Toronto no quiere que vaya en bici (parte I): echando de menos al yonki de confianza de Holanda

Hace ya casi cinco años publiqué un alegre artículo cuando por fin me compré una bicicleta en Holanda. Era robada, estaba un poco cascada, tuve que cambiarle la cadena una vez y recurrir en mil ocasiones a las habilidades mecánicas de Hugo para que siguiese funcionando, pero aguantó todo el año. Me costó menos de €25, más unos €20 por el candado, y en aquel entonces me pareció cara porque el mismo yonki-ladrón-de-bicicletas que me la vendió hizo mejor precio a otros compañeros del Erasmus (aunque a alguno también le cambió luego la bici para vendérsela a otro amiguete, todo sea dicho).

Tras eso, se me quedó dentro el gusanillo del ciclista urbano. Como bien sabéis, el verano pasado decidí recuperar mis dotes de ciclista para moverme por Madrid, y eso que la rubia de Sol aún no había pegado el palo con las tarifas del Metro que ha pegado este año. En los meses que estuve moviéndome en bici por mi ciudad natal lo disfruté, supongo que en parte gracias a haberme buscado un candado de los buenos y no encontrarme un día con que me tocaba volver andando. La bici era mi mountain bike de toda la vida, que seguramente ha recorrido más kilómetros en la baca del coche que a pedales, que ha pasado por el taller un par de veces para recibir mejoras y que aguanta lo que le eches, aunque sea estar años (literalmente) cogiendo polvo.

Pues bien, desde que llegué a Toronto tenía claro que quería una bicicleta. Además de tener su gracia, ser ecológico y ayudarme a mantener un mínimo de forma física en este cuerpo de parásito social, era una inversión necesaria porque cada viajecito en Subway (no digáis Metro, que os corrigen) cuesta la friolera de tres dólares. Así que durante semanas estuve vigilando páginas web donde la gente vende sus cosas viejas, visitando tiendas de segunda mano y preguntando a conocidos, lamentando no poder recurrir al yonki de confianza (aunque mejor para mi karma).

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Toronto es una ciudad bien biciclistica, pese al berza del alcalde: hay “aparcamientos” de estos por todas partes.

Tras mucho buscar, acabé encontrando en Kijiji un rumano que vendía una bicicleta híbrida (intermedio entre mountain bike y de carretera, muy prácticas para ciudad y parques) que tenía buena pinta y estaba dentro de mi presupuesto. Como el anuncio decía que la bici necesitaba una reparación menor (ponerle un nuevo cangrejo en el cambio de piñones), y sobre todo porque la bici estaba en la otra punta de Toronto y no me apetecía ir hasta allí, hice una oferta de esas de por si cuela, y coló: de casi $200 que pedía le bajé a $125 sin más negociación por una bici de buena marca y en muy bien estado salvo por la avería conocida, perfectamente reparable.

Eso, al menos, es lo que pensábamos todos.. La cara de imbécil que se me quedó cuando dos talleres de bicicletas me dijeron que la bici era completamente inservible porque la rosca de un tornillo estaba gastada fue memorable. Resulta que esa rosca, donde se sujeta el cangrejo, en la mayor parte de las bicis está en una pieza reemplazable pero en este modelo es parte del cuadro y por tanto una vez jorobada deja la bici completamente inútil, ni siquiera para dejar la bici con una sola marcha.

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Una preciosidad de bici por un precio genial. Lástima que por la piececilla esa fuese carne de desgüace….

Volví empujando otra vez la bici a casa como un tonto y, cuando me recompuse (lo que requirió una buena visita a la tienda de gominolas), llamé a Will, el rumano en cuestión. Creo que es un buen momento para puntualizar que Will no es un rumano como el que os estáis imaginando (delgaducho, moreno, con el pelo largo o en punta, cargado de oros… gitano, vaya), sino más bien un hijo de la antigua U.R.S.S., más o menos de la altura de mi cacho carne (1,80cm, o cerca de 6 pies como dicen aquí) pero bastante más grande a lo ancho y a lo profundo, con una mano que bien podría coger una sandía y rompértela en la cabeza. Vendía la bici porque se había lesionado la mano (la llevaba vendada las dos veces que le vi), pero aseguraba que la bici se podía arreglar y que el mismo lo habría hecho si tuviese la mano en condiciones porque ya lo había hecho antes pese a no saber nada de bicicletas.

