Una de las prioridades al mudarse a otro país en el siglo XXI es hacerse con un número de teléfono móvil. Aunque no tengamos a nadie a quien llamar nos ayuda a sentirnos integrados y nos da seguridad: podemos pedir auxilio si nos perdemos, llamar para preguntar si tu novia quiere cheddar blanco o naranja, quedar con amiguetes, darles un número de teléfono a las instituciones gubernamentales que están tramitando tus papeles de inmigración, etc. Además ahora, gracias a la tecnología moderna, los teléfonos móviles son una puerta a internet perfecta para adictos como yo. Desde el teléfono «tuiteo» cosas que se me ocurren, hago «check-in» en los sitios donde estoy, subo fotos para que mi madre vea cómo es Toronto y hablo por Whatsapp con mis amigos de Madrid. Incluso podría escribir en este blog desde la parada del autobús, si tuviese algún motivo para ir a la parada del autobús.
Así que, igual que hice en Holanda y la primera vez que vine a Canadá, me he buscado una compañía de teléfono que sea barata y cómoda (sin permanencias ni cosas así, no vaya a ser que tenga que volverme por patas). El problema es que eso en Canadá no existe: teléfono e internet son aquí caros, con condiciones leoninas y con servicios de atención al cliente de esos que sacan lo peor de las personas. Al parecer el problema viene de la falta de competencia, porque al parecer existe una ley que obliga a que las compañías de telecomunicaciones tengan un determinado (y muy elevado) porcentaje de participación propia. La idea era protegerse de las grandes empresas estadounidenses, pero a la larga esto se traduce en un oligopolio de tres compañías que hacen lo que les viene en gana, que ahora engañan al consumidor con operadores virtuales que en realidad son ellos mismos y que se aprovechan de la buena educación de los canadienses que pagan sin rechistar demasiado y tienen buenos sueldos.
Entre las consecuencias de esta situación, bastante parecida a la que teníamos en España cuando sólo podíamos escoger entre Amena, Vodafone y Movistar, destaco las más dolorosas:
- Los precios son caros, de porque sí.
- Las tarifas son del tipo «puedes llamar a buen precio los laborables a partir de las cinco de la tarde y los fines de semana, pero como llames fuera de ese horario te vamos a meter un palo que te vas a quedar tiritando». Esto está bien cuando vas a clase, pero luego es un dolor. Por suerte he conseguido esquivar este modelo, porque los parásitos sociales no sabemos de horarios para llamar.
- No hace falta salir de Canadá para que te claven llamada internacional. Básicamente todo lo que quede fuera de tu ciudad y sus alrededores lo pagas como si te hubieses ido a Pekín. Personalmente prefiero el modelo español en el que llamar a Canarias es más barato que llamar a Marruecos, aunque esté mucho más lejos. Y además tendría su tema político, con aquello de cobrar más si llamas a Cataluña o al País Vasco, por ejemplo…
- Puede que encuentres una tarifa adecuada para ti y asequible, pero es un engaño. A esa tarifa tienes que sumarle lo que llaman «add-ons», que vienen a ser extras que no tienen nada de extraordinario: tener buzón de voz, ponerte en la pantalla el número que te llama (¡en España tienes que bloquear estas cosas, no pagar por ellas!) y, cágate lorito, tener la posibilidad de llamar a emergencias (que no es un extra sino una tarifa que te cobran sí o sí). Esta última es la que cuando vivía en Ottawa sin llamar a nadie hacía que tuviese que recargar el teléfono cada mes, porque era un dólar al día (sí, 30 al mes).
- Aunque asumas el tema de los extras y el precio de la vida canadiense, aún te espera una nueva sorpresa: cuando tu tarifa dice que tienes 50 minutos en llamadas ¡se refiere también a las que recibes! Es decir, tu pagas por minutos de teléfono los uses como los uses. Vaya, que cobran al que llama y al llamado, pero no es que le cobren la mitad a cada uno sino que meten un palo por aquí y otro por allá. Lo bueno es que así acabas con los tíos perros que te dejan una perdida para que les llames tú.
En resumen, las compañías de servicios de telefonía móvil canadienses iban directas a Guantánamo según las normativas europeas. Si un día tengo que llamar a emergencias desde fuera de mi ciudad lo primero que hago es, sin lugar a dudas, poner una denuncia por el atraco que la compañía telefónica está perpetrando sobre esa llamada.
Pero tampoco quiero dejaros preocupados. Gracias a mi novia y a esas compañías virtuales (en este caso Koodo) que empiezan a aparecer por aquí tengo una tarifa que no está mal: 15 dólares al mes de precio base (50 minutos en llamadas, me sobra porque a mi novia sale gratis); 10 dólares al mes por identificación de llamada, buzón de voz y mensajes ilimitados (sólo la identificación eran 7 dólares, así que el paquete compensa); y una tarifa de datos flexible según la use, que mientras esté la mayor parte del tiempo en casa será poco. Al final, unos 30 dólares al mes (más sus correspondientes impuestos) que son un dolor comparado con los escasos 10 eurillos que estaba pagando en Simyo con 300 megas de internet incluidos.
Lo peor ha sido que para poder usar esta compañía he tenido que cambiar de teléfono, porque cuando ya parecía que no podía haber ninguna sorpresa más en la telefonía móvil canadiense resulta que cada compañía utiliza una frecuencia de onda distinta. Imaginad que un teléfono móvil que cuesta 500 euros funciona en Movistar pero no en Vodafone… una locura, ¿no? Pues aquí les pasa constantemente, con el agravante de que pueden ponerte en la web que tu teléfono va a funcionar y ser mentira cochina (experiencia propia, ya lo habréis imaginado).
Y tras leer todo esto alguien dirá «30 dólares al mes, eso no es nada, ¡yo me dejo 60-70 euros de media!». Pues qué quieres que te diga, háztelo mirar porque es un robo y/o tienes un problema de adicción al telefonito.
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