtió en toda una aventura de superviviencia. No sé si lo habéis intentado alguna vez, pero hacer una hogera con madera humeda y mientras te llueve encima es bastante complicado. Ahí donde Bear Grylls se habría dado por vencido y conformado con cenarse una mofeta cruda, nosotros juntamos la infinita paciencia de nuestro amigo Dan con los numerosos consejos y aportaciones de todos los demás (el paraguas para proteger la hoguera, el frisbie para dar aire, las diversas estructuras arquitectónicas que se pueden hacer con la madera para encender una hoguera…) para tener, cerca de hora y media después (tampoco es que hubiese otra cosa con la que entretenerse, ojo), una hoguera más que decente que nos permitió cenar como en la boda de la infanta. Y lo digo literalmente, porque el plato principal de nuestro bien merecido banquete era quinoa, aunque reconozco que yo estaba más por las salchichas (pinchadas en un palo, como debe ser) y los «smores» del postre (marshmallows tostaditos al fuego -también pinchados en un palo- puestos sobre una galleta con chocolate negro).
Después de la cena y de canturrear un poco en la hoguera como en las pelis de sobremesa, nos fuimos a dormir. Para ser más exactos, nos fuimos a tumbar en la tienda de campaña, porque entre el ruido constante de la lluvia y la bajada de temperaturas consecuente la verdad es que lo de dormir se nos complicó un poco. Lo mejor que sacamos de la noche es la rotunda seguridad de que la tienda de campaña es 100% impermeable, que como podéis imaginar en el momento nos alegró bastante. El caso es que a la mañana siguiente nos levantamos todos bien temprano, desayunamos la comida que nos quedaba y nos fuimos lo más rápido posible para buscar un lugar más seco. El cottage volvió a servirnos de refugio, y además aprovechamos para montar las tiendas en el sótano e intentar secarlas todo lo posible a base de soplidos y toallas. El resultado fue bastante bueno, aunque al volver a casa aún tuvimos que dejar la tienda montada un par de días para asegurarnos de que la próxima vez que queremos usarla no huele toda a putrefacción y moho.
En resumen, una experiencia que estaré encantado de repetir (ya tenemos planes para agosto). Y además acaba de llegarme el UNO H2O que compré en ebay, por si vuelve a diluviar que tengamos entretenimiento asegurado. ¿Quién se viene de camping?
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