El caso es que cuando le llamé y le dije que la bici era un montón de chatarra me dijo que no era verdad, que se podía arreglar. Le insistí, le dije que quería que me devolviese mis dólares, y él contestó que yo sabía “que las cosas no funcionan así”, que le había rebajado el precio porque necesitaba esa reparación y que ahora no podía exigirle nada. Yo le contesté que le había comprado una bici que necesitaba una reparación, no una completamente inservible, y la conversación se acabó sin solucionar nada porque él tenía que irse y “me llamaría luego”.

Como podéis imaginar Will no me llamó, así que le mandamos un correo muy educado explicando la situación: me he gastado lo que tenía en una bici que no funciona, ahora no tengo ni bici ni dinero para comprar otra. Como Will decía que en los talleres no me habían querido arreglar la bici porque lo que querían era venderme una nueva, le propuse que me llevase a un taller donde pudieran apañarla, o que la arreglase él mismo, o que me devolviese no $125 sino $100.

Al día siguiente, como Will no había contestado al correo, le volví a llamar. Estaba preparado para ser duro e intransigente, e incluso había preparado una frase asesina para antes de colgar (“eres un hombre sin honor”) que descartamos por las posibilidades de que Will mandase a la mafia rusa a romperme las piernas “en su honor”. Pero resulta que en cuanto le llamé, Will dijo que podría devolverme $100, pero que también tenía otra bicicleta que podía darme, así que parecía que la cosa podía acabar más o menos bien.

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Nos imaginamos a Will así en sus años mozos, con sus amigos de jugar a los tazos (tor-tazos). Al final parece que no era para tanto.

Quedamos con Will (esta vez también venía la novia de mi cacho-carne), y aunque la bici que nos ofrecía era una mountain bike un poco pequeña y que ya había visto su mejor momento, pensé que era mejor tener una bici mala pero que se podía vender y terminar con el asunto lo antes posible antes que meternos en una discusión con Will por el dinero. Así que ya teníamos una bici que podía servirle a la novia de mi cacho-carne hasta que se comprase la suya y con la que al menos podíamos negociar.

Para rematar el buen giro que tomaba mi suerte, los padres de la novia de mi cacho-carne nos dijeron que tenían una bici en perfecto estado, del tamaño adecuado y que podíamos llevarnos cuando fuésemos a visitarles la semana siguiente. Y esa bici es genial y estoy contentísimo con ella, pero la mountain bike de Will aún nos iba a dar otro disgusto….

Descubre cómo acabó la bici de Will en la Parte II –>


Comentarios

6 respuestas a «Toronto no quiere que vaya en bici (parte I): echando de menos al yonki de confianza de Holanda»

  1. Nos dejas en ascuas!!

  2. Por cierto… si esta noche gana mi Atleti en 10 días me planto en Bucarest a ver la final… si quieres que busque a la madre de Will o algun familiar suyo, nada mas tienes que decirmelo muahahahaha

  3. Quiero la segunda parte ya!! que pasa con Will?? pelea, pelea, pelea!!!

  4. ayyyy blackman! cuánto nos ahorró en Holanda!
    Yo siempre recordaré con cariño mi mountain bike para niños de 12 años :,)

  5. Gracias Daniel, una pena no haberlo sabido antes!!

  6. Yo compré una bicicleta más que decente en http://www.sportchek.ca, por 100 dólares nueva. Es mucho mejor que coger una de segunda mano y más barato. Hay varios modelos que rondan los 100CAD

